Los aprendices de brujo siempre terminan mal
LA NUEVA ESPAÑA recoge estos días las quejas de los vecinos del Lauredal en Gijón por la polución en la zona oeste. Exigen soluciones reales para su barrio afectado por la contaminación derivada de las fábricas, del Puerto y de los camiones que vienen y van. Es normal su protesta pues ellos están en el medio de todo eso. Es cierto también que la solución es casi imposible pues se ha generado una aporía que no tiene salida racional. Salvo que se eliminen la industria y el puerto, pues las viviendas son ya inamovibles. Pero, si se hace lo primero, se matará el futuro de Asturias nucleado en torno a su motor que es el área entre Gijón y Avilés con sus puertos y su industria. Por eso, los accesos al Musel derivado de este determinante, nosotros sugerimos (dado que las demás alternativas son un despilfarro mayor) hacer la «locura» de construir el vial de Jove enterrado.
[–>[–>[–>Sintetizamos el problema al decir que Gijón debe decidir entre vida tranquila sin puerto o puerto que de vida. La pregunta es consecuencia de que, o bien él desaparece como industrial y se limita a ser una zona para actividades lúdicas, o bien se asume que una parte de la población sufra unas molestias que se deben minimizar.
[–> [–>[–>Todo lo que sucede ahora es consecuencia de un olvido total, desde la mitad de los años 80 del siglo pasado y por parte de las autoridades gijoneses, de tres conceptos: el de que la tierra quiere pueblo, el de territorio y el de que el progreso se fundamenta en la innovación. Los actuales problemas de Gijón nacen de que no puede haber ni economía ni urbanismo ni nada si se ignora la realidad.
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La industrialización de nuestra Villa progresó durante el siglo XIX. Hacia 1860 estaba lanzada dando lugar a un nuevo Gijón, emprendedor. Industrial y abierto al mundo, en el que no se vegetaba: se creaba. El puerto creció a la medida de ella; hubo otros factores, tales como los ferrocarriles y algunos más, pero menos determinantes. En esa época nació la idea del Musel cuando el oeste era campiña y también residencia de los más poderosos, que priorizaron lo importante sobre su comodidad y emigraron hacia el este: Somió y Deva, por ejemplo.
[–>[–>[–>Se potenció la industrialización del oeste, que se prolongó hacia el sur. Al este de la Calzada se crearon grandes fábricas y astilleros hacia el Musel. Los que vivisteis los años 50 del siglo pasado recordaréis a Laviada, Moreda, Saint Gobain, la Algodonera, la Estrella de Gijón, la Industria… así como la proliferación de industrias y talleres en la zona del Natahoyo, ademas de otras más pequeñas diseminadas por toda la ciudad. El oeste era ya básicamente una zona industrial: desaparecieron las grandes quintas de Jove. Igual sucedió en la excepcional vega del Aboño. En aquellos momentos la zona residencial se limitaba a una próxima a la carretera de Avilés (avenida de la Argentina y Cuatro Caminos) en torno a la cual se empezó a crear un barrio obrero cuyos habitantes cambiaban el mal entorno por la cercanía al trabajo. La primera gran especulación surgió al edificar grandes fincas en la hoy calle del Brasil.
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Mas tarde, en la década de los 80 del siglo XX, se produjo una profunda crisis en nuestro modelo de monocultivo industrial primario. Gijón, en lugar de seguir el ejemplo del siglo XIX y basar su futuro en la innovación, la competitividad y la diversificación industrial tras afrontar con valentía una economía abierta, optó, como el resto de Asturias, por vivir de las ayudas y las iniciativas ajenas. En consecuencia, se generó un modelo ambiguo, basado en los servicios y el turismo, sin plantearse la estrategia de saber si así se obtendría el valor añadido suficiente. De ahí nació el nuevo urbanismo aprovechando los solares procedentes de erradicar fábricas. Todo ello careció de un factor esencial pues en lugar de abordar el asunto con una filosofía de hacer ciudad se hizo con el de hacer negocio. Después todo se expandió al crear suelo para generar un beneficio brutal para los promotores de viviendas y unas malas consecuencias, ahora obvias, para los que inocentemente compraron. Por eso se edificó en Laviada, Moreda, el Natahoyo, la Algodonera, Gijón Fabril, la Calzada… Por eso después se dejó crecer Jove con más chalets, edificando también la zona del Lauredal, sede de las actuales y razonables protestas y, para remate, la torre del Cerillero. Todo ello estrechó el pasillo libre entre el puerto y la Asturias industrial. Por eso algunos, durante la pasada primavera, instaron al Ayuntamiento a buscar una fórmula para activar de inmediato el desarrollo de Jove, ya que, según ellos es una parte fundamental para el crecimiento y las necesidades futuras de la ciudad. El porvenir de la misma es para ellos invadir con viviendas una zona que estaba destinada a ser industrial y ahora está emparedada entre dos residenciales.
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[–>Todo ello genera, reiteramos, un conflicto entre los vecinos que, con razón, protestan. Inconscientes de que se metieron en una zona industrial y en un puerto moderno, que se define por tener industria cerca. Ademas, si desaparece ese puerto, se puede producir un efecto colateral perverso para los humildes que podría llevar también a su expulsión: es el de la gentrificación que erradica a los pobres de sus viviendas. Gijón ya lo está viendo en Cimavilla y también en el Natahoyo donde va avanzando, tras rodearse la playa artificial de Poniente de bloques caros. Al final igual se cierra el circulo vicioso y, en un Gijón empobrecido, los ricos vuelven al oeste.
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Planteados los antecedentes, lo realista es preguntarse crudamente si Asturias puede vivir sin el puerto o no. Y, después, si consideramos necesarios ese Puerto del Musel y la industria del área entre Gijón y Avilés, actuar en consecuencia para conciliar la comodidad de los gijoneses con los intereses generales, que también son los de Gijón.
[–>[–>[–>Para pasar desde la inoperancia a la acción, debemos ser conscientes de que los efectos indeseados existen y que deben ser razonablemente asumidos. Obviamente no queremos decir que las industrias contaminen o molesten indiscriminadamente, sino que en cada momento deben funcionar con la mejor tecnología existente para evitar los daños o molestias, pero que, una vez minimizados, siempre quedarán algunos que, si queremos las ventajas habrá que asumir.
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Si no queremos progresar (tras saber que Asturias pierde la competitividad que le da el Puerto de Gijón que, con sus calados, su situación central en el Cantábrico y su abrigo es un superpuerto que genera industria) habrá que aceptar tanto la pobreza como la población que de ella se derive, no soñar con que se van a obtener los frutos del modelo que se rechaza. Después tendremos que asumir vivir en un territorio sin edificaciones humanas, puertos, arereogeneradores terrestres y marinos, líneas eléctricas y demás, tras aceptar también que aquí no se pueden emprender misiones de interés general, pues consideramos preferible priorizar los intereses particulares, locales, grupales o ideológicos.
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Personalmente somos partidario de una sociedad feliz, es decir, próspera, equilibrada socialmente, civilizada, educada y que pague el precio indispensable para conseguir ser libre, abierta y competitiva.
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