La agresiva política arancelaria de Trump acelera del deshielo de las relaciones entre China y la India
Soldados chinos e indios se pegaron con piedras, barras de metal y maderos claveteados en un fronterizo valle himaláyico en junio de 2020. Aquella concesión artesanal de dos potencias nucleares le costó una veintena bajas a la India y cinco a China. El choque más fragoroso en medio siglo en una sinuosa frontera de 3.500 kilómetros con numerosas franjas discutidas desencadenó una insensata refriega diplomática con alusiones a guerras pasadas y boicoteos comerciales cruzados. Nunca sus relaciones fueron peores.
Cinco años después, Donald Trump mediante, sus relaciones nunca han sido mejores. India se ha lanzado a los brazos chinos tras los criminales aranceles estadounidenses del 50% por comprar petróleo ruso. La hipocresía es flagrante. Trump no se ha atrevido a sancionar a China por lo mismo e ignorado que Bruselas e incluso Washington siguen adquiriendo fertilizantes y otros productos químicos rusos.
Wang Yi, jefe de la diplomacia china e incansable trotamundos, ha regresado esta semana a Nueva Delhi después de tres años de barbecho. Es sólo el entremés. Narendra Modi, primer ministro indio, pronto aterrizará en China tras siete años sin pisarla. Atenderá la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái, uno de los órganos que apadrina Pekín como alternativa a la arquitectura occidental. En Tianjin compartirá la foto con Xi Jinping, su homólogo chino, y Vladímir Putin, presidente ruso: tres líderes con los que Trump ha tenido roces de diferente intensidad y que, en cualquier caso, comparten sus ansias por un nuevo mundo multipolar.
La ayuda de Trump
Los dos paquidermos asiáticos ya habían iniciado el deshielo. El pasado año acordaron pacificar la frontera y retirar sus ejércitos de algunas zonas. Y tras la reunión en octubre de Xi y Modi en Kazan (Rusia), la primera en un lustro, abordaron deberes atrasados. Han aflojado las restricciones de los visados, están a punto de recuperar los vuelos directos y China permitió que los peregrinos indios entraran en áreas sagradas del Tíbet. Pero la exuberante sintonía actual no se entendería sin la ayuda de Trump.
«Tuvimos una maravillosa reunión en Pekín y estoy muy feliz de que desde entonces, en los últimos nueve meses, ha habido una tendencia al alza», ha afirmado este martes el asesor de seguridad indio, Ajit Doval. El exembajador indio en Pekín, Vijay Gokhale, revelaba esta semana en un editorial en el ‘Times of India’ que «China se ve ahora mejor que nunca». «Los reveses que experimentamos en los últimos años no estaban en los intereses de la gente de nuestros países. Tenemos que vernos como socios y oportunidades, no como adversarios ni amenazas«, ha añadido Wang en Delhi. En la prensa china, inmisericorde azote de la India en las cíclicas crisis, no caben estos días más halagos. «China e India son vecinos y la lista de áreas de cooperación es larga», revela el matutino ‘Global Times’, que da por fracasada la política de contención estadounidense en el continente. China ha anunciado esta semana que reanudará en breve el suministro de fertilizantes, tierras raras y maquinaria para la construcción que necesita la industria india.
Idilio de décadas truncado
La bofetada de Trump interrumpe un idilio de décadas con Nueva Delhi. Está en juego la cooperación en amplios sectores comerciales, especialmente el tecnológico, y en defensa. En la democrática India ha confiado Estados Unidos para frenar la influencia china en Asia. La química entre Modi y Trump, ultranacionalistas y populistas, aceitó las relaciones bilaterales en la década pasada. El Gobierno indio ignoró la neutralidad diplomática en las siguientes elecciones y apoyó sin recato al millonario neoyorquino. No importó su derrota. La afinidad siguió con Joe Biden, atareado en reforzar las alianzas que arrinconaban a China, y se daba por descontada en el segundo mandato de Trump. Esperaba la India un trato de favor en su reparto arancelario global y recibió con tanta perplejidad la primera tarascada del 25% como desolación generó la ampliación al 50%. Algunos analistas sostienen que a Trump le movió su lastimada autoestima. Fue tras el reciente conflicto armado entre Pakistán y la India. Islamabad le atribuyó el alto el fuego a Trump y le propuso para el Nobel de la Paz mientras Nueva Delhi se mantuvo en los márgenes de la realidad.
No escasea la buena voluntad estos días en China a la India, pero tampoco las razones estructurales para la discordia. Pekín le afea a Nueva Delhi que integre el Quad, una alianza de seguridad de Estados Unidos, Australia y Japón con la indisimulada misión de socavarla. A la India le inquietan los lazos estrechos de China con Pakistán, su enemigo regional, y especialmente sus ventas de armamento. También les separa el comercio, con la India intentando aprovecharse de la deslocalización de fábricas de China o prohibiendo aplicaciones como TikTok. Pero todos esos pleitos, los viejos y los nuevos, pesan ahora menos que su defensa frente a la asilvestrada política comercial de Trump. Lo pidió Xi: que las relaciones sinoindias sean «un armonioso tango entre el elefante y el dragón».
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