La capilla de Riofabar, el tesoro rural de Piloña que sobrevive gracias a sus vecinos
Enclavada en Riofabar, una pequeña aldea del concejo de Piloña, la capilla de San Tirso se alza como un discreto tesoro del patrimonio rural asturiano y guarda en su interior una auténtica joya devocional: una réplica de la Santina de Covadonga. Situada a 325 metros de altitud, al final de la carretera PI-4, aparece esta bonita ermita de piedra a medio camino entre Espinaréu y el área recreativa de La Pesanca, punto de partida de algunas de las rutas de montaña más emblemáticas del municipio.
[–>[–>[–>La construcción original, aseguran los vecinos, tiene al menos dos siglos, y aunque el paso del tiempo ha dejado su huella, su conservación se mantiene gracias al empeño de un puñado de manos voluntarias. Entre quienes la cuidan están Dulce Espina y Cesáreo Anselmo, matrimonio de jubilados que pasa largas temporadas en el pueblo, y Belén González, vecina de Piedras Blancas que siempre que puede se asienta en este rincón piloñés. Ellos son los auténticos guardianes de este pequeño templo rural.
[–> [–>[–>La capilla de San Tirso tuvo su primera gran restauración en 1965, cuando se renovó parte de la estructura. Presenta una pequeña portilla, un pórtico resguardado y, tras la verja interior, unos bancos alineados frente al altar. En las paredes cuelgan crucifijos de procedencia incierta, y al fondo descansan tres imágenes: San Tirso, patrón del pueblo; San Rafael y en el centro, la réplica de la Virgen de Covadonga. En el exterior, una pequeña fuente pública de piedra y algunas plantas completan la estampa.
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La réplica de la Santina: un misterio devocional
[–>[–>[–>La presencia de la talla de la Santina en Riofabar es una de las particularidades que hacen especial esta capilla. Colocada cuidadosamente sobre un pedestal de piedra y adornada con flores, ocupa el espacio central del altar, y atrae a caminantes y turistas que se acercan movidos por la curiosidad o la devoción.
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«Es una réplica muy guapa». Alguien que estaba enfermo la trajo y la donó al pueblo», cuenta Belén. No saben exactamente cuándo llegó ni quién fue el donante, pero la imagen se ha convertido en un símbolo de fe para quienes viven o regresan a la localidad piloñesa. Vecinos y visitantes que la descubren rezan ante ella «igual que si fuera la original», convencidos de que su valor espiritual es el mismo que el de la Santina del Real Sitio.
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[–>Quizás también ha traído algún que otro milagro: «Hubo una época en la que la capilla estaba muy mal y no había dinero para hacer nada. Pero entonces alguien, que no se sabe quién, hizo una importante donación. Y a partir de ahí, el resto de vecinos también aportamos el resto de dinero para poder pagar la rehabilitación del tejado», explica Belén.
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Réplica de la Santina de Covagonda / J. Quince
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La fuerza de la sextaferia vecinal
[–>[–>[–>Hace poco más de una década, una nueva rehabilitación devolvió el esplendor a la capilla. Fue un esfuerzo colectivo realizado en sextaferia, con trabajo voluntario y donaciones vecinales. Durante aquella restauración se sustituyó la techumbre, se limpió a fondo el interior y el exterior, y se aplicó una nueva capa de pintura, algo que se sigue haciendo asiduamente.
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La capilla sigue necesitando cuidados periódicos. La última actuación consistió en reforzar el tejado: para evitar humedades: «Por encima hay castañedos y las hojas caían al tejado. El año pasado se puso onduline porque llovía todos los días, las tejas se llenaban de hojas y el agua caía por las paredes destrozándolo todo», recuerda Belén.
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A pesar de la luminosidad de la capilla, una de las reivindicaciones actuales es la falta de electricidad en su interior: «Antes teníamos luz, pero el Ayuntamiento nos la cortó. Ahora solo pedimos que nos la enganchen de nuevo». Mientras tanto, el mantenimiento depende de los propios fieles. La capilla dispone de velas que los visitantes pueden encender «a cambio de una moneda», lo que ayuda a financiar gastos básicos: «Nos hace falta dinero, porque la capilla la mantenemos con los medios de los vecinos», recuerda.
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Ermita de San Tirso de Riofabar / J. Quince
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La capilla es, dice, «lo más interesante que tiene el pueblo», y por eso defienden mantener viva la tradición. El primer domingo de mayo celebran la fiesta del patrón con una misa especial, aunque cada vez resulta más difícil organizar la celebración: «Ahora un solo cura tiene que ocuparse de muchas parroquias y no da abasto. Hay que avisar con mucha antelación para que venga el día de la fiesta», explica. Entre semana no hay misa, y quienes lo desean deben desplazarse hasta Espinaréu: «Pero aunque no haya misa, esto está mantenido. Queremos que esto no se acabe, no se puede dejar abandonado», afirma con firmeza.
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En Riofabar viven menos de una decena de personas durante el invierno, pero en verano las segundas residencias devuelven la vida a la aldea. Son precisamente esos vecinos de ida y vuelta, Dulce, Cesáreo y Belén, entre otros, quienes sostienen la capilla. Con todo, hay también anónimos que aportan su granito de arena y que contribuyen a aumentar la riqueza de la ermita: «La gente viene y dona… San Rafael también lo trajo alguien hace muchísimos años y ahí quedó. Los crucifijos de las paredes también… No sabemos quién», cuenta Belén, consciente de que la historia del templo es en parte misterio y en parte comunidad. No así la imagen de San Tirso, que asegura, es la más antigua: «Cuando yo nací ya estaba, y tengo 70 años».
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Si no fuera por estos guardianes de la tradición, la capilla de San Tirso hace tiempo que habría desaparecido. Pero resiste, y lo hace porque aún hay quienes son capaces de invertir su tiempo y dinero en arreglarla, limpiarla, pintarla, adornarla con flores y, sobre todo, cuidarla con cariño, manteniendo viva la memoria de su comunidad.
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Imágenes de San Tirso, la Virgen de Covadonga y San Rafael / J. Quince
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