Oías frases diciendo de qué clase era ese hombre que no le da cuatro palos a su mujer y la ponía en su sitio
57 años separan a María del Rosario Bobes (tiene 73) de Nahia Fidalgo (16). Dos generaciones que han vivido la violencia machista de diferente forma. La más mayor escuchó por primera vez la palabra feminismo cuando ya había cumplido los veinte años; la más joven casi nació escuchando esa palabra. «Mi familia siempre me la enseñó». Pertenecer a décadas distintas también influyó en que fuesen conscientes de la existencia violencia en el hogar. La más mayor, que fue profesora de corte y cofección, pronto se dio cuenta de que había expresiones que le ponían los pelos de punta. «Oías frases diciendo qué clase era ese hombre que no le da cuatro palos a su mujer y la ponía en su sitio». También vio a padres echar a sus hijas de su casa porque se habían quedado embarazadas y su pareja se desentendió del niño. Mientras tanto, la estudiante del grado medio de Deportes fue consciente de las agresiones en la escuela cuando se lo enseñaron sus profesores y en el instituto vivió la realidad que hay en muchos hogares en España. «Conocí a una chica que tenía una situación familiar rara. Al tiempo, me enteré de que su madre sufría violencia de género».
[–>[–>[–>María del Rosario Bobes y Nahia Fidalgo. / Miki López / LNE
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La historia de Bobes se comenzó a escribir en el pueblo sierense que lleva su mismo nombre. Empezó en la escuela, pero «nunca fui un curso completo a clase». «Siempre iba en invierno, nací en una familia campesina y no le daban importancia de que leyese o escribiese. Lo importante es que fuese una mujer cuidadora y buena». En el campo vio cómo el hombre era el que mandaba. «Las vacas las llevábamos los hijos a los praos y si la mujer miraba por la ventana para controlarlos, su marido le reprochaba qué hacía ahí que no estuviese haciendo las tareas del hogar». Ella misma fue víctima con «nueve o diez años» de una agresión. «Un niño fue a meterteme mano y yo me rebelé. Con el palo de las vacas le golpeé». También fue a decírselo a la madre del agresor y ella le respondió que «su hijo no había sido». En casa lo comentó y su padre no la apoyó.
[–> [–>[–>Siendo muy joven se trasladó a vivir a Oviedo y se empezó a formar. Quería aprender a la velocidad de la luz y se picaba con sus compañeros por aprender. Conoció a una amiga y un día apareció con un golpe en la cara. «Su compañero le había lanzado una escultura de barro a la cara. Tenían una niña de tres años y un bebé». Durante gran parte de su vida, vio cómo las víctimas escondían lo que les pasaba. «Decían que se habían tropezado con el canto de la mesa o que catando una vaca le había dado con el rabo. Además, si aparecía con heridas, las vecinas decían buena será».
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Todo esto ha influido a las mujeres de su generación. Argumenta que las que sufrieron la violencia de género «no se atreven a denunciarlo; sin embargo, las de 50 0 60 años ya se atrevieron». En este sentido, Fidalgo cree que «sorprendentemente la sociedad ha avanzado mucho, pero poco a la vez». La percepción sobre el agresor ha cambiado, pero hay «mucho negacionismo». «Ya no te dan una hostia a mano abierta, pero hay muchas técnicas de manipulación». Las jóvenes comparten con sus novios las ubicaciones de sus móviles, tienen que informar de quiénes son sus amigos y con quién están en cada momento. «Hay otro tipo de violencia en los mundos digitales. Hay programas de televisión que fomentan que esté bien estar súper celoso, se cosifica a la mujer y se muestran las relaciones tóxicas».
[–>[–>[–>Además, una compañera de clase se lió con dos hombres en una misma fiesta. «Los compañeros de clase estaban todo el día llamándole guarra y un día dijo que estaba hasta los ovarios de esta situación. La respuesta de ellos es que era una exagerada».
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¿Cómo se puede acabar con esta lacra? Bobes dice que la sociedad es «muy compleja» y en un simple cuento o videoclip está presente «el patriarcado» y es «muy difícil combatirlo». «Sólo se puede hacer en la calle»; mientras que Fidalgo pide a las víctimas que denuncien y que nunca estarán solas. «Hay redes de apoyo y colectivos que estamos ahí y las creemos».
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