‘Que corra un poco el aire'»

La entrada de Cocina Hermanos Torres es la fachada de una casa con el techo a dos aguas, con la pared fantaseada por troncos que sugieren un bosque. Son las dos palabras, casa y bosque, las que inspiran este texto tras una comida en la que la técnica y la belleza –ah, la belleza, que desaparece de la alta cocina, ajusticiada por el mal gusto– se han entrelazado como las volutas en arabesco de un buen habano.
El humo aparece con fundamento en el párrafo anterior porque acaban de inaugurar una sala de fumadores, osadía en tiempo de prohibiciones.
Comer en el triestrellado siempre es motivo de asombro, por la sala apabullante, las cocinas en medio y los comensales alrededor; por el equipo y la fluidez del servicio, comandado por Pablo Sacerdotte y por los vinos de Koldo Rubio, como el Silex 2018 o Els Escurçons 2021; por platos como el ya imprescindible y bicolor calamar curado con consomé de ave y caviar, el hermoso y volátil círculo de trufa con 24 verduras y la proeza de la escalivada hecha ravioli y rellenada con chuleta de cerdo ibérico.
O ese postre con el laurel –granada, remolacha y aceitunas– que recogen Sergio y Javier Torres Martínez a diario en Collserola –en cuya falda habitan, cada uno en su casa con su pareja e hijos, a corta distancia–, antes de bajar del bosque con las bicis hasta Cocina Hermanos Torres, una ruta a pedal y sudor que les facilita estar en forma y seguir flacos y aparentar menos de los 55 años que cumplirán. Casa y bosque, pues.
La historia de los Torres es de pelea y afán: huérfanos de madre con 10 años, menores empeñados en entrar en una escuela de hostelería, y al fin aceptados gracias a la insistencia de la hermana mayor, Beatriz; trotamundos por separado por restaurantes resplandecientes para, al final, reunir conocimiento y abrir el suyo, aquel Dos Cielos.
Ser gemelo es establecer una conexión difícil de entender por el resto, de modo que se les exponen preguntas por separado para ver el grado mutuo de conocimiento.
Saben perfectamente qué ingrediente detesta su igual. Sergio: el cilantro. Javier: el melón. También hay premio en la elección de la comida preferida, que es la becada. Lo dicen, como ya se ha indicado, sin saber la respuesta del gemelo
-A la cuestión ¿qué gamberrada de niños generó el mayor castigo?, no hay una respuesta monocigótica.
-Sergio: Mis padres tenían un dinero ahorrado en el cuarto. Lo encontramos y bajamos al bar de abajo de nuestra calle y nos compramos un montón de helados e ¡incluso le dejamos el cambio!».
-Javier: Con una escopeta de perdigones, disparábamos a una lata en una casa que teníamos en la montaña, le dimos a la oreja de un vecino y se la agujereamos. Fue bastante dramático. Nuestro padre destrozó la escopeta contra una piedra.
-¿Qué detestas y qué admiras de tu hermano? Pregunta que recibe respuestas convencionales («un buen tío», «un gran cocinero», «mi mejor amigo»), no así la siguiente: ¿quién es más mandón?
-Sergio: Javier manda. Manda mogollón. Eso me irrita. Eso sí es verdad. Se cree que va de jefe y tal.
-Javier: Yo creo que él. Él es más mandón.
-¿Quién es más creativo, quién tiene las mejores ideas?
-Sergio: Los dos con el equipo. Javier tiene una gran formación y yo tengo otra. Lo bueno es que uno más uno son dos.
-Javier: Él se formó más en la naturaleza, en las hierbas. A mí me gusta el tema salvaje. Más invierno. Más guiso. Más pan. Entonces combina muy bien la mezcla.
–¿Viviríais separados, en otra ciudad, en otro país?
-Javier: No. Nos lo pasamos bien. Nos divertimos. Disfrutamos de un momento fantástico que nunca imaginamos. No me veo separado, no.
-Sergio: Imposible. Hasta nuestras mujeres nos dicen: ‘Que corra un poco el aire’. Ir a comer con Javier es compartir conversaciones y lo más maravilloso que hay. ¡Hablas con alguien que tiene los mismos genes!.
-¿Cómo es la complicidad entre gemelos, hay algo místico, intangible, telepático?
-Sergio: Creo que sí. Javier estaba, yo qué sé, en Suiza y yo en París, y nos juntamos a mitad de camino y uno sacaba una castaña del bolsillo y el otro también. O cuando yo sabía que le había pasado algo, una corazonada, pues llamaba y sí: ‘Mira, me acabo de piñar con el coche’. Es sentir un poco lo que siente el otro.
-Javier: Hay algo que no se puede explicar: hay un diálogo muy claro sin tener que hablar. Hay una unidad. Hemos crecido en la barriga de nuestra madre, hemos pasado la infancia juntos, estamos juntos, hacemos bicicleta juntos….
Y puede que con este texto hayan descubierto algo que no sabían del otro.
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