Usaid
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Casi nadie conocía el significado de las siglas del encabezado hasta que llegó Donald Trump y, por sus santos decretos, pulverizó la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (Usaid), operativa desde el año 1961. Unos 10.000 empleados idos al garete porque, al alocado decir del presidente de EE UU, son unos «radicales lunáticos». Sólido argumento que remata su megarrico edecán Elon Musk en el mismísimo Despacho Oval con el hijo pequeño encaramado sobre sus hombros (otra escenita de tierna crueldad): «es un nido de víboras marxistas».
Conviene difundir que esta organización no gubernamental suponía el 47% de la ayuda humanitaria mundial (operaciones quirúrgicas, vacunas, comida, agua potable, educación, asistencia en catástrofes naturales, campos de refugiados…). Y no estará de más que precisemos algunas de sus meritorias labores. En la República Democrática del Congo, en guerra civil, sus programas suministran comida, agua, electricidad y atención médica a 4,6 millones de personas que ahora quedarán desamparadas del todo. En Kenia, un millón de personas acceden a agua potable gracias a las 200 bombas que ahora dejarán de funcionar. En Etiopía, 5.000 sanitarios, cuyo sueldo dependía de esa ayuda, han sido despedidos. Se congela el plan contra el sida, lanzado en 2003 por el presidente George W. Bush (un marxista redomado como todo el mundo sabe), que ha salvado 26 millones de vidas en África. Usaid fue decisiva en 2014 para frenar la epidemia de ébola; pero persiste en estos momentos otra epidemia similar en Uganda que ya no dispondrá de personal. «The New York Times» ha informado acerca de 30 terapias experimentales que ahora se paralizan: malaria en niños de Mozambique, cólera en Bangladés, cáncer en Malaui… Esta agencia sostiene en Afganistán a 145.000 mujeres vulnerables que ahora, hundidas en un desvalimiento absoluto, no sabremos cómo calificar. En América del Sur, los programas de esta organización frenaban la emigración y el narcotráfico en Colombia, El Salvador, Guatemala y Honduras.
Resulta chocante observar que quienes se empecinan en cerrar fronteras a cal y canto, con este tipo de decisiones disparatadas azuzan los flujos migratorios del África subsahariana a Europa y de Sudamérica a las puertas de su propio país, sin que los teóricos de la gran invasión o del remplazo hayan alzado la voz.
Sí que puso el grito en el cielo de inmediato Alistair Dutton, secretario general de la católica Cáritas Internacional (¿otro lunático marxista?): «El modo despiadado y caótico en que ha sido tomada esta decisión amenaza la vida y la dignidad de millones de vidas. Parar bruscamente Usaid matará a millones de personas y condenará a cientos de millones a vidas de pobreza inhumana».
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