Un cardenal sancionado por Francisco por abusos sexuales, la nueva piedra en el zapato de la Iglesia de cara al cónclave

Aunque los vaticanistas más desconfiados ya se han preguntado si —en verdad— el principal interesado se está beneficiando del ruido mediático que está suscitando su caso —y la presión que supone para la Iglesia católica, en este delicado momento de transición—, este miércoles ha sido otro día marcado por la polémica en torno al cardenal peruano Juan Luis Cipriani.
Acusado de abusos sexuales y sancionado por el difunto Papa —quien incluso le prohibió vestir el hábito cardenalicio—, el prelado, primer cardenal en la historia del Opus Dei y arzobispo emérito de Lima, está participando en las reuniones precónclave actualmente en curso, lo que ya ha empezado a generar malestar incluso dentro de la propia Iglesia.
Prueba de ello han sido las declaraciones del jesuita alemán Hans Zollner, uno de los mayores expertos del Vaticano sobre la plaga de los abusos sexuales a manos de sacerdotes y quien, en una entrevista con el diario argentino La Nación, afirmó que, en su opinión, «los cardenales tienen que intervenir».
Cartas en el asunto
De acuerdo con el relato del medio argentino, Zollner incluso habría considerado que deberían tomar una decisión el camarlengo, Kevin Farrell, quien tiene un papel clave en este momento de «sede vacante», y los tres cardenales sorteados este lunes para asistirlo en los primeros tres días: el filipino Luis Antonio Tagle, el alemán Reinhard Marx y el corso-francés Dominique Mamberti.
«No conozco las sanciones, pero si existen y las está desobedeciendo, insisto, tienen que intervenir los cardenales, porque quiere decir que hay un problema de aplicación de las sanciones y de credibilidad de las sanciones», ha advertido Zollner, quien durante años fue uno de los principales rostros de la Pontificia Comisión para la Tutela de Menores (hasta su renuncia hace dos años), uno de los principales organismos vaticanos en la lucha contra los abusos cometidos o encubiertos por sacerdotes.
El caso de Cipriani fue revelado por la prensa italiana el pasado domingo, después de que el purpurado acudiera ese día a visitar la tumba del difunto Papa argentino vestido con sus hábitos cardinalicios.
Ambigüedad
En este marco, y al igual que ocurrió con la polémica del cardenal Ángelo Becciu —condenado por malversación, quien reclamaba su derecho a participar en el cónclave a pesar de no estar en las listas y que finalmente renunció a estar en la reunión—, el Vaticano está optando por mantener una postura ambigua ante este nuevo escándalo. Tanto es así que el portavoz vaticano, Matteo Bruni, ha evitado una y otra vez entrar en los detalles del caso, a pesar de las insistentes preguntas de los periodistas.
Cipriani, de 81 años y —según lo último conocido— residente en Madrid, ha rechazado reiteradamente las acusaciones en su contra. Son «completamente falsas«, llegó a declarar. «No he cometido ningún crimen, ni he abusado sexualmente de nadie en 1983, ni antes ni después», añadió.
Con todo, la polémica de Cipriani no tiene la misma envergadura que la de Becciu. La razón es que, por haber superado el límite de edad previsto para participar en los cónclaves, el peruano no puede —en cualquier caso— entrar en la Capilla Sixtina. Lo que significa que, incluso de ocurrir, su posible exclusión de las congregaciones generales no afectará al número final de cardenales electores que estarán en el proceso que llevará a la elección del futuro jefe de la Iglesia católica.
La incógnita es si Cipriani sacará alguna ventaja de la presión —por el daño de imagen— que su caso está ejerciendo sobre los cardenales, en este momento de transición tan delicado.
Puedes consultar la fuente de este artículo aquí