La tregua en Líbano cumple un año con el desarme de Hizbulá en el aire y la amenaza israelí de una nueva ofensiva
En un país y una región acostumbrados a vivir en un impasse permanente, hoy se cumple un año de incertidumbres sobre el alto el fuego entre Tel Aviv y Hezbollah después de varias semanas de castigo israelí a la entonces más poderosa de las fuerzas proxy de la República Islámica del Irán. Doce meses de teórica tregua -porque Israel no ha dejado de atacar objetivos personales o infraestructuras de la entidad terrorista en el sur y el valle de la Beka- marcadas por El declive sufrido por Hezbollahque vio caer, uno tras otro, a todos sus comandantes en el otoño de 2024 y el plan teórico del Gobierno libanés de proceder a su desarme, infructuoso hasta ahora a pesar de las presiones estadounidenses -e israelíes- y de la debilidad de la organización chiita.
El 27 de noviembre se produce además apenas cinco días después de que un avión israelí matara al número dos de Hezbolá, el considerado jefe de su Estado Mayor, Haytham Ali Tabatabai, en un edificio residencial situado en el feudo de la organización en el sur de Beirut, y en vísperas de la visita del Papa León al país levantino en el primer viaje apostólico de su papado.
Casi coincidiendo con el primer aniversario del cese de hostilidades y a pesar de que Hezbollah no ha podido responder -o lo ha evitado- a ninguna de las acciones bélicas israelíes, el mensaje del Gobierno de Netanyahu es claro: cualquier intento de la organización chiita libanesa de reorganizarse en el sur -tomada como base del acuerdo de hace un año, la resolución 1701 del Consejo de Seguridad de la ONU de 2006 exige la retirada de todas las milicias entre la Línea Azul y la Río Litani – será considerado una violación de la tregua y, por tanto, Israel se considera libre de actuar con el uso de la fuerza. Al igual que Tel Aviv, que sigue controlando varias posiciones en el sur del país levantino, no ha dejado de hacerlo ante la impotencia de las autoridades libanesas durante los últimos doce meses. Según Naciones Unidas, al menos 127 personas han muerto desde que entró en vigor la tregua; El gobierno libanés eleva la cifra a más de 330.
Mientras tanto, desde la toma de posesión del actual presidente, Joseph Aoun, y la formación del Gobierno encabezado por Nawaf Salam a principios de año, Las autoridades libanesas vienen defendiendo el desarme de Hezbolá y del resto de milicias -las palestinas- presentes en su territorio como paso previo para que el Estado recupere su monopolio de la fuerza. El pasado mes de septiembre, el Gobierno dio luz verde a un plan militar para llevar a cabo el desarme de Hezbolá. Casi cuatro meses después, su aplicación sigue estancada.
La verdad es que, sin la cooperación de una organización que ha dejado claro que no renunciará a la «resistencia» contra «el enemigo sionista» y a la aquiescencia -en última instancia de Irán-, Beirut es consciente de que sus posibilidades son escasas frente a una organización fuertemente arraigada en la sociedad chiita y todavía en posesión de un importante arsenal. atrapado, las autoridades libanesas, que quieren evitar a toda costa un enfrentamiento entre Hezbollah y las fuerzas armadas, Necesita el tiempo que ni Trump ni Netanyahu están dispuestos a darle.
Con sus continuos ataques en el sur del país, el valle de la Bekaa -el otro bastión de Hezbollah en el este- y los suburbios de mayoría chiita del sur de Beirut, Israel ha dejado claro que no está dispuesto a esperar indefinidamente a pesar de haber prácticamente neutralizado la amenaza.. No en vano, este miércoles el ministro de Defensa del gabinete de Netanyahu, Israel Katz, amenaza en una sesión parlamentaria con “volver a intervenir con la fuerza” en el Líbano, según informó ayer el diario libanés L’Orient-Le Jour.
Aparte de la cuestión de Hezbollah, los últimos meses también han sido de espera una población castigada por años de guerra, desgobierno, parálisis institucional, corrupción, colapso de la libra y divisiones. Aunque una parte importante de la economía libanesa depende de la actividad de la diáspora -que, según ciertas estimaciones, asciende a 14 millones de personas, una población significativamente mayor que la del propio país-, la población ha experimentado una pérdida irrevocable de poder adquisitivo en los últimos años.
Las autoridades libanesas siguen sin poder cumplir con las exigencias de un FMI que condiciona los 3.000 millones de dólares de ayuda financiera inicial -prometidos hace más de tres años- a la ejecución de un amplio programa de reformas. A falta de buenas noticias, al menos una parte de la población -cristiana, aunque no sólo- recibirá seguramente con los brazos abiertos al Papa León y su mensaje de esperanza y paz.
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