LEY DE CIENCIA ASTURIAS | La ley de Ciencia como estandarte para guiar el cambio de Asturias
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La ley científica como estándar para guiar el cambio de Asturias / LNE
Para convertir el conocimiento y las ideas en pilar de la economía no existen autonomías pequeñas, sino falta de aspiraciones y audacia. Con la nueva ley de Ciencia, Asturias empieza a pensar en grande y da un salto cualitativo para hacer de la innovación el estandarte de su crecimiento y la palanca con la que acelerar la transformación del tejido productivo. No ha sido fácil.
¿Qué posibilidades tiene Asturias de colocarse como una región puntera en innovación? Formulada la pregunta a la inteligencia artificial (IA) a las pocas horas de aprobarse en la Junta la ley de Ciencia, los algoritmos informáticos ya tomaban en consideración la norma. «Si Asturias quiere convertirse en un referente en I+D+i, necesita una estrategia ambiciosa que combine financiación, especialización, infraestructuras, talento y colaboración internacional, aprovechando su legado industrial, su potencial energético y su creciente apuesta por la digitalización». Ese era el colofón al detallado análisis realizado por la máquina.
La progresión exponencial de los avances, esta misma respuesta por ejemplo, asombra. Una sociedad que impulsa el desarrollo científico está en condiciones de buscar alternativas a sus principales problemas, o a los resueltos de manera deficiente, pero también de rentabilizar en prosperidad sus fortalezas tecnológicas. No existe un motor tan decisivo de cambio y mejora.
La calidad democrática de una autonomía no se mide por la cantidad de leyes que produzca, sino por que las que afine sean realmente útiles a los ciudadanos y contribuyan a que la comunidad funcione mejor. La de Ciencia urgía para organizar, por fin, el sistema científico asturiano y herramientas con las que apuntalarlo: contar con un cuerpo propio de investigadores, coordinar los centros tecnológicos y recrecer la asignación presupuestaria. Un comienzo alentador. El tiempo dictará el veredicto. Pero algo sí queda demostrado ya. Cuando se tienen las cosas claras, certezas y no imposturas sobre los asuntos que competen, no existen objetivos utópicos. Cualquiera queda al alcance con determinación y atrevimiento. Tómese nota para las siguientes decisiones estratégicas.
Asturias empezó tarde y lejos la carrera. Hace seis años, la Consejería de Ciencia ni existía. Hoy, el Principado lidera, con Galicia, el crecimiento de inversión en I+D+i y culmina una arquitectura para el despertar científico que incluye una agencia, Sekuens, que vincula promoción empresarial a innovación. Para la lentitud a la que circulan los papeles en la Administración, un récord. Los proyectos se miden habitualmente en décadas.
Aunque en todo modelo de ciencia el conjunto, el equipo, siempre resulta más decisivo que sus partes, la individualidad, que el consejero del ramo, Borja Sánchez, sea científico antes que político y sufriera como investigador los recortes de forma directa tuvo mucho que ver a la hora de trazar el rumbo. En la singladura hubo instantes al borde del naufragio. La nave llegó a puerto porque existió ánimo de escucha e integración de propuestas, y por las concesiones mutuas de los principales partidos. La constancia, antes que los recursos, define el éxito de cualquier política científica. Esta no lo tendrá si declina con gobiernos distintos. Huérfana de consenso, llevaría fecha de caducidad.
Sin científicos no hay ciencia, y no hace falta glosar la excelencia de los grupos asturianos. Sin ciencia las empresas dejan de competir. Sin empresas competitivas decae la actividad, el empleo escasea, faltan oportunidades. La tecnología y la investigación aportan vitaminas a la economía. El muro que impedía acceder aquí a sus potencialidades empieza a resquebrajarse. Bienvenida sea la ley que coloca a Asturias en la rampa de despegue. Pero queda un mundo por descubrir. Porque la región no alcanzó una meta. Simplemente está en el punto de partida. n
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