GUERRA COMERCIAL | El aumento de las exportaciones insufla vigor a China antes de que venza la tregua arancelaria con EEUU
Los ultimátums arancelarios de Donald Trump hunden a los gobiernos en una insondable angustia que les impulsa a ofrecer lo que sea en busca de su indulgencia. A China, cinco días antes del fin de la tregua comercial, se la intuye relajadamente acostada sobre su salud económica y el recuerdo aún fresco de su victoria en la guerra comercial. Puede Trump rebajar a Europa a un condado tributario o freír con tarifas a la India pero China es otro asunto.
La cifra de las exportaciones fortalecerá aún más su posición negociadora. En julio subieron un 7,2% interanual, más de punto y medio por encima del mes anterior y de los pronósticos de los analistas. Pero más que el número importa el patrón. La crecida coincide con estrepitoso derrumbe del 22% de las exportaciones hacia Estados Unidos. Ocurre que los envíos chinos a Latinoamérica, África, el sudeste asiático o la Unión Europea se han multiplicado, siguiendo el plan urdido tras la anterior guerra comercial: potenciar mercados que absorban la demanda de la primera economía mundial cuando vuelvan los cañonazos arancelarios. En los ocho años que separan las dos guerras comerciales, las exportaciones chinas hacia Estados Unidos pasaron de significar el 19% al 14% del total. Cinco puntos en la mayor maquinaria exportadora que han visto los tiempos son muchísimos millones.
Para el Gobierno de Pekín es fundamental que el comercio internacional siga robusto porque, a pesar de largos y briosos esfuerzos, no ha conseguido convertir el autoconsumo en la locomotora económica. Por más estímulos que apruebe siguen ahorrando los chinos, aferrados a su fatalismo postpandémico y oteando tragedias en el horizonte. Las cifras macroeconómicas no se corresponden con ese clima. El primer semestre se expandió su PIB un 5,3%, incluso por encima de ese «alrededor del 5%» anual que había fijado el Gobierno como objetivo antes de que estallaran las hostilidades con Washington.
Sin visto bueno de Trump
A finales de julio se sentaron los negociadores chinos y estadounidenses en Estocolmo, tercera cumbre europea en tres meses. Las anteriores habían servido para «desescalar» la tensión y de esta se esperaba que profundizara en los lamentos cruzados. Salieron ambos contentos pero sin firmar la prórroga de la tregua de tres meses que concluye el 12 de agosto. Según los enviados de Washington, sólo necesitaban el visto bueno de Donald Trump, un trámite sucinto. Pero no ha llegado aún y, si no hay orden en contra, regresarán los muros arancelarios del 145% para los productos chinos y el 125% para los estadounidenses.
Al saco de reclamaciones chinas se sumarán los nuevos aranceles estadounidenses del 40 % a los «transbordos» o mercancías que no sufren una transformación sustancial en el tránsito de un país a otro. Las importaciones indirectas son la grieta en el dique que pretende taponar Trump. Muchas compañías chinas intuyeron ya hace años tormentas comerciales cíclicas y movieron fábricas y almacenes a otras zonas del mundo, principalmente en el sudeste asiático, para regatear los aranceles estadounidenses. A veces son ensamblajes complejos, otras veces un simple cambio de etiqueta. No mencionó Trump a China, ni falta que hacía, y esta lo interpreta como una cornada a su rol en la cadena de suministros global.
No son ilógicas las pretensiones estadounidenses pero no llegará a las negociaciones en la situación más favorables. Ambos saben que la economía china salió indemne de los embates de la primera potencia mundial y que esta pidió tablas cuando escasearon los minerales raros. A Trump, además, se le intuye anhelante de los fastos pequineses y ha dulcificado el tono con Xi Jinping y China. En ese contexto no suena muy verosímil su amenaza de imponerle los mismos aranceles del 25% que a la India por comprar petróleo ruso. «Puede ser, no lo puedo decir aún», respondió este miércoles el republicano cuando se le planteó el doble rasero.
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