Encuentros con la naturaleza en Cabo Verde: ver tortugas, practicar snowboard en dunas o caminar por un volcán | Lonely | El Viajero

Hay quien dice que las playas de Cabo Verde son tan maravillosas como las del Caribe, con el sol garantizado todo el año. Estas islas, que en su día fueron portuguesas y desde julio de 1975 son un país independiente, están a unos 600 kilómetros de Senegal, África Occidental. Son 10 islas mayores (y algunos islote más) a las que se viaja para relajarse al sol, pero también para disfrutar de la naturaleza y de muchas sorpresas para los que buscan aventuras al aire libre.
El eslogan de los vendedores de recuerdos en Cabo Verde es “relax”, pero los lugareños prefieren definir su bienvenida como morabeza —la palabra criolla para hospitalidad—. De las 10 islas que conforman el archipiélago, seis de ellas —Sal, Boa Vista, Santiago, Fogo, Brava y Santo Antão— ofrecen encuentros espectaculares con la naturaleza. Desde nadar con tiburones y descubrir la anidación de la tortuga boba pasando por practicar snowboard en dunas o kitesurf hasta rutas de senderiso por parques naturales y ascensiones a volcanes en activo.
La anidación de tortugas bobas en Boa Vista
Boa Vista, la tercera isla más grande de Cabo Verde, ofrece una experiencia más silvestre y auténtica que el resto. Es un lugar de altas dunas formadas durante milenios por el viento sahariano, playas de ensueño con un mar de color azul intenso, salinas que brillan bajo el sol y visitas nocturnas a nidos de tortugas. Las propuestas locales para disfrutar del entorno van de la contemplación de la Vía Láctea en el desierto a probar comida local en restaurantes innovadores, almorzar en bares de playa o pasar las noches junto a las hogueras en cuevas de piratas. La capital es la modesta Sal-Rei, y la mejor forma de disfrutar de la isla es en todoterreno, para explorar la cara más salvaje de Cabo Verde.
Las tortugas son uno de los emblemas de este archipiélago africano: aquí se encuentra la tercera mayor población de tortugas bobas del mundo y la mayoría está en Boa Vista. La observación de tortugas es una experiencia que no hay que perderse, pero hay que tener en cuenta que la época de anidación es de junio a octubre. En estas fechas, las agencias locales ofrecen circuitos nocturnos para observar cómo las tortugas emergen del Atlántico para anidar en las playas y algunas, como BIOS Cabo Verde, también dirigen programas de conservación y voluntariado en verano.
Durante la época de anidación llega un ejército de voluntarios para monitorizar, documentar y conservar la población de tortugas, lo que implica ponerles un chip, medir y contar huevos, trasladar nidos a ubicaciones más seguras y mantener información estadística de todos los aspectos de la época. Los voluntarios viven en cuatro o cinco campamentos cerca de las playas donde están los nidos. Cualquiera puede ser voluntario (los menores de 18 años necesitan permiso paterno) y la estancia mínima es de dos semanas.
El nombre científico de la tortuga boba es caretta caretta, y comienza su vida como un huevo que su madre entierra de noche en la arena. Una vez que rompe el cascarón, la pequeña tortuga se abre paso entre la arena y las olas para llegar a mar abierto: solo una de mil lo consigue. Después de pasar unos 20 años dando vueltas por el Atlántico, las hembras —que ya miden un metro de largo— vuelven al mismo lugar donde nacieron para depositar sus huevos. Las tortugas pueden llegar a vivir 65 años, pero no anidan en la costa todos los años.
Sin dejar Boa Vista resulta interesante recorrer la Ruta 66 —de 15 kilómetros, aproximadamente—, el tramo de carretera más famoso de Cabo Verde. Discurre desde la localidad de João Galego y se extiende hasta las inmediaciones del aeropuerto. Las vistas más espectaculares están donde la ruta recorre unos montes bajos después de su única curva significativa. Allí, la carretera se pierde en el horizonte creando una estampa impresionante.
Al noreste de la ciudad de Rabil espera el desierto de Viana, una franja de cinco kilómetros de largo y 1,5 de ancho junto al aeropuerto de la isla. Es bastante pequeño, pero esto no resta belleza a sus dunas, algunas de hasta 50 metros de alto. Un paseo por la arena resulta una experiencia mágica que nos puede transportar muy lejos del mundo moderno. A pesar de los rumores de que hay escorpiones, desaparecieron hace años y no hay riesgo de caminar descalzo. Aunque también se puede optar por una experiencia más activa: bajar por las dunas a máxima velocidad en snowboard.
Otra propuesta en este desierto es una excursión nocturna para ver las estrellas. Como la contaminación lumínica es mínima, las condiciones para observar cielos estrellados son casi idóneas. Lo único que puede estropear la noche son las nubes o la bruma seca.
En la costa norte de Boa Vista está uno de los lugares más fotografiados del arghipiélago: el cabo de Santa María, donde se encuentra un barco español homónimo que encalló allí en agosto de 1968 cuando se dirigía a Brasil con un cargamento de regalos de lujo del dictador Francisco Franco. La tripulación sobrevivió y la mayoría del cargamento se sacó del buque con ayuda local. Poco a poco, el Santa María se ha ido desintegrando con las sacudidas del Atlántico, pero su carcasa oxidada aún predomina en el paisaje.
Nadar entre tiburones, practicar kitesurf y descubrir el Ojo Azul en Buracona, en la isla de Sal
Los tiburones limón nadan entre los pies en las aguas templadas y poco profundas de Baía da Parda, en la costa este de la isla de Sal. De visita obligada, el lugar es solo accesible en todoterreno y en sus aguas cálidas y llenas de nutrientes habitan las crías de estos animales. Hay que ponerse calzado de goma e ir con guía —conocen bien los lugares donde suelen estar y su comportamiento— para adentrarse en el agua hasta la altura de los tobillos y ver cómo los tiburones nadan entre los pies, a menudo en gran número.
Otro de los atractivos de la isla de Sal es la posibilidad de practicr kitesurf en la playa de Fragata, hacia el noroeste de Santa María, la ciudad más poblada. Este arenal, también conocido como “playa Kite”, es el mejor lugar de la isla para practicar o aprender este deporte gracias al incesante viento y a las olas de mayor tamaño. Muchos acuden también simplemente para observar a los kitesurfistas, todo un espectáculo, y por la comida y la bebida del chiringuito Mitú & Djo de la escuela de kitesurf del mismo nombre, propiedad de Mitu Monteiro, antiguo campeón del mundo de este deporte y nacido en Sal. Muchos consideran esta escuela como la mejor del mundo. Eso sí, hay que tener en cuenta que la actividad de kitesurf cesa de junio a octubre, cuando las tortugas llegan para anidar en la playa.
Al norte de Sal espera otra de las experiencias naturales más interesantes en Cabo Verde: el Ojo Azul en Buracona, una gran piscina natural de roca volcánica con agua que entra del Atlántico y que calienta el sol africano. Es un auténtico placer bañarse allí, aunque es mejor no meterse si las olas son muy grandes. Cerca está una pequeña grieta en la roca, llamada también Ojo Azul, llena de agua del mar que llega por un túnel de 80 metros de largo y de 20 metros de profundidad. Al mediodía la luz del sol entra por el túnel e ilumina el agua ofreciendo todo un espectáculo: un gran ojo azul brillante aparece en la roca de basalto.
Senderismo por el valle de Paul y escalada al Topo da Coroa, en Santo Antão
La ruta más célebre de Cabo Verde es la que recorre el valle de Paul, al este de la isla de Santo Antão: siete kilómetros por un profundo terreno cubierto de frondosas terrazas de cultivo y rodeado de formaciones rocosas casi verticales. No se trata de una excursión por la naturaleza salvaje, porque este valle está habitado en toda su extensión. Es una ruta fácil y apta para todos los niveles. Hay varias opciones para explorar este valle, y algunas incluyen hacer algunos de los trayectos en taxi o coches para después caminar por el borde del cráter de Cova y luego bajar hasta la ruta Pontinha da Janela y seguir por la carretera que recorre el valle.
Con una extensión que abarca desde la ciudad de Vila das Pombas, en la costa este, hasta Chã de Padre, a 600 metros sobre el nivel del mar, el valle de Paul es una frondosa franja de vegetación tropical rodeada de laderas de montaña y cimas altas. El paisaje es extraordinario por su vegetación y por las vistas, pero es también un buen lugar para ver la vida cotidiana de los caboverdianos, cuidando de sus cultivos y sus granjas. A lo largo de la ruta hay plantaciones de caña de azúcar —el grogue, bebida alcohólica tradicional y artesanal, se elabora principalmente con caña de azúcar—, papaya o plátanos. Si se quiere, hay destilerías en la ruta que se pueden visitar. En la parte interior del valle, un camino empinado sube hasta el cráter de Cova, donde los agricultores cultivan un terreno circular dentro de la caldera de un volcán extinto. La escalada hasta arriba es difícil y el descenso también, pero merece la pena. En el corazón del valle, el Aldeia Manga Ecolodge es uno de los lugares más inolvidables donde alojarse en Cabo Verde, con bungalós tradicionales y vistas sensacionales.
Por la costa norte de Santo Antão se puede hacer una ruta de 13 kilómetros que resulta ser una aventura por lo alto de un acantilado que se abre camino sobre el océano. A diferencia de la ruta por el valle de Paul, esta es una experiencia más solitaria, con solo unas pocas aldeas en parajes espectaculares por el camino.
Otra posible aventura en la isla es subir el Topo da Coroa, un volcán extinto (1.979 metros) que es su cima más alta. Se encuentra al oeste y la solitaria ruta hasta la cima recorre caminos tortuosos a través de un paisaje árido. El sendero sin marcar comienza en la pequeña aldea de Cha de Feijoal, a 40 kilómetros al noreste del municipio de Porto Novo. La ruta completa de ida y vuelta a la cima dura seis horas, aproximadamente.
Ascender a un volcán en Fogo y visitar la vecina isla de Brava
Las mejores vistas de todo el archipiélago se obtienen ascendiendo al Pico do Fogo, la cima más alta de Cabo Verde y un volcán activo. Lo básico para llegar a sus 2.829 metros de altura son unas buenas botas, un almuerzo, capas de ropa, mucha agua y bastones de senderismo. Aunque la altura parezca mucha, la ruta comienza a 1.700 metros. Lo mejor es alojarse en el cráter, donde hay pensiones sencillas, ya que merece la pena empezar temprano para evitar las horas de más calor. El sol es más fuerte según se alcanza altitud, y la tierra volcánica negra hace que las condiciones sean bastante desagradables a media tarde.
El volcán de Fogo, con 20 kilómetros de longitud y casi 7 kilómetros de ancho, es impresionante. Fue declarado parque nacional en 2008 y se tarda unos 90 minutos en llegar al cráter desde la ciudad de São Filipe. Lo más asombroso es que hay pueblos dentro del cráter. El principal, Chã das Caldeiras, fue destruido en la última erupción de 2014, pero la gente ha reconstruido sus casas entre la lava.
Lo normal es comenzar la caminata en la aldea de Portela al amanecer. Hay tramos muy empinados de ceniza volcánica que pueden resultar algo difíciles y se tardan entre tres y cuatro horas en llegar a la cima, donde las vistas del cráter, de las pequeñas aldeas de su interior y del Atlántico son espectaculares. Se puede bajar por el mismo camino o rodear el borde del cráter hasta llegar a un sendero que desciende hacia el sureste.
Otra aventura en Fogo es ir de excursión a la vecina Brava en un ferri que hace el trayecto cada dos días a esta isla, la más pequeña y menos visitada de las islas habitadas de Cabo Verde. Está a 18 kilómetros hacia el oeste de Fogo y es un pequeño paraíso al que llegan muy pocos de los que visitan el país. Se tarda medio día en ver los principales puntos de interés de Brava y, para desplazarse, hay que hacerlo en taxi, ya que no hay coches de alquiler. Se dice que desde la localidad de Furna hasta la capital, Nova Sintra, que está a 520 metros de altura, hay 99 curvas. Esta ciudad sorprende por el buen estado en que se conserva. Desde allí es fácil llegar en coche a la villa de Cova Rodela y al mirador de Nova Sintra, con maravillosas vistas de Fogo.
Observar aves y senderismo en Santiago
Santiago es la isla con más vida y la más africana de Cabo Verde —aquí vive más de la mitad de la población del país—. Praia, su capital con unos 200.000 habitantes en la costa sur, conserva un centro urbano de la época colonial y dos buenas playas, pero la mayoría de los viajeros van hacia el norte, donde están las mejores rutas de senderismo del archipiélago. Tarrafal, en el extremo norte, es una ciudad de resorts con una playa maravillosa, pero también con un oscuro pasado como emplazamiento de un campo de concentración portugués. Al oeste de Praia está Cidade Velha, una antigua villa de comercio de esclavos y el primer asentamiento europeo del archipiéago, incluida desde 2009 en la lista de Patrimonio Mundial Cultural y Natural de la Unesco.
En Santiago la mejor experiencia es el senderismo por rutas señalizadas y bien diseñadas que atraviesan las montañas. Los más populares son los senderos del parque natural Serra da Malagueta, al norte, que cubre una escarpada serranía y es una de las últimas cubiertas de selva virgen que quedan. La cima más alta es el monte Malagueta (1.064 metros), aunque hay varias que casi llegan a los 1.000 metros. Hay senderos marcados desde el camino principal y es fácil acceder a estas cimas remotas. Con suerte, se puede incluso ver algún ejemplar de las especies en peligro de extinción para cuya protección se diseñó este parque. La pensión Strela Mountain Lodge, en la entrada de este parque natural, es la base perfecta desde la que acceder a varias rutas por la zona.
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