Putrefacción mental
Esta es la expresión que, según el Oxford Dictionary, merece el título de lema o manifestación del año en el Reino Unido, si bien yo me he enterado de ello por un diario italiano que se hace eco y me la ofrece con su autóctona “marcescenza”, que vendría a ser algo así como nuestra mucho más celtibérica putrefacción.
Yendo al origen británico, “brain rot”, se deduce fácilmente que la cosa no va de fruta, ni de carne, sino más bien de células cerebrales, esas que en su conjunto conforman la personalidad de las personas; esas que hacen que nos vayamos desarrollando con una determinada personalidad; las mismas que nos hacen mejores o peores personas; las mismas que, para los hijos de la Gran Bretaña, al menos para los rectores de ese famoso diccionario que la mayoría de estudiantes de la lengua de Shakespeare han usado alguna vez, han supuesto el referente social del año.
En nuestro caso no es una expresión, ni una palabra, sino un buen puñado de ellas las que son elevadas al final de cada año al Olimpo de la expresión popular, casi todas más o menos convencionales, y sin duda este año ninguna llega a la profundidad de esa putrefacción que, al parecer, señala la deriva que la sociedad moderna ha ido tomando en los últimos años. Una deriva hacia el vacío del alma colectiva.
En Occidente, no sé hasta qué punto las tecnologías de la información son responsables, disfrutamos de una época en la que el acceso a la información alcanza cotas inimaginables no hace mucho; algo así como cuando la imprenta irrumpió en Europa y con ella se abrieron las puertas del Renacimiento, pero, al contrario de entonces, no parece que este teórico avance nos esté aportando un engrandecimiento o elevación de las alturas morales de nuestras sociedades, al contrario, la impresión general, o al menos la mía, es que avanzamos hacia una especie de aborregamiento general en el que el individuo, aquel que se suponía ciudadano, y por el camino se convirtió en consumidor, ahora no es más que un “like” en una red social.
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Esa putrefacción mental alcanza todas las capas de la sociedad, que ahora son sólo dos, políticos y votantes, y en ambas es relativamente fácil apreciarlo. En unos se aprecia a cada instante la falta de ideas para desarrollar políticas que mejoren la vida de las personas, como cabía esperar, y en su lugar es el interés partidario el que prevalece por encima de todo; y en el caso de la ciudadanía, agotada ante la ausencia de esperanza, o simplemente cautiva de una amebiasis mental tras años de deficiente educación, campa la desafección. Ye lo que hay.
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