La Transición fue un milagro político dirigido por Torcuato Fernández Miranda
Francisco Ballesteros Villar nació en Oviedo el 11 de mayo de 1940. Hijo del periodista Antonio Ballesteros de Martos y de Josefina Villar, se casó en 1963 con María Teresa Garrido Simón, con quien tuvo cinco hijos. Estudió Derecho y Graduado Social en la Universidad de Oviedo, donde también se doctoró en 1975 con una tesis sobre la naturaleza jurídico-pública de los sindicatos. Fue profesor de Derecho Constitucional desde 1963 hasta su jubilación y ejerció como abogado desde 1968 hasta hace tres años. Colaboró con sindicatos médicos, aseguradoras y asociaciones profesionales. Durante el franquismo, fue expedientado por sus posturas críticas y reformistas. Ocupó cargos como subjefe provincial del Movimiento en Asturias (1972) y gobernador civil de Segovia en 1976. Recibió distinciones como la Encomienda de la Orden de Cisneros (1967) y la Medalla de Plata al Mérito Profesional (1987). Apasionado de la montaña, escribió varios libros sobre los Picos de Europa y Covadonga, combinando historia y etnografía.
[–>[–>[–>¿Qué edad tenía ese 20-N?
[–> [–>[–>Treinta y cinco años. En plena madurez profesional.
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¿Dónde estaba?
[–>[–>[–>Fue un día normal de trabajo. Yo estaba en la Jefatura del Movimiento y también daba clases. Fui profesor ayudante de Torcuato Fernández Miranda y seguía ejerciendo la abogacía. No hubo sorpresas ni grandes alteraciones.
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Fue un acontecimiento esperado. Franco estaba en un deterioro físico evidente, así que sabíamos que ocurriría en cualquier momento. Lo que sí había era inquietud: ¿qué pasaría después? Pero tuvimos la suerte de que el rey encargó la Transición a un asturiano extraordinario: Torcuato Fernández Miranda. Fue el presidente del tribunal de mi de mi tesis doctoral. Tuve muchas reuniones con él.
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[–>¿Por qué lo considera tan determinante?
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Porque fue el auténtico arquitecto de la Transición. Suárez, el rey y el pueblo tuvieron papeles importantes, sin duda, pero el autor intelectual, el director y ejecutor del proceso fue Torcuato Fernández Miranda. Y lo hizo de manera ejemplar: España pasó de un régimen autoritario a una democracia sin un solo tiro. Es un caso único en la historia contemporánea, estudiado en universidades de todo el mundo, incluso más en Estados Unidos que aquí. Un milagro político.
[–>[–>[–>¿Y qué ambiente se respiraba en las calles?
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Más que de euforia o tristeza, era de expectativa. La gente se preguntaba qué iba a ocurrir. No hubo manifestaciones ni grandes muestras de alegría o rechazo. Lo que sí hubo fueron colas kilométricas para pasar delante del cadáver de Franco. Algunos dicen que iban por curiosidad, pero yo creo que también había sentimiento y respeto.
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¿Pensaba que las cosas iban a cambiar mucho?
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Sí, tenían que cambiar a la fuerza. Ya en el Congreso Nacional del SEU en Cuenca, con Martín Villa al frente, pedimos una evolución política hacia la democracia, igual que se había producido un desarrollo económico. Aquello nos costó un intento de expediente por parte del Ministerio de Información y Turismo, entonces en manos de los democristianos, que paradójicamente eran los más inmovilistas.
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¿Se podía hablar libremente de política?
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Depende de cada uno. Las actitudes variaban. No era lo mismo la visión de quienes habían vivido la guerra civil que la de los que nacimos después. Pero entre los jóvenes ya predominaba la expectativa de cambio.
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¿Ya se notaban señales de apertura dentro del régimen?
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Sí, claro. Las nuevas generaciones traían otra mentalidad. No habíamos vivido la guerra y, por tanto, no compartíamos los mismos miedos ni prejuicios. Había más libertad y más deseo de apertura.
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—Vivió la Transición desde dentro. ¿Cómo recuerda aquel proceso?
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Viví la Transición desde dentro y, por tanto, sé perfectamente quién participó en ella y quién no. A veces escucho a gente decir que no tuvieron relación con el régimen de Franco y, sin embargo, los conocí, los vi en mi despacho, vinieron muchas veces. Pero, en fin, eso ya pertenece al pasado.
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Estos días se vuelve a hablar mucho de la Transición, especialmente con las memorias del Rey emérito. ¿Qué piensa de cómo se está revisando aquel periodo?
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Es lógico que se revise desde distintos puntos de vista. Pero también es inevitable que aparezcan quienes intentan reescribir la historia o negar hechos evidentes. La Transición fue un proceso único en el mundo.
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¿Existía temor a otra guerra civil?
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Entre los mayores, sí. Era un temor latente, pero no se manifestó públicamente. Cada uno lo vivía de forma individual.
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¿Y en lo cultural? ¿Llegaban influencias del exterior?
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Sí, había censura, pero ya era más liviana. Entre los jóvenes existía una clara tendencia a abrirse a Europa. Íbamos al cine club, al teatro universitario, y veíamos películas y obras tan avanzadas como en cualquier país europeo.
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Ha dicho en alguna ocasión que no se puede hablar del «régimen de Franco» como algo único. ¿A qué se refiere?
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Exacto. No hubo un solo régimen de Franco, sino varios: El de la guerra civil. El de la posguerra hasta la Segunda Guerra Mundial. El posterior a 1945, cuando el triunfo aliado obligó a cambiar planteamientos. El del desarrollismo económico, donde España alcanzó el octavo puesto industrial del mundo. Y, finalmente, la etapa de apertura política antes de su muerte. Por eso, cuando se habla de censura o represión, hay que preguntar de qué etapa estamos hablando.
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A pesar de esa apertura, hubo fusilamientos en los últimos años…
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Sí, y dañaron gravemente la imagen de España. Pero Franco, en esa época, ya no intervenía activamente. Firmaba lo que le ponían delante. Había dentro del régimen fuerzas contrarias a cualquier apertura.
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¿Qué papel tuvieron los sindicatos?
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Ninguno relevante entonces. La Transición fue un proceso político, no sindical.
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¿Y qué papel atribuye al rey Juan Carlos I?
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Importante, pero no principal. Su papel, como el de Suárez, tuvo dos fases. Mientras siguieron las directrices de Torcuato, todo fue bien. Pero cuando creyeron que podían prescindir de él, comenzó el declive: dimitió, se marchó a Londres y murió allí, dolido por el trato recibido. Si él hubiera seguido al frente, la historia habría sido distinta.
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¿Qué papel tuvo el asturiano Sabino Fernández Campo?
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Importante, pero distinto. No influyó en la Transición política, sino en la relación del rey con su entorno, intentando mantenerlo en su sitio, cosa difícil. Fue un hombre leal y prudente.
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Ha mencionado en alguna ocasión que hoy no vivimos en una democracia plena. ¿Por qué?
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Porque lo que tenemos no es una democracia, sino una partitocracia. Los partidos se han convertido en fines en sí mismos. El Estado de derecho está amenazado, y sólo el poder judicial y algunos medios intentan defenderlo. Para mí, es el mayor peligro actual.
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¿Cómo explica que algunos jóvenes hoy idealicen el franquismo?
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Es una reacción generacional. Muchos hijos de dirigentes antifranquistas proceden, en realidad, de familias del régimen. Y ahora sus hijos reaccionan contra ellos. Además, los jóvenes actuales se sienten frustrados: vivienda, empleo, estabilidad… problemas que el gobierno no ha resuelto. Esa frustración alimenta los extremismos.
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¿Y el papel de la mujer en aquel tiempo?
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Estaba limitado, sí, pero no era algo exclusivo del franquismo. Era una herencia histórica. El Código Civil, que venía del siglo XIX, ya establecía una posición de inferioridad jurídica para la mujer. Eso cambió después.
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¿Qué cree que pensaría hoy Torcuato Fernández Miranda de la España actual?
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Difícil saberlo, pero seguro que estaría decepcionado. Su idea era construir una democracia de consenso, centrada, y lo que tenemos es una política pendular entre extremos.
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¿La política española funciona como un péndulo?
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Totalmente. Toda política extrema genera su opuesta. De la misma forma que el extremismo de izquierda ha dado pie al de derecha, y viceversa. Si Sánchez se apoya en la extrema izquierda, está legitimando a la extrema derecha. En la Transición buscábamos un centro político estable, y eso se ha perdido.
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En 1982, el PSOE arrasó en las elecciones. ¿Cómo lo vivió?
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Fue sorprendente incluso para ellos. No estaban preparados para gobernar. Muchos de esos votos vinieron de gente del régimen anterior. Felipe González tuvo el acierto de renunciar al marxismo, lo que permitió que mucha gente perdiera el miedo a votar socialista.
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Estos días se habla de la resignificación del Valle de los Caídos.
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Me parece bien que haya memoria histórica, pero sólo si es completa y reconciliadora, no partidista. No podemos usar el pasado para dividir. Si queremos que no haya otra guerra civil, debemos reconciliarnos, no enfrentarnos.
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¿Y las redes sociales, contribuyen al enfrentamiento permanente?
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Sí, totalmente. No fomentan el diálogo, sino el insulto. Y se ha trasladado el tono de los mítines al Parlamento. Eso no es democracia: el Parlamento debe ser un espacio para hablar, no para pelear. Es una partitocracia lo que tenemos. Y una partitocracia puede ser la antesala de la dictadura. Ya lo hemos visto en otros países. No olvidemos lo que hemos conseguido, ni lo perdamos por sectarismo o fanatismo.
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Por cierto, ¿es usted franquista?
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He sido, soy y seré siempre admirador de José Antonio Primo de Rivera. De no haber sido fusilado, la historia de la Guerra Civil habría sido distinta.
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