la incierta herencia del hombre que no supo irse
Cuando Joe Biden llegó hace cuatro años a la Casa Blanca colgó en un lugar central del Despacho Oval un retrato de Franklin Delano Roosevelt, el presidente que ayudó a sacar a Estados Unidos de la Gran Depresión, con el New Deal transformó el papel del Gobierno en la economía y sentó las bases del Estado del bienestar. Era una clara señal de las aspiraciones del demócrata para esa presidencia que durante tanto tiempo había acariciado y que, a los 78 años, después de 36 como senador y ocho como vicepresidente de Barack Obama, había por fin conseguido.
[–>[–>[–>[–>La elección de Biden en mitad de la histórica pandemia del covid 19 había llegado, además, con una victoria sobre Donald Trump, el republicano que los cuatro años previos había sacudido los cimientos de la política y, como se ratificaría el 6 de enero de 2021 en el asalto al Capitolio, de la democracia estadounidense. El de los dos había sido un duelo planteado por el demócrata como una lucha por el etéreo concepto del “alma” del país. Pero los estadounidenses le dieron un triunfo concreto y otorgaron al veterano centrista que ofrecía un regreso a la normalidad la posibilidad de dejar la presidencia de Trump como un asterisco en la historia.
[–>No sucedió. Al contrario. Este lunes, tras una contundente victoria electoral en noviembre, es Trump quien vuelve a jurar el cargo en el Capitolio y Biden quien sale de la Casa Blanca tras un solo mandato. Y es él el asterisco, o un paréntesis, en la historia.
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Su legado solo se asentará con el paso del tiempo y dependiendo de los narradores pero queda por ahora como una incógnita, teñida, eso sí, por una sombra cierta: la del orgullo y el ego de un hombre que no supo irse. Porque Biden olvidó su promesa de ser un “puente” hacia nuevas generaciones, se aferró a los resultados en las legislativas de 2022 para obstinarse en seguir como candidato ignorando sus vulnerabilidades, aunque sus propios votantes ya decían que lo veían demasiado mayor.
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Solo se retiró forzado y presionado cuando sus disminuidas capacidades se hicieron evidentes en su desastroso debate ante Trump. Y su obcecación dejó a los demócratas sin un proceso de primarias y dañó las posibilidades ante Trump de su vicepresidenta y relevo en la candidatura, Kamala Harris. Quizá, si es consuelo para él, nada habría impedido el retorno de Trump porque quizá, como ha dicho el historiador de Princeton Sean Wilentz, “el hecho es que la anormalidad no acabó” con Biden ni durante su interregno.
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Logros
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En los últimos días Biden y su casa Blanca se han esforzado por subrayar lo conseguido en sus cuatro años de presidencia, por marcar las líneas sobre las que asentar ese legado. Es un listado encabezado por la idea de que el país es “más fuerte, más próspero y más seguro” que hace cuatro años.
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Ahí están para sustentar esa idea la exitosa campaña de vacunación ante la pandemia y la mejor salida de esa crisis de ninguna economía del mundo. Están la recesión esquivada, más de 16 millones de empleos creados en cuatro años, la apertura récord de 21 millones de nuevas pequeñas empresas o la recuperación de salarios más fuerte en cinco décadas.
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Están también otros logros como el triunfo frente a las grandes farmacéuticas para limitar precios de medicamentos, o más ayudas para veteranos o legislación de control de armas. Pero, sobre todo, está la legislación bipartidista con la que, tras décadas de promesas incumplidas de predecesores de todo color político, logró que se aprobara destinar un billón de dólares a proyectos de infraestructura.
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Biden además deja una herencia de revitalización de la base de producción industrial, especialmente en el sector de los semiconductores, y legislación histórica en materia de lucha contra cambio climático, con 370.000 millones de dólares apropiados por el Congreso para inversiones en energía verde y numerosas medidas de preservación, que pese a lo que digan los críticos no evitaron que bajo su mandato se alcanzaran niveles récord de producción de petróleo y gas.
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Aunque forzado por la oposición republicana y la resistencia de los demócratas más conservadores Biden tuvo que abandonar algunas de las ideas más ambiciosas y progresistas que había abrazado para una auténtica transformación de la economía, poniendo todo el peso del Gobierno en el refuerzo del Estado de bienestar y en el combate de la injusticia social, ha dejado sentadas bases de cambios profundos. Uno de sus problemas es que algunos, muchos, pueden tardar años y décadas en palparse. “Llevará tiempo sentir el impacto de todo lo que hemos hecho juntos, pero las semillas están plantadas, y crecerán y florecerán por décadas venideras”, aseguraba en su discurso de despedida a la nación el miércoles.
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Puntos negros y ninguna autocrítica
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Ni en esa intervención en la que se centró especialmente en alertar de la llegada de una oligarquía ni por ningún lado hay rastro de autocrítica, el mineral más raro no ya solo para Biden, sino en todo el planeta de la política. Sin embargo, no hay que excavar demasiado para sacar a la luz los muchos elementos que manchan la herencia del demócrata, en muchos casos la otra cara de la moneda de algunos de sus logros.
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La lucha contra la pandemia prendió las llamas de ira y rebelión contra los mandatos de máscaras y vacunas o los confinamientos, con llamas azuzadas por los conservadores y alimentadas por teorías conspiratorias. Las ayudas y estímulos para salir de la pandemia fueron uno de los factores que contribuyeron a que el país haya enfrentado bajo el demócrata la mayor inflación en 40 años. Aunque del tope de 9,1% en 2022 ha bajado al 2,9% con que se despide, el alza de los precios acumulada en su mandato es del 20%.
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El descontento generalizado con esa situación fue similar al que provocó la inmigración, que en su presidencia vio dispararse a números inéditos los cruces ilegales y sometió a intensas presiones de gasto y sociales a estados y ciudades de todo el país. No fue hasta el verano pasado, después de ver el esfuerzo bipartidista de regulación torpedeado por Trump, cuando Biden empezó a tratar de afrontar el problema con órdenes ejecutivas. Demasiado poco, demasiado tarde, más con Trump explotando la indignación.
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Biden fue también el presidente que puso fin a la guerra más larga de EEUU, pero la desastrosa salida de Afganistán, con 13 soldados estadounidenses fallecidos y caóticas imágenes de desesperación conforme los talibanes regresaban al poder, marcó el momento en que empezó a caer en picado su aprobación.
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Tras los años del EEUU primero de Trump y el aislacionismo, ademas, volvió a posicionar a EEUU en el tablero global y en la senda del multilateralismo. Con él, por ejemplo, la OTAN se reforzó y ha integrado a Suecia y Finlandia y Biden lideró el esfuerzo para ayudar a Ucrania a contener inicialmente la invasión de Rusia. Esa guerra, no obstante, continúa, y el respaldo a seguir apoyando a Kiev entre los ciudadanos, sobre todo muchos republicanos, se ha erosionado.
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También bajo su mandato estalló la guerra en la Franja de Gaza, 15 meses de ataque implacable de Israel en respuesta a los atentados de Hamás del 7 de octubre. Y Biden, castigado por muchos demócratas por su apoyo inquebrantable a Israel pero ninguneado por Binyamín Netanyahu, ha podido despedirse con un acuerdo de alto el fuego, pero sin la llegada de Trump a la Casa Blanca es difícil pensar que se habría conseguido esa tregua.
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Todos son factores que explican que Biden sea el presidente que, desde Jimmy Carter, se despide con el nivel más bajo de aprobación, por debajo del 37% según el agregado de encuestas de Fivethirtyeight, menor incluso que el que tenía Trump en enero de 2021 tras el asalto al Capitolio. Y a diferencia del recientemente fallecido Carter, Biden no deja la Casa Blanca con 56 años sino con 82. No tiene tiempo para edificar una vida, y una narrativa, pospresidencial.
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El criticado perdón que en diciembre concedió asu hijo Hunter es otra de las manchas que lastrará ese legado que ya muchos consideraban conflictivo, ensombrecido por su resistencia a dar el prometido relevo a otros líderes demócratas. Y lo resumía así el historiador Douglas Brinkley, profesor de Rice University, en unas declaraciones a ‘USA Today’: «A su favor tenía que parecía que sus mantras eran el servicio público y el estado de la democracia pero al final empezó a parecer que era solo otro político egoísta”.
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