Moción de cordura
España asiste al derrumbe de su ciclo político con la zozobra de un castillo de naipes sometido a los avatares de la tormenta. El país se quema, se inunda y se apaga, y los políticos de todo signo y condición, siempre atentos en el móvil a los designios de la meteorología, responden con la herramienta que mejor manejan: la bronca y el exabrupto. Aquí nadie apaga incendios: los alimenta con declaraciones inflamables. Y nadie propone levantar diques contra los efectos de la riada: prefieren, de manera irresponsable, abrir surcos y canales al avance de la torrentera. Cuando la catástrofe se convierte en arma electoral, la llamada a las urnas convoca a los jinetes del apocalipsis con amplio despliegue de trompetería.
[–>[–>[–>Sánchez, que lleva años usando la Constitución de posavasos, sigue estirando la legislatura como si fuera un masticable, aun a riesgo de un proceso inevitable de caries que empieza a dañar las muelas de la bóveda que soporta la separación de poderes. Plantado por alguno de sus socios, sin presupuestos ni ganas de echar cuentas, el presidente más nocivo del periodo democrático sonríe al borde del precipicio, convencido de que aún puede gobernar a golpe de decreto y de monólogo. Con un par
[–> [–>[–>En tal escenario de agotamiento, la única alternativa aceptable es la moción de censura, que es también moción de cordura: un último intento de higiene democrática antes de que la política española termine por carbonizarse en su propio cinismo y huya por la chimenea de Moncloa convertida en pavesa.
[–>[–>[–>
Suscríbete para seguir leyendo
Puedes consultar la fuente de este artículo aquí