Otra muerte de Franco
Es 20 de noviembre, ecuador de la semana del Franco ha muerto. España, hay que admitirlo, tiene un talento singular para tropezar con sus fantasmas como si se tratara de muebles mal colocados en una habitación comprimida. Esta resurrección dice menos del Caudillo, cuya memoria parecía superada a principios de este siglo, que sobre quienes lo invocan 50 años después como un riesgo latente y eterno. No todos redundan en la historia para que no se vuelva a repetir, los hay que buscan coartada. Estos no pretenden entender el pasado, sino utilizarlo para ganar una discusión del presente aunque las circunstancias sean otras y los planteamientos retrógrados, puede que igual de peligrosos, muy distintos como para poner de referencia la antigualla de aquel dictador con flebitis. Ahora, la involución democrática, todos lo saben menos los que no quieren percatarse, es por otros medios.
[–>[–>[–>Leo «No había costumbre», de Miguel Ángel Aguilar, la crónica de una muerte que parece ser nadie esperaba: un testimonio lúcido, escrito en unas pocas páginas con la admirable ironía que siempre ha caracterizado al veterano periodista madrileño. No me hace falta más para acabar de entender el colapso real de aquel momento que viví apenas saliendo de la adolescencia. Viéndolo, también con lucidez, desde hoy, puede que convenga recordar que ningún país avanza levantando ataúdes. La España que nació del 20 de noviembre de 1975 era torpe, contradictoria y temerosa, pero estaba decidida a dejar de hablar con sus fantasmas hasta que a Zapatero se le ocurrió una idea distinta. Con la transición se abrió un periodo de incertidumbre que puso a prueba la madurez de un país que llevaba muchos años sin que se le permitiese ser adulto. No resultó impecable desde el primer día, pero fue un proceso colectivo de cansancio y sentido práctico espléndido.
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