Venezuela al borde del abismo
Venezuela vive un tiempo suspendido entre la esperanza y el miedo. La sensación de que el régimen de Nicolás Maduro se aproxima a su final flota en el aire, se percibe en los cuarteles y se comenta en voz baja. Sin embargo, la caída de un régimen no significa el comienzo de una nueva era. A veces, es solo el preludio del caos.
[–>[–>[–>Durante más de dos décadas, el chavismo construyó un sistema político basado en la lealtad y la represión , fracturó a las Fuerzas Armadas y empobreció a una nación que fue una de las más prósperas de América Latina. Pero mientras el país se hundía, otro poder emergía silenciosamente desde abajo: el del crimen organizado.
[–> [–>[–>Hoy, buena parte del territorio venezolano ya no está bajo control del Estado, sino de bandas armadas que se comportan como gobiernos regionales. El Tren de Aragua es el caso más emblemático. Surgido en las cárceles y fortalecido por la complicidad del aparato estatal, se ha convertido en una organización transnacional con presencia en al menos diez estados del país. No está solo, en distintas regiones actúan otros grupos delictivos , cada uno con sus propias economías delictivas. Son, en esencia, señores de la guerra, dispuestos a llenar el vacío que deja un poder moribundo.
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Y ahí radica el mayor peligro: el «día después» Si el régimen de Maduro cae sin que exista una estructura de transición, coordinada y legítima, Venezuela podría deslizarse hacia un escenario de anarquía. Con unas Fuerzas Armadas debilitadas, y carentes de liderazgo profesional, el país quedaría a merced de grupos criminales, y facciones internas disputándose el control del territorio.
[–>[–>[–>Sería un Estado sin Estado. Un país donde la caída de la dictadura no significaría libertad, sino desintegración.
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La historia ofrece advertencias. Irak o Haití muestran lo que ocurre cuando se derrumba un poder autoritario sin una estrategia clara para llenar el vacío. En esos casos, el orden se evaporó en cuestión de días, y lo que vino después fue peor: guerra civil y desplazamientos masivos. Pensar que Venezuela está vacunada contra ese desenlace sería un acto de peligrosa ingenuidad.
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[–>El deseo de cambio es legítimo, pero la reconstrucción de Venezuela no podrá basarse únicamente en el derrumbe del régimen, sino en la capacidad de construir algo nuevo, restablecer la confianza en las instituciones, recuperar el control territorial y desmantelar las organizaciones criminales.
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Nada de eso será posible sin un proceso de transición planificado, con una estrategia de seguridad nacional seria. De lo contrario, el país podría pasar de la dictadura al desgobierno y la anarquía.
[–>[–>[–>El dilema de Venezuela es, en el fondo, el dilema de toda nación que ha sufrido una larga noche autoritaria: cómo despertar sin desangrarse. Hoy el país está ante una oportunidad histórica, pero también ante una amenaza igual de grande.
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La caída de Maduro podría marcar el inicio de la libertad o el comienzo de un abismo. Todo dependerá de lo que ocurra en ese instante crítico entre el colapso del viejo poder y la construcción del nuevo. Ese instante, fugaz y decisivo, será el que determine si Venezuela renace… o se hunde para siempre.
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