Putin agita la desestabilización de los Balcanes
Testigos presenciales lo describen como la apertura del mar Rojo ordenada por Moisés en el libro del Éxodo. El 15 de marzo pasado, decenas de miles de ciudadanos se habían congregado en silencio en el centro de Belgrado para recordar a los 15 fallecidos en el derrumbe de una marquesina en la estación de Novi Sad, acaecido poco después de que la infraestructura hubiera sido renovada por un consorcio capitaneado por China. De repente, un sonido descrito por algunos asistentes como un «zumbido aterrador» rompió la quietud imperante en la que transcurría el acto, y la multitud comenzó a huir en desbandada, experimentando muchos asistentes síntomas como náuseas y dolores de cabeza. Las espectaculares imágenes de los manifestantes huyendo y hasta desvaneciéndose mientras abandonaban el lugar dieron la vuelta al mundo, y de inmediato se vertieron acusaciones contra el Gobierno de Serbia de haber empleado algún tipo de arma sónica.
La posibilidad de que las fuerzas de seguridad serbias, en la represión de las protestas, estuvieran recibiendo apoyo de Rusia, un país sobre el que pesan acusaciones de haber empleado este tipo de dispositivos contra personal diplomático estadounidense, comenzó a tomar cuerpo a los pocos días del incidente. Marinika Tepic, diputada opositora y vicepresidenta del Partido de la Libertad y la Democracia, reveló la existencia de contratos de compra, datados en 2021,de 16 cañones LRAD o dispositivos acústicos por parte del Ministerio del Interior, a cuyo frente se encontraba entonces Aleksándar Vulin, del Movimiento Socialista y dirigente de declarada afinidad hacia Rusia, hasta el punto de visitar en 2024 la tumba de Stalin en Moscú. En declaraciones al portal serbio Cenzolovka, Cristo Grozev, investigador de Bellingcat y autor de investigaciones de relevancia sobre las actividades de los servicios secretos rusos, se declaró convencido de que un arma acústica había sido empleada, al tiempo que constató la llegada de «agentes encubiertos del FSB a Belgrado» en los últimos años, en algunos casos «en el mismo avión» que el prorruso Vulin.
Los observadores coinciden. Rusia está agitando la desestabilización en los Balcanes, una región de gran interés y donde cuenta con aliados dispuestos a seguir las consignas de Moscú. «Los objetivos de Putin (en los Balcanes) consisten en reforzar la influencia regional de Moscú, distraer a Europa del apoyo a Ucrania y conceder al Kremlin una palanca de presión ante poderes occidentales que no quieren que la violencia estalle» y aparezca un nuevo conflicto en su vecindario inmediato, escribe Ivana Stradner, investigadora de la Fundación para la Defensa de las Democracias en un largo artículo titulado ‘¿Las operaciones de guerra política de Rusia en los Balcanes provocarán un nuevo conflicto armado?’.
Pieza central
La pieza central que emplea Rusia para fomentar este estado de cosas es el propio presidente serbio Aleksándar Vucic, en apuros y enfrentado desde el otoño de 2024 con un creciente movimiento de protesta contra la corrupción de su Gobierno y la ausencia de democracia. El mandatario acudió este año a Moscú con ocasión del Desfile del Día de la Victoria, en un gesto que muchos interpretaron como un desafío a la UE, unión a la que oficialmente aspira su Gobierno a unirse. Más recientemente, acordó intensificar la cooperación política y de seguridad con Rusia en una conversación con el ministro ruso de Exteriores Serguéi Lavrov. «Vucic está jugando el viejo juego de amenazar con acudir a Rusia, en cada ocasión en que es criticado ligeramente (por Europa) deseando obtener favores; es un juego al que ha jugado durante muchos años y que hasta el momento le ha funcionado», afirma a EL PERIÓDICO desde Belgrado Jelena Petkovic, periodista independiente serbia. Stradner, por su parte, urge a Occidente a tomar una actitud más asertiva: «debe darse cuenta de que los movimientos proccidentales de Vucic no son más que mera decoración de escaparate, y adoptar medidas más contundentes, amenazando con sanciones a dirigentes clave».
Uno de los destinatarios de estas sanciones, apunta Stradner, podría ser el líder de los serbios de Bosnia, el prorruso Milorad Dodik. Frecuente visitante de Moscú, donde ha mantenido encuentros con Putin e incluso ha sido condecorado, el dirigente ha sido condenado en firme por el Tribunal Constitucional de su país a un año de prisión, conmutado posteriormente por una multa, y a seis años de inhabilitación política por el delito de atacar el orden constitucional. Dodik había impulsado leyes que contravenían los acuerdos de paz y que estipulaban que las decisiones de la corte constitucional y del alto representante Christian Schmidt no serían aplicadas en la república Srpska, una de las dos entidades de las que se compone el país, habitada por serbobosnios. Rusia recurre a Dodik «para bloquear el ingreso (de Bosnia y Herzegovina) en la OTAN y en la UE», afirma en conversación telefónica Mirza Cubro, periodista local. Y aunque admite que la propaganda rusa «está muy presente» en el territorio de Bosnia habitado por los serbobosnios, los propios acuerdos de Dayton y las instituciones «impiden» cualquier forma de cooperación con Rusia en el ámbito de las fuerzas de seguridad, dificultando la posibilidad de que se materialice la amenaza de la secesión.
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