¿Recuerda que el IRA estuvo a punto de matar a Thatcher? Ella le restó importancia, pero la historia cambió para siempre
Bobby Sands estuvo 66 días sin comer antes de morir. Tenía 27 años y desde la prisión de Maze, a las afueras de Belfast, este líder del IRA (las siglas en inglés del Irish Republican Army, el Ejército Republicano Irlandés) inició una huelga de hambre que llevó hasta sus últimas consecuencias. Exigía, en plenos troubles –como se conoce a los años de violencia entre el IRA y el Gobierno británico en Irlanda del Norte–, que se le considerara a él y otros combatientes del grupo paramilitar como prisioneros de guerra.
La primera ministra británica de entonces, Margaret Thatcher, haciendo gala de su fama de dama de hierro, se negó. Y la agonía de Sands se convirtió en una batalla política que derivó en disturbios y exacerbó la furia del IRA. Una sed de venganza que materializó en un intento de asesinato el 12 de octubre de 1984.
Esa noche una bomba estalló en uno de los pisos superiores del Grand Hotel de Brighton, en Inglaterra, colocada hacía días por el militante del IRA Patrick (Pat, para los amigos) Magee. En una de las habitaciones se encontraba Thatcher, que salió completamente ilesa por la puerta principal del edificio. El IRA había intentado asesinarla y había fallado, pero aquel día la historia de Reino Unido, de Irlanda y del mundo entero cambiaron para siempre.
El periodista Rory Carroll (Dublín, 1972), corresponsal de The Guardian, recoge en su libro Habrá fuego (editado este año en español por Ariel) reconstruye el atentado y sus consecuencias. Como si de un thriller se tratara, recupera, en clave periodística, alguno de los detalles sobre una conspiración que se ha desvanecido en la memoria colectiva. Conversa sobre esas luces y sombras con EL ESPAÑOL apenas unos días antes de las elecciones generales de Irlanda.
¿Cómo llegó a esa historia?
Por pura casualidad. Hace unos años, Patrick Magee publicó sus memorias —tituladas Where Grieving Begins: Building Bridges after the Brighton Bomb—, en las que habla sobre su infancia, su vida y su decisión de entrar en el IRA, pero no sobre el atentado. Con motivo de la publicación del libro, iba a entrevistarle para The Guardian, y cuando empecé a documentarme me di cuenta de que muchos detalles nunca habían salido a la luz. Creí que era la oportunidad de contar una historia nunca contada; una parte de la historia de Irlanda e Inglaterra a través de sus protagonistas, como Margaret Thatcher o el propio Patrick Magee.
¿Por qué debería a alguien interesarle un libro sobre un intento de asesinato del IRA que fracasó hace ya 40 años?
Porque es un episodio muy interesante por sí mismo que nunca ha sido contado del todo. Además, la historia entre Irlanda, Inglaterra e Irlanda del Norte no está resuelta, no hay una narrativa común sobre lo que pasó, sobre las causas de la violencia o el legado. Y el libro, de alguna manera, intenta captar la atención de las nuevas generaciones, que no saben casi nada sobre los troubles, y hablarles de una historia que no ha acabado. Ahora bien, yo no quiero ofrecerle a los jóvenes brócoli, sino algo más apetitoso; por eso he tratado de escribir un thriller, una novela, pero periodística.
¿A qué cree que se debe que este episodio se perdiese en la memoria colectiva, que se desvaneciera en la historia?
En parte fue por la insistencia de Margaret Thatcher, que se había erigido ya como una líder fuerte, como una dama de hierro, y no quiso ahondar en el shock y el trauma de lo que pasó. «Mañana será otro día», dijo. Tampoco estaba dispuesta a reconocer que el IRA casi la mata, porque hubiera sido como contribuir a la propaganda del grupo. Es un poco como el intento de asesinato de Ronald Reagan, que cayó rápidamente en el olvido. O el de Donald Trump, del que apenas recordamos los detalles a pesar de que ha pasado hace poco.
¿Dónde está el criterio de lo que sí y lo que no?
Creo que no hay una norma escrita; como sociedad, decidimos recordar unas cosas y olvidar otras. Por ejemplo, cada 5 de noviembre en Reino Unido se celebra la noche de Guy Fawkes, una conmemoración a la conspiración de la pólvora, que no dejó de ser un atentado contra la monarquía británica en 1605. Es curioso que hoy, cinco siglos después, haya niños en Irlanda del Norte tirando petardos y cantando canciones sobre ese intento de asesinato fallido. Por suerte, los escritores tenemos el privilegio de intentar excavar en las historias que caen en el olvido.
Sin embargo, el intento de asesinato de Margaret Thatcher no fue algo menor; fue la primera vez que el IRA intentaba matar a un primer ministro británico. ¿Cuál fue el detonante?
Principalmente, la venganza. El IRA culpaba a Thatcher de no tener humanidad por haber permitido la muerte de los diez prisioneros republicanos durante la huelga de hambre. Fue un episodio muy traumático para Irlanda del Norte. Ella no era ministra británica cualquiera, sino la asesina de Bobby Sands, considerado un mártir.
«Para muchos, Thatcher no era una ministra británica cualquiera, sino la asesina de Bobby Sands»
Pero muchos otros murieron antes durante el conflicto y nunca se llegó tan lejos en un magnicidio.
Es cierto. Pero entonces también influyó que los troubles, que habían empezado hacía 15 años, empezaban a verse no sólo como una guerra larga, sino sin salida. El IRA orquestó esa operación para intentar que cambiase el statu quo.
«No hay una paz definitiva en Irlanda del Norte», dice en el libro. ¿A qué se refiere?
A que el Acuerdo de Viernes Santo (el Good Friday Agreement) fue muy importante para la paz, pero lo cierto es que las dos comunidades aún están profundamente polarizadas. En comparación con Sudáfrica, donde hubo un proceso de reconciliación, en Irlanda del Norte no se ha absorbido ni analizado la historia del país. No hay una narrativa compartida sobre lo que pasó. ¿Fue el conflicto culpa de un grupo de psicópatas? ¿De terroristas? ¿O fue una guerra de liberación?
¿Esa polarización se ve también en las urnas?
Sí, los protestantes en general votan por sus partidos y los católicos por los suyos. En el centro hay un grupo que no son ni nacionalistas ni unionistas y que tienen el apoyo del 15% o 20% de la población. Son una minoría. Todavía es una sociedad muy dañada, y la situación, incómoda.
Mencionaba antes que Patrick Magee no quiere dar detalles de lo sucedido. ¿Por qué cree que hay gente que todavía no quiere hablar?
Porque algunos miembros del IRA todavía pueden ser perseguidos y encarcelados. También porque es la costumbre del IRA como institución, no hablar sobre detalles operacionales. Lo consideran de mal gusto. Un ejemplo de ello es Gerry Adams, que actualmente aún niega haber pertenecido al grupo, aunque es absurdo. La policía en cambio está abierta a hablar, porque cuando tenían 30 o 40 años tenían miedo, pero ahora son jubilados y quieren contar su versión y explicar qué papel jugaron en la historia.
Hay quien está dispuesto al perdón pero no al arrepentimiento. Aquí en España con ETA ha habido un debate parecido. ¿Se puede cerrar realmente una herida sin arrepentimiento?
Es complejo y Magee es un ejemplo claro de ello. Él mantiene una amistad con Jo Berry, hija de un diputado británico asesinado en un atentado con bomba perpetrado por el IRA. Concretamente, llevado a cabo por Magee. A raíz de esa relación, él ha dicho reconocer la humanidad de sus víctimas, algo que no veía durante la violencia, en el que consideraba a los objetivos como máquinas de guerra británicas. Magree reconoce que quizá Anthony Berry fue un buen hombre y un buen padre. Él es muy sincero con respecto al daño que hizo, pero todavía defiende la bomba de Brighton y la campaña de IRA. Incluso el Sinn Fein lo hace también.
Una de las preguntas que recorre el libro es qué habría pasado si el IRA hubiera conseguido matar a Thatcher aquella fatídica noche. ¿Cuál es su opinión?
He peleado mucho con esa pregunta y nunca he logrado formular una respuesta clara. Lo que no da lugar a la discusión es que la historia de Inglaterra e Irlanda, y también la del resto del mundo, habría sido totalmente distinta.
¿Cree que se habrían producido las conversaciones clandestinas del gobierno con el IRA que precipitaron el Acuerdo de Viernes Santo?
Seguramente, cualquier sucesor de Thatcher hubiese adoptado una política de mano dura contra el IRA y habría respondido de manera excesiva. De hecho, ese fue siempre un error de los británicos: actuar desproporcionadamente y provocar así más mártires en Irlanda y una nueva reacción. Creo que el IRA buscaba eso con el atentado. Si Thatcher hubiera muerto, el proceso de paz se hubiese retrasado, sino destruido.
¿Cómo cambió el curso de la historia mundial?
Bueno, Thatcher hizo de mediadora entre Mijaíl Gorbachov y Ronald Reagan, que no quería tener ningún contacto con la URSS, así que todo podría haber sido distinto. Además, el Reino Unido que tenemos hoy, fuera de la Unión Europea, se formó en parte durante el tercer mandato de Thatcher, en esos seis años que siguieron al intento de asesinato.
¿Cree que el brexit fue uno de los legados de Thatcher?
Thatcher tenía una actitud muy negativa hacia la UE, pero mantuvo su compromiso durante su Gobierno. Cuando salió de Downing Street, sin embargo, elevó el tono, empezó a emplear una retórica muy agresiva en contra la UE y eso animó a sus sucesores y su propio partido a seguir ese camino. Legitimó e impulsó esa idea que luego vimos culminar en el brexit, que todavía tiene un impacto muy profundo en Irlanda e Irlanda del Norte.
¿Se refiere a la frontera dura?
Sí, pero no solo. El brexit ha afectado a la psicología de los habitantes de Irlanda del Norte. Hay muchos nacionalistas católicos de clase media que, a nivel sentimental preferían la unificación de Irlanda, pero a nivel práctico les gustaba formar parte de Reino Unido porque les gustaba el NHS, los productos europeos, etc. Ahora, después del brexit, ya no piensan así y vuelven a ver la unificación como algo viable. Y eso es importante porque son un grupo decisivo ante un eventual referéndum sobre si quedarse en Reino Unido o unirse con Irlanda. En ese sentido, irónicamente, el legado de Thatcher puede ser lo que una a Irlanda.
Habla del resurgir de ese sentimiento nacionalista y, de hecho, hay ahora una ministra principal en Irlanda del Norte que es del Sinn Féin. ¿Podría estar ese referéndum cerca?
El Sinn Féin quiere dar la impresión de que el referéndum es inevitable y que, además, va a pasar pronto, dentro de cinco o diez años. Ahora bien, yo creo que el Gobierno británico va a querer retrasarlo lo máximo posible. Es paradójico que ahora el Sinn Féin sea parte del Gobierno británico, del establishment que durante décadas trató de derribar.
Hay quien vio la llegada al poder del Sinn Féin, durante décadas el brazo político de la organización terrorista IRA, con escepticismo. Han pasado dos años y, más allá de un bloqueo institucional promovido además, por el Partido Unionista Democrático, no se ha visto ningún esfuerzo sólido por parte de los republicanos para promover la reunificación de Irlanda.
El Sinn Féin tiene el reto de demostrar que es un Gobierno competente en el que se puede confiar pero, al mismo tiempo, no puede ser excesivamente exitoso porque eso significaría que el statu quo está bien. Y si está bien, ¿entonces para qué arriesgarlo todo por la unificación con Irlanda? En Alemania ya vimos el coste económico que conlleva una reunificación.
Parece además que ya no es tanto un reclamo popular. Ni en el norte ni en lo que desde el norte se considera «el sur» de la isla.
En Irlanda no hay muestras de un amplio apoyo a la unificación. Hay mucha angustia sobre los impuestos que habría que pagar, además de que hay un millón de protestantes con armas que no quieren avanzar y unificarse con el sur. Si hubiese fuerzas demográficas que presionan por el referéndum, el Gobierno lo haría, pero creo que ahora mismo hay tantos obstáculos e impedimentos que el proceso se va a demorar bastante. Yo tengo 52 años y no estoy convencido de que habrá un referéndum en mi vida.
Ahora se celebran elecciones generales anticipadas en Irlanda y el Sinn Féin está muy debilitado en las encuestas.
Irlanda del Norte no es uno de los temas políticos de primera línea. A efectos prácticos, la frontera entre las dos Irlandas es nula y lo que ahora importa son los asuntos económicos, la inmigración, la vivienda etc.
¿Cree que podría volver a brotar la violencia? El protocolo de Irlanda del Norte que conllevaba controles aduaneros, sanitarios y fitosanitarios de gran parte de los productos y mercancías que viajaban desde Reino Unido a Irlanda del Norte y viceversa aumentó la irritación de la comunidad protestante y se vivieron escenas de violencia callejera como no se recordaban desde hacía décadas
Existen grupúsculos del nuevo IRA y de vez en cuando hacen algo pero, afortunadamente son tan pequeños e incapaces, que no hay riesgo de que estalle la violencia. Además, la población no tiene ningún apetito por ello. Sinn Féin no quiere violencia, porque está detrás del proceso de paz. No hay ninguna expectativa de que haya violencia política.
Puedes consultar la fuente de este artículo aquí