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Europa lucha por sobrevivir más allá del proceso de paz en Ucrania entre la espada de Putin y el muro de Trump

Europa lucha por sobrevivir más allá del proceso de paz en Ucrania entre la espada de Putin y el muro de Trump
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  • Publisheddiciembre 26, 2025



«Estados Unidos no es nuestro aliado». «Estados Unidos ha dejado de ser nuestro aliado». «Estados Unidos nunca ha sido nuestro aliado». Estas tres frases –más alguna que otra variable– han ido ganando protagonismo a lo largo de los últimos doce meses en Europa. ¿El motivo? Principalmente la actitud del presidente de Estados Unidos: Donald Trump. Hacia Ucrania, hacia otros países del continente –como, por ejemplo, Dinamarca– y, en última instancia, hacia la Unión Europea mientras, en paralelo, mostraba sus ganas de querer llevarse bien con el líder ruso: Vladímir Putin.

Un ejemplo de todo lo anterior se puede observar en el affaire de los activos congelados. Es decir: los activos valorados en 210.000 millones de euros que el Kremlin depositó hace años en instituciones bajo jurisdicción europea, que actualmente se encuentran confiscados por haber invadido Ucrania y que algunos países, como Alemania, quieren utilizar para financiar la resistencia ucraniana frente a la invasión rusa.

Al margen de lo ocurrido la semana pasada –cuando los líderes de la Unión Europea concluyeron una reunión kilométrica sin haber tomado una decisión definitiva al respecto– la actitud de Trump ante la posibilidad de enviar ese dinero a Ucrania ejemplifica muy bien por qué en esta orilla del Atlántico cada vez se extiende más la idea de que Estados Unidos ha dejado de ser un aliado. O uno fiable, al menos.

Resulta que en los últimos meses Washington ha estado presionando con dureza para que los países europeos descartaran el plan impulsado por Alemania. Sí: claro que a Trump le parece estupendo que el contribuyente estadounidense haya dejado de costear los gastos de Ucrania en esta guerra… pero no quiere que esos costes se cubran con los activos rusos.

¿Por qué? Pues porque en el último plan de paz acordado directamente con Rusia, el de los famosos 28 puntos, se contempla el empleo de una parte de esos activos –valorados en 85.000 millones de euros– para labores de reconstrucción en Ucrania… lideradas por empresas estadounidenses. Lo que supondría unos beneficios aproximados de 42.000 millones de euros para esas empresas y, en última instancia, para la economía de Estados Unidos.

En cuanto al resto del dinero ruso actualmente confiscado por Europa, la idea –según el citado plan– es que se destine a un vehículo de inversión conjunto, o sea ruso-estadounidense, destinado a «fortalecer la relación» entre ambos países.

Además, en el caso de que algún día esos activos rusos pasen directamente de Europa a Ucrania lo acordado entre Bruselas y Kiev es que los ucranianos utilizarán parte de ese dinero para comprar, primero, armas propias (fabricadas por la industria de defensa ucraniana) y, en segundo lugar, armas fabricadas en el resto del Viejo Continente. ¿Quién quedaría, pues, en último lugar? Los contratistas armamentísticos de Estados Unidos.

Volodímir Zelenski y el canciller Friedrich Merz ofrecen una rueda de prensa conjunta en Berlín.


Volodímir Zelenski y el canciller Friedrich Merz ofrecen una rueda de prensa conjunta en Berlín.

Liesa Johannssen

Reuters

Evidentemente, para que los activos rusos puedan utilizarse en beneficio de Ucrania y de Europa tienen que imperar dos cosas: liderazgo y unidad. Algo que en opinión del analista estadounidense Ian Bremmer, fundador de la consultora Eurasia Group, aterra al actual inquilino de la Casa Blanca.

Y es que Trump, recordemos, procede del mundo de la empresa y tiende a presentarse como un negociador agresivo capaz de conseguir lo mejor para sus intereses. A fin de cuentas, de todos los libros que llevan su nombre en la portada el más vendido es una suerte de memorias (mezcladas con autoayuda) tituladas The Art of the Deal. El arte de la negociación, en castellano. Se publicó en 1987 y es, después de la Biblia, su libro favorito.

«Cuando Pekín reaccionó contra los aranceles de Trump tenía la fuerza económica suficiente para infligir un verdadero sufrimiento a Estados Unidos», señalaba Bremmer hace unos días en una carta a sus clientes. «Ambas partes se vieron en una situación cercana a la destrucción económica mutua, razón por la cual terminaron rebajando el tono y negociando».

«Europa todavía no tiene ese tipo de músculo desarrollado, pero la Unión Europea ha estado incrementando el gasto en defensa, hablando de competitividad y crecimiento, intentando tomarse en serio la seguridad fronteriza», añadía Bremmer. Algo que Trump y sus aliados dentro de la derecha estadounidense llevan tiempo pidiendo que se haga pero que en realidad, según Bremmer y otros muchos expertos, no desean que consiga.

«Trump no solo está presionando por un acuerdo de paz rápido en Ucrania sino que también está apoyando a los movimientos más euroescépticos de Europa: Marine Le Pen en Francia, AfD en Alemania, Nigel Farage en Reino Unido», explicaba el analista en la misiva. «Si estas fuerzas ganan terreno, la capacidad de la Unión Europea para actuar colectivamente en materia de defensa, comercio o migración se desmorona».

«Los países, como entes individuales, podrían salir adelante pero Europa como un actor unificado capaz de enfrentarse a Rusia, China o Estados Unidos… dejará de existir», sentenciaba.

Dicho de otro modo: los intereses de Trump y Putin parecen estar bastante alineados por los preacuerdos antes mencionados –el vehículo de inversión conjunto, etcétera– no solo en Ucrania sino también, a medio y largo plazo, en lo que respecta a la Unión Europea.

De las descalificaciones a Zelenski al plan de paz del Kremlin

Una vez presentado el porqué de la ‘pinza’ que Putin y Trump parecen estar ejerciendo sobre Kiev y Bruselas, conviene asomarse al orden cronológico que han seguido determinados episodios para poder entender la situación desde un punto de vista panorámico.

Pongamos el 18 de febrero del 2025 al principio, por ejemplo. Ese fue el día en el que Trump insinuó públicamente que el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, a quien además definió como «dictador» por no haber celebrado elecciones en 2024, era culpable de la invasión rusa por no haber negociado previamente con Putin y no haber sido capaz de frenarla por canales diplomáticos.

El comentario, pronunciado tras una cumbre entre funcionarios estadounidenses y rusos en Arabia Saudí, enfureció no solo a los ucranianos sino también a los líderes de la Unión Europea. Entre otras cosas porque bebía directamente de la narrativa del Kremlin.

Diez días después de aquello Trump recibió al premier ucraniano en la Casa Blanca en lo que muchos observadores definieron posteriormente como «una encerrona».

El caso es que la reunión, que se estaba desarrollando en términos normales, comenzó a torcerse cuando el vicepresidente de Estados Unidos, J.D. Vance, acusó ante las cámaras al líder ucraniano de ingratitud. Unos minutos más tarde la delegación ucraniana fue «invitada» a abandonar el lugar mientras en Europa cundía, una vez más, la incredulidad.

Un mes después, a finales de marzo, Trump cambió de registro al afirmar estar «enfadado» con Putin. Incluso llegó a amenazar a éste con subir los aranceles al crudo ruso si el Kremlin no lograba poner fin al «derramamiento de sangre en Ucrania».

Con todo, y pese al supuesto cambio de registro, el presidente de Estados Unidos explicó que continuaba teniendo esperanzas en el buen hacer de Putin y no dejó pasar la oportunidad de criticar a Zelenski, al que acusó de intentar retirarse del principio de acuerdo alcanzado unos días antes para que Estados Unidos pudiese explotar yacimientos ucranianos llenos de «minerales raros».

Los ucranianos firmaron aquel acuerdo para poder mantener una cierta sintonía con Washington, claro. Es más: muchos expertos vieron en ese acuerdo la explicación detrás del cambio de registro de Trump hacia Putin.

Andando el tiempo, o sea el 26 de abril, Trump accedió a reunirse de nuevo con Zelenski… en el Vaticano. Una circunstancia propiciada por el fallecimiento del papa Francisco I. Tras el encuentro, que Zelenski celebró abiertamente, Trump criticó los ataques rusos a Ucrania y deslizó que quizás había que ser más duro con Putin.

Sus palabras precedieron la firma, cuatro días después, del ya citado acuerdo para explotar los yacimientos minerales ucranianos. El documento, empero, no incluyó garantías concretas de seguridad para Ucrania; solo la promesa de «una alineación estratégica a largo plazo» entre ambos países.

El presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, conversa con el enviado especial de Trump, Steve Witkoff, antes de la cumbre con los líderes europeos en Berlín.


El presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, conversa con el enviado especial de Trump, Steve Witkoff, antes de la cumbre con los líderes europeos en Berlín.

Markus Schreiber

Reuters

Después de firmar aquel acuerdo, Trump y Putin hablaron por teléfono y acordaron posponer un alto el fuego en Ucrania. Pero una semana más tarde, tras un ataque masivo con drones y misiles contra las principales ciudades ucranianas, Trump amenazó de nuevo al Kremlin con una oleada de sanciones.

A lo largo de las semanas posteriores, el presidente estadounidense criticó repetidamente a su homónimo ruso por «estar matando a mucha gente» pese a ser una persona «agradable» en el trato cercano.

Fue la época más pro-Kiev de Trump, por decirlo de alguna manera. Incluso accedió a enviar armamento clave de nuevo –baterías antiaéreas Patriot, por ejemplo– siempre y cuando, eso sí, alguien –Ucrania, Europa…– pagara su precio. Poco después la Casa Blanca anunció un incremento de los aranceles a la India por estar comprando petróleo ruso.

Lo anterior llevó a los rusos a tomar la iniciativa y fue entonces, al concluir una reunión de varias horas entre Putin y Steve Witkoff, el enviado especial de Trump a Moscú, cuando se acordó el famoso encuentro de Alaska entre ambos mandatarios (Zelenski no fue invitado).

Una cumbre que los expertos consultados por EL ESPAÑOL definieron ya de entrada como una victoria para el líder ruso al haber conseguido una recepción por parte de Trump nada menos que en territorio estadounidense… sin haber dado nada a cambio. El objetivo del líder ruso, según explicaron estos expertos, no era tanto discutir el futuro de Ucrania como empezar a normalizar sus relaciones con Washington independientemente de la guerra.

El encuentro tuvo lugar el 15 de agosto en la base militar de Elmendorf-Richardson, sita en la ciudad de Anchorage, y tras el mismo Trump sugirió que Ucrania podía verse obligada a ceder territorio en virtud de un acuerdo de paz. Describió la posibilidad como «un intercambio de territorios para beneficio de ambos».

Días después de la reunión, Zelenski pidió a sus aliados europeos que le acompañasen a Washington en una misión de control de daños. Para intentar, en fin, impedir la certificación de cualquier tipo de concesión territorial a Putin. La reunión, de naturaleza cordial, volvió a cerrarse en abierto (valga la paradoja). Es decir: sin compromiso por parte de Trump ni en una dirección ni en otra. Al marcharse los europeos el presidente estadounidense llamó por teléfono al Kremlin para contarle a Putin cómo había ido todo.

A mediados de octubre, unos días después de que Putin amenazara a Europa por incrementar su gasto militar, Trump volvió a mover ficha insinuando que estaba pensando en enviar una remesa de los poderosos misiles Tomahawk, que son de largo alcance, a Ucrania. Con ellos los ucranianos podrían haber atacado objetivos dentro de Rusia. Pero el líder norteamericano descartó la medida poco después. Tras una llamada de Putin, concretamente.

Durante esos días de octubre tuvo lugar otro anuncio que finalmente quedó nada: una cumbre ruso-estadounidense, con Putin y Trump de nuevo cara a cara, en Budapest. O sea: organizada por Viktor Orbán. El líder de Hungría y alguien que se lleva muy bien con ambos (y muy mal con Bruselas).

Tras la cancelación de la cumbre, los estadounidenses impusieron nuevas sanciones a las petroleras rusas. Con todo, los canales entre Washington y Moscú continuaron abiertos.

Finalmente, según llegaba el mes de noviembre a su conclusión, Estados Unidos presentó ante el mundo un plan de paz de 28 puntos negociado directamente entre la Casa Blanca y el Kremlin.

Dicho plan contemplaba cesiones de territorio ucraniano, reducir el tamaño de las fuerzas armadas ucranianas y prohibir la entrada de tropas de la OTAN en territorio ucraniano. También establecía destinar los activos rusos congelados por Europa mencionados al principio de este texto a reconstruir la relación entre Washington y Moscú.

Tanto Ucrania como muchos líderes europeos rechazaron de plano el plan pese a las amenazas de Trump, que dijo que Zelenski iba a perder el territorio a ceder en cualquier caso… «y en poco tiempo». En paralelo al intercambio de golpes diplomático, muchos de los expertos que estudiaron el acuerdo con lupa empezaron a señalar que buena parte de esos 28 puntos bien podrían haber sido redactados directamente por el Kremlin.

La nueva estrategia de seguridad estadounidense: contra la UE

Observando la cronología de los hechos, y dejando a un lado comentarios como el de querer anexionarse el territorio danés de Groenlandia, cabe pensar que el actual inquilino de la Casa Blanca se dedica a menospreciar Europa a través de Ucrania.

Sin embargo, basta leer el documento publicado a comienzos de diciembre donde Washington explicaba su nueva estrategia de seguridad nacional para deducir lo contrario.

En dicho informe, que solo tiene 33 páginas, se asesta un golpe frontal a la Unión Europea y se acusa a la burocracia bruselense de socavar la libertad de la ciudadanía, de socavar las diferentes soberanías nacionales y de ser, en última instancia, la culpable de que Europa sea hoy una región en decadencia. El mismo documento se muestra bastante más conciliador con China, a quien presenta como un competidor económico, y con Rusia.

El mensaje no es nuevo. El pasado 14 de febrero –cuatro días antes de que Trump llamara «dictador» a Zelenski– el vicepresidente J.D. Vance acudió a la Conferencia de Seguridad de Múnich, un evento anual sobre política exterior y seguridad internacional que se lleva celebrando en la ciudad bávara desde 1963, para pronunciar un discurso abiertamente hostil a la Unión Europea.

«Lo que más me preocupa con respecto a Europa no es Rusia, ni China, ni ningún otro actor externo», dijo Vance durante su turno de palabra. «Lo que más me preocupa es la amenaza interna, el retroceso de Europa en algunos de sus valores más fundamentales, valores que comparte con Estados Unidos». Y añadió: «Me temo que en Gran Bretaña y en toda Europa la libertad de expresión está en retroceso».

Donald Trump y su vicepresidente, JD Vance, este martes en la Casa Blanca.


Donald Trump y su vicepresidente, JD Vance, este martes en la Casa Blanca.

Reuters

Unas declaraciones, tal y como decía Ian Bremmer en esa carta a los clientes de su consultora, muy en línea con el apoyo mostrado directamente por Trump o por alguno de sus lugartenientes más cercanos –como el magnate Elon Musk– a formaciones abiertamente euroescépticas, y en no pocos casos rusófilas, durante los últimos meses.

«Es un intento por intervenir en la política interna de Europa para socavar los procesos democráticos e impulsar a los partidos de extrema derecha», explicaba en declaraciones a la Deutsche Welle, el medio estatal germano, el investigador principal del think tank bruselense Bruegel: Guntram Wolff. Y no tanto por sintonía ideológica, advierten los expertos, como por conveniencia. O como decía hace unos días en el mismo medio Zsuzsanna Végh, una investigadora del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores: «Una Europa dividida será más débil y más fácil de dominar en cuestiones comerciales».



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