Israel no quiere testimonios del genocidio
Bajo un cielo espeso y húmedo, un millar de personas se concentraron este miércoles a las 19:00 en la plaza Sant Jaume de Barcelona para denunciar el asesinato de seis periodistas palestinos en Gaza, exigir el fin del bloqueo a la prensa en la Franja, y para protestar contra la situación humanitaria desgarradora que viven los gazatíes, día tras día. El acto, convocado por la Comunitat Palestina de Catalunya y la plataforma Prou Complicitat amb Israel, convirtió el corazón político de la ciudad en un eco de cacerolas, gritos de “Free Palestine” y pancartas como “Those who target the journalists, target the truth” («Quienes atacan a periodistas, atacan la verdad»), «Pareu l’holocaust palestí” y “La historia no perdonará vuestro silencio”.
Los rostros de Anas Al-Sharif, Mohammed Qreiqeh, Ibrahim Zaher, Moamen Aliwa y Mohammed Noufal —los cinco miembros de Al Jazeera asesinados— cubrían parte de la plaza, eclipsando la fachada del Palau de la Generalitat. Murieron el pasado domingo en un ataque selectivo del Ejército israelí contra una carpa de prensa cerca del hospital Al Shifa, en Gaza, en lo que el secretario general de la ONU, António Guterres, calificó de “asesinato” y “ataque dirigido” contra profesionales de la información. La condena internacional crece, con pronunciamientos de la Unión Europea y organizaciones defensoras de la libertad de prensa, pero muchos en la protesta dudan de que esas declaraciones se traduzcan en acciones concretas.
La manifestación comenzó sin discursos, sin proclamas: solo una cacerolada muda, con la multitud mirando fijamente las fotos de los reporteros caídos. El calor sofocante hacía brillar las frentes; las lágrimas se mezclaban con el sudor. Delante de la puerta del Palau de la Generalitat, periodistas catalanes, respaldados por más de 140 comités de empresa, profesionales, sindicatos, entidades, colegios profesionales y medios de comunicación catalanes, leyeron un manifiesto que incluía fragmentos de la carta póstuma de Al-Sharif:
“Si estas palabras mías os llegan, sabed que Israel ha conseguido matarme y silenciar mi voz. He vivido el dolor en todos sus detalles… No olvidéis Gaza. Os encomiendo la luz de mis ojos, mi amada hija Sham y mi hijo Salah”.
Posteriormente, se escuchaba un audio enviado desde Gaza por el reportero Sami Abu Salim, procedente de Jabalia y compañero de los fallecidos: “Me he planteado dejar el periodismo… pero ¿quién dirá la verdad si lo hago?”. “Estuve en el funeral de mis compañeros, y me veía yo también con ellos, en la tumba”. La grabación proseguía con las sensaciones y vivencias de una víctima de la guerra. El reportero percibía las acciones israelíes un ataque directo “contra sus compañeros” y pedía “presionar a Israel para detener este genocidio contra periodistas y contra todos”.
Entre el público, Nuria, con los ojos enrojecidos, explicaba: “Estoy aquí por rabia y tristeza. Te sientes impotente. Lo que ves en su país puede pasar aquí, y lo peor es que lo estamos normalizando”. Su amigo Quino añadía: “Primero fueron a por mil, después a por dos mil, y ahora que han visto que no pasa nada, van a por todos”.
En Gaza, la magnitud de la devastación es casi total: el 92 % de las viviendas han sido dañadas o destruidas, 2.300 centros educativos arrasados y el 94 % de los hospitales fuera de servicio. Más de 60.000 muertos, 200.000 desaparecidos y 242 periodistas asesinados, más que en todas las guerras del siglo XX y XXI juntas. Es la guerra más mortífera para el periodismo desde que existen registros. Además, el Ejército israelí no solo ha usado el ataque directo contra los periodistas como arma silenciadora, también ha atacado a sus familiares. Un ejemplo de ello es el caso del veterano reportero Wael Al-Douh, a quien un bombardeo dirigido le arrebató a casi toda su familia.
Maged, con una camiseta estampada con la bandera palestina, se mostraba indignado: “Llevan años matando a palestinos y la gente no se mueve. No quieren que la información llegue al mundo. Van a por ellos. Es indignante”. A su lado, Montse asentía en silencio, con el rostro serio.
Los periodistas gazatíes viven la tragedia más cerca que nunca, no solo porque padecen la hambruna, la falta de agua y el riesgo constante de los bombardeos, sino porque documentan la destrucción de su propia tierra y la muerte de sus vecinos y familiares. Día tras día, hacen cola para conseguir agua o alimentos de los escasos camiones de ayuda, arriesgándose a morir en los ataques que ya han matado a decenas. Ven disparos en las colas del hambre, y además cargan con la responsabilidad de que, si ellos caen, el mundo quede ciego ante la masacre. “Los hemos visto romperse en las conexiones en directo, desmayarse de hambre, llorar a sus padres y a sus hijos asesinados por el Ejército israelí”, decía el texto leído en la plaza.
Joan Lafuente, envuelto en una kufiya y con brazaletes cubriendo sus brazos, lo resumía así: “Vengo a ser testigo de lo que deberíamos hacer todos: protestar contra lo que pasa en Gaza y Cisjordania. La esperanza es muy bonita, pero la realidad es otra: ¿cómo luchas contra medio mundo apoyando esto?”.
«El detonante»
Las tres amigas Kawtar, Nabila y Farah, habituales en estas convocatorias, coincidían en que “lo de los periodistas ha sido el detonante”: “Cuando se ve tan descaradamente que quieren matar a quien nos informa, duele aún más. Mucha gente cree que no sirve de nada, pero sí: poco a poco se consiguen cosas”.
En el manifiesto, se acusó a Israel de querer “perpetrar un genocidio contra el pueblo palestino sin testigos”, y se denunció la “guerra de propaganda contra el periodismo y contra la verdad”.
En el aire estaba presente la misma idea que expresó la presidenta de la Comunitat Palestina de Catalunya, Natalia Abu-Sharar, delante de los micrófonos: “El estado de Israel quiere esconder el genocidio y la limpieza étnica contra el pueblo palestino. Esto va por ellos, por las familias que lo han perdido todo menos la dignidad”, que concluía con: Como mujer palestina siento la fuerza de las voces de mis antepasados”
La concentración terminó como empezó: con ruido y silencio entrelazados. Ruido de cacerolas y cánticos; silencio para recordar a quienes murieron intentando que el mundo no apartara la mirada. Karin, que asistió junto a su hijo, lo resumió en una frase: “Los periodistas son los defensores de la verdad. Y quien quiere ocultarla, la mata”.
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