Lee el texto íntegro del discurso de Navidad del rey Felipe VI 2025
Un año más, el Rey Felipe VI se dirigió al pueblo español en su tradicional mensaje navideño. Centró su discurso en la «convivencia», en particular en la convivencia democrática, que definió como resultado de la memoria del camino recorrido y de la confianza en el presente y el futuro. En este contexto, ha recordado el 50 aniversario de la Transición, un periodo clave en la historia reciente de España.
El Rey subrayó la importancia de la perspectiva histórica para comprender la profunda transformación experimentada por el país durante las últimas cinco décadas, un proceso que ha permitido la consolidación de las libertades democráticas, el pluralismo político, la descentralización, la apertura al exterior y la prosperidad.
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Buenas noches. Hace 40 años, en este mismo Salón de Columnas del Palacio Real de Madrid, se firmó el tratado por el que ingresamos en las Comunidades Europeas. También quedaron satisfechos 50 años desde el inicio de nuestra transición democrática. Estos cumpleaños me animan a hablaros, esta tarde de Navidad, de convivencia; de nuestra convivencia democrática, a través de la memoria del camino recorrido y la confianza en el presente y el futuro.
La Transición fue sobre todo un ejercicio colectivo de responsabilidad. Nació del deseo común de construir un futuro de libertad basado en el diálogo. Quienes lideraron este proceso lograron finalmente que el pueblo español en su conjunto fuera el verdadero protagonista de su futuro y asumiera plenamente su poder soberano. Aún con sus diferencias y dudas, lograron superar sus desacuerdos y transformar la incertidumbre en un punto de partida sólido, sin estar seguros de lograr lo que buscaban. Esta valentía –avanzar sin garantías, pero unidos– es una de las lecciones más valiosas que nos dejaron.
El resultado de este impulso fue nuestra Constitución de 1978, el conjunto de objetivos comunes sobre los que se construye nuestro presente y nuestra convivencia, un marco lo suficientemente amplio como para que entremos todos, en toda nuestra diversidad.
Nuestra integración en el proceso de integración europea fue el otro paso decisivo, apasionante y movilizador. Y también fue fruto de un compromiso colectivo: el de un país que quería cerrar una etapa marcada por un prolongado alejamiento de una Europa con la que compartimos principios y valores y un proyecto común de futuro. Europa no sólo ha traído modernización y progreso económico y social: ha fortalecido nuestras libertades democráticas.
Esta perspectiva histórica nos ayuda observar que España ha experimentado una transformación sin precedentes a lo largo de estas cinco décadas, que han permitido la consolidación de las libertades democráticas, el pluralismo político, la descentralización, la apertura al exterior y la prosperidad.
Nuestra sociedad está forjada por generaciones que recuerdan la Transición y por otras que no la vivieron y que nacieron y crecieron en democracia y libertad. Generaciones de personas mayores que han visto a España cambiar como nunca en nuestra historia; generaciones de adultos que concilian, a costa de un gran esfuerzo, responsabilidades profesionales, familiares y personales; y generaciones de jóvenes que hoy afrontan nuevas dificultades con iniciativa y compromiso.
Todos son necesarios para avanzar de manera justa y coherente. Y me dirijo a todos ellos. Ciertamente vivimos en tiempos exigentes. Muchos ciudadanos creen que el aumento del costo de vida limita sus oportunidades de avance; que el acceso a la vivienda constituye un obstáculo para los proyectos de tantos jóvenes; que la rapidez del progreso tecnológico genera incertidumbre respecto del empleo; o que los fenómenos climáticos constituyen una situación creciente y a veces trágica. Nos enfrentamos a muchos retos… Y los ciudadanos también perciben que la tensión en el debate público provoca aburrimiento, desencanto y desafección. Realidades, todas ellas, que no pueden resolverse ni con retórica ni con voluntarismo.
A lo largo de estos 50 años, nuestro país ha demostrado reiteradamente que sabe responder a los desafíos internos y externos cuando hay voluntad, perseverancia y visión de país. Lo hemos visto en las crisis económicas, en las emergencias sanitarias, ante los desastres naturales, y también lo vemos todos los días en el trabajo tranquilo y responsable de millones de personas.
España progresó cuando supimos encontrar objetivos para compartir. Y la raíz de cualquier proyecto compartido es necesariamente la convivencia. Ya he hablado de ello varias veces, pero es la base de nuestra vida democrática. Quienes nos precedieron pudieron construirlo incluso en circunstancias difíciles, como las de hace 50 años.
Pero la convivencia no es un legado eterno. No basta haberlo recibido: es una construcción frágil. Por eso todos debemos hacer de la preocupación por la convivencia nuestro trabajo diario. Y para eso necesitamos confianza. En este mundo convulso, donde el multilateralismo y el orden mundial están en crisis, las sociedades democráticas atraviesan, y estamos atravesando, una preocupante crisis de confianza. Y esta realidad afecta gravemente a la mente de los ciudadanos y a la credibilidad de las instituciones.
El extremismo, el radicalismo y el populismo se alimentan de esta falta de confianza, desinformación, desigualdad, desencanto con el presente y dudas sobre cómo afrontar el futuro. No basta con recordar que ya hemos estado allí antes, que ya conocemos este capítulo de la historia y que ha tenido consecuencias desastrosas. Depende de todos nosotros preservar la confianza en nuestra coexistencia democrática. Preguntémonos, sin mirar a nadie, sin buscar las responsabilidades de los demás: ¿qué podemos hacer cada uno de nosotros para fortalecer esta convivencia? ¿Qué líneas rojas no se deben traspasar?
Hablo de diálogo, porque las soluciones a nuestros problemas requieren de la participación, responsabilidad y compromiso de todos; Me refiero a respetar el idioma y escuchar las opiniones de los demás; Me refiero a una particular ejemplaridad en el ejercicio de todos los poderes públicos; también empatía; y la necesidad de colocar la dignidad de los seres humanos, particularmente los más vulnerables, en el centro de todos los discursos y políticas.
Recordemos, en esta Nochebuena, que en una democracia las ideas propias nunca pueden ser dogmas, ni las ajenas, amenazas; que avanzar consiste en dar pasos, con acuerdos y renuncias, pero en la misma dirección, sin que vaya en detrimento de la caída del otro; que España es ante todo un proyecto compartido: una forma de aunar –y hacer realidad– intereses y aspiraciones individuales en torno a una misma noción de bien común.
Cada época histórica tiene sus propios desafíos. No hay caminos fáciles. Los nuestros no son ni más ni menos que los de nuestros padres o abuelos. Pero tenemos un gran activo: nuestra capacidad para afrontarlos juntos.
Hagámoslo con el recuerdo de estos 50 años y hagámoslo con total confianza. El miedo sólo construye barreras y genera ruido, y las barreras y el ruido nos impiden comprender la realidad en toda su extensión.
Somos un país grande. España está llena de iniciativa y talento, y creo que el mundo necesita más que nunca de nuestra sensibilidad, nuestra creatividad y nuestra capacidad de trabajo, nuestro sentido de justicia y equidad y nuestro compromiso decidido con Europa, sus principios y sus valores.
Podemos alcanzar nuestras metas, con aciertos y errores, si las emprendemos juntos; todos participando, con orgullo, de este gran proyecto de vida común que es España.
Con el convencimiento de que juntos podremos avanzar en esta dirección, reciban mis mejores deseos para estos días y el nuevo año, así como los de la Reina y los de nuestras hijas, la Princesa Leonor y la Infanta Sofía.
Feliz Navidad a todos. Eguberri, Bon Nadal, Boas Festas.
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