Ucrania, bajo los designios de Trump
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El presidente ucraniano, Volodymyr Zelenski, escucha al presidente francés, Emmanuel Macron, durante una reunión de videoconferencia del Palacio de Mariunsky. / Presidencia de Ucrania
Cuando se cumplen tres años del inicio de la invasión de Ucrania por Rusia el conflicto ha devenido, en lo estrictamente bélico, en una guerra de posiciones sin grandes cambios en el frente. La gran mutación es hoy el nuevo planteamiento del conflicto que hace Estados Unidos, no por esperado menos disruptivo. Se ha embarcado la Casa Blanca en una negociación directa con el Kremlin sin contar con el país agredido y con Europa, que lleva gastados 160.000 millones de euros en ayudas de toda índole al Gobierno de Volodimir Zelenski. Ni el altísimo coste en vidas, ni la devastación causada por los bombardeos ni la suerte que aguarda a los desplazados que han huido del conflicto parecen contar, sino solo la compensación a la que aspira Estados Unidos –el 50% de la explotación de las tierras raras en suelo ucraniano– y la pretensión de Vladímir Putin de anexionarse de forma definitiva el territorio ocupado.
Es acaso cierto que carece de sentido desde el lado ucraniano perseguir la estrategia de la victoria total, pero acogerse al realismo por el trágico coste de la guerra no significa que cualquier solución sea defendible, justa, ecuánime, conveniente y estable. Ucrania carece de los medios necesarios para imponer sus condiciones, en mayor medida si la UE no participa en las negociaciones, pero es preciso que no se consagre un desenlace de la guerra que entrañe la violación flagrante del derecho internacional, la vulneración de los derechos humanos y de la seguridad europea, comprometida esta última en grado sumo. No debería resolverse la contienda con una victoria aplastante de Rusia en los pactos que se acuerden, que es el significado del punto de partida de las negociaciones de Riad y de la verborrea del presidente Donald Trump, empeñado en desacreditar todos los días la figura de Zelenski.
Se da por descontado, de momento, que cuanto se acuerde será negativo para la cohesión de la OTAN y en la posición de la UE con Rusia, dañada la unidad de los Veintisiete por la admiración que Viktor Orbán (Hungría) y Robert Fico (Eslovaquia) dispensan a Putin y por las extremas derechas que hacen una interpretación muy peculiar del concepto de patriotismo y encuentran en Putin y Trump aliados para sus designios. Pero incluso si tal circunstancia no se diese, el debilitamiento del vínculo atlántico, el aislacionismo de Trump y su propósito de centrar todos sus esfuerzos en competir con China y acotar su influencia acrecienta la vulnerabilidad del espacio europeo.
Otorgar a Putin una victoria incondicional obliga a vislumbrar un futuro sombrío. Tal punto final para la guerra de Ucrania no será fruto de un realismo necesario, sino de los objetivos económicos de Estados Unidos: intensificar los negocios con Rusia y sacar partido de los recursos naturales de Ucrania. A la Casa Blanca le importa poco el coste que tal operación pueda tener para los aliados europeos salvo que se plieguen a sus reclamaciones en gasto militar y a un equilibrio inmediato de la balanza comercial so pena de castigo arancelario. Carece de importancia para EEUU que Ucrania ingrese en la UE, porque lo que realmente importa a Rusia es que prevalezca su exigencia de neutralización, más que neutralidad, para el Estado vecino. Todo lo cual sería una claudicación de toda Europa.
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