Una vida extra para Frankenstein
Ahora que vuelve a estar de actualidad el moderno Prometeo de Mary Shelley gracias a la película de Guillermo del Toro, resurge también Frankenstein como el sobrenombre más logrado de la la historia de la democracia para definir un gobierno. Es obra, como saben, de Alfredo Pérez Rubalcaba que describió una alianza improbable, construida con retazos ideológicos y contradicciones insalvables; un experimento sostenido por piezas que no encajaban entre sí. Con el paso del tiempo, como era previsible, esas piezas siguen sin encajar y, ahora más que nunca, preludian el final de una legislatura azarosa. Años después el monstruo no solo sigue vivo, sino que ha aprendido a caminar entre sobresaltos. Con una mayoría parlamentaria fragmentada, el Gobierno se ha visto obligado a entregar promesas de geometría variable para sobrevivir día a día mientras proclama que existe una estabilidad que nadie se cree y todos parecen desmentir. El caso es que termina pareciendo más rehén que aliado de quienes lo sostienen únicamente frente a la posibilidad remota de una moción de censura.
[–>[–>[–>Salvo en el curioso caso de Bildu, comprometido con la causa solo a cambio de un blanqueo de su pasado terrorista, el resto de quienes respaldaron la investidura de Sánchez, hace dos años, se han mostrado en algún que otro momento remisos a seguir apoyando al Gobierno. Los casos de Podemos y de Junts han sido los más sonados. El PSOE, entretanto y consciente de que depende de los equilibrios propios del funambulismo, ha normalizado lo que antes se consideraba excepcional que es pactar con quien niega los consensos de la Transición, convertir cada votación en una negociación de última hora y a cara de perro, y asumir sin presupuestos que valga que el adversario no siempre está enfrente, sino sentado en la misma mesa. El resultado es más incertidumbre.
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