Rusia prueba a la OTAN en Polonia
Más que un ataque, lo que Rusia ha hecho en la madrugada del pasado día 10, lanzando una veintena de drones sobre Polonia, es una provocación.
No es un ataque porque seguramente no buscaba la destrucción de ningún objetivo militar o civil y, mucho menos, causar pérdida de vidas humanas; consciente de que si algo así hubiera ocurrido habría tenido que enfrentarse a una respuesta militar que no puede interesarle. Tres años y medio después del inicio de la invasión de Ucrania resulta evidente que, a pesar de su abrumadora superioridad militar, Vladímir Putin no ha logrado deshacerse de Volodímir Zelenski y colocar a su país bajo la órbita rusa. Basta tomar ese dato en consideración para concluir que chocar directamente con un miembro de la OTAN supondría para Rusia un desafío que va más allá de sus capacidades actuales, cuestionando aún más la posibilidad de que pueda sacar algo en claro de su apuesta belicista.
No ha sido tampoco -como pretende hacer creer no solo el Kremlin, sino hasta el propio Donald Trump– un accidente. Ha sido, sin duda alguna, un acto de provocación intencionado. Siguiendo una pauta de comportamiento que se remonta a la Guerra Fría, el envío de los drones -Shahed 136 iraníes y Geran 2 rusos, derivados del anterior- es inmediato entender su doble intencionalidad. Por un lado, en el plano militar, el ejecutor de esa acción busca chequear las capacidades militares del contrario, calculando que en el momento en el que los drones entran en su espacio aéreo se activan todos los sistemas de radares para seguir sus trayectorias, así como las baterías antiaéreas y los aviones interceptores. Eso ofrece una excelente oportunidad para extraer una fotografía actualizada del despliegue del potencial enemigo y de su capacidad de reacción a un posible ataque en toda regla.
Por otro, en el terreno político, una acción de este tipo -no empleando un solo dron o misil, como ya ha ocurrido anteriormente en Letonia, Finlandia o Rumanía, sino una andanada significativa- busca calibrar el grado de voluntad política y de unidad de los miembros de la Alianza Atlántica. Putin es sobradamente consciente de que hoy la OTAN pasa por una etapa de creciente desconfianza entre los aliados europeos sobre las garantías de seguridad que durante décadas ha proporcionado Estados Unidos, así como de que existen grados muy diversos de compromiso entre los propios europeos con la defensa de Ucrania y la manera de responder a las acciones del gigante ruso, con Hungría y Eslovaquia como los más cercanos a Moscú.
Indeseado choque frontal
A la vista de las reacciones registradas desde la violación rusa del espacio aéreo polaco parece confirmarse que ni Rusia ni la OTAN desean alimentar una escalada que pueda producir un mutuamente indeseado choque frontal. Polonia se ha limitado solicitar una reunión urgente del Consejo de Seguridad de la ONU y a invocar el artículo 4 del Tratado de la OTAN, abriendo consultas con el conjunto de los aliados; pero sin dar el paso de recurrir al artículo 5, en demanda de una respuesta colectiva a lo ocurrido. El resto de los aliados se han sucedido en la condena a lo que Moscú ha perpetrado y han aprobado la puesta en marcha de una nueva operación -Centinela Oriental-, para la que Alemania, Dinamarca, España, Francia y Reino Unido ya han comprometidos medios adicionales a los que llevan años reforzando la seguridad de los vecinos inmediatos de Rusia.
Moscú, entretanto, ha iniciado las maniobras Zapad, junto con Bielorrusia, aparentando que no nada va a apartar de su rumbo a Putin. Un rumbo que incluye, como viene haciendo desde hace años, ciberataques, propaganda, sabotajes y demostraciones cada vez más asertivas de su voluntad de garantizarse una zona de influencia propia en Europa oriental. Cabe recordar que las anteriores maniobras Zapad le sirvieron como antesala para el arranque de la invasión desde territorio bielorruso, por eso no puede extrañar que tanto Polonia como los países bálticos anuncien el cierre del espacio aéreo y las fronteras terrestres con Bielorrusia.
En definitiva, un ejemplo más de la guerra híbrida en la que Rusia ha adquirido una capacidad sobresaliente, jugando con fuego de manera cada vez más atrevida. ¿Hasta cuándo?
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