Yo, el supremo
La sentencia que condena al Fiscal General hace un flaco favor al Poder Judicial, a la labor ejemplar de la inmensa mayoría de jueces y magistrados que lo integran, y ahonda en el descrédito de la justicia en España causado por unos pocos.
[–>[–>[–>Cuánta celeridad en publicitar la condena sin que se sepa aún su fundamento, quizá porque puede prescindirse de ese detalle cuando lo importante es dar a conocer el fallo premeditado. Ya se concretarán más tarde los hechos y la argumentación que mejor se acomoden a ese resultado. Seguro que la sentencia contará con razonamientos, aunque sean extravagantes, para dar relevancia a unos testimonios y excluir a otros, y también con alambicadas interpretaciones que justificarán la condena. Ya conocemos el virtuosismo de algunos magistrados del Supremo en el encaje de bolillos, incluso para que, condenando al reo, parezca que se le hace un favor.
[–> [–>[–>Todo es un despropósito desde que Miguel Ángel Rodríguez puso en marcha el famoso bulo. La instrucción del juez del Supremo Ángel Hurtado ha estado plagada de excesos rayanos en la prevaricación. Un saltimbanqui, que lo mismo que ofreció una coraza a Mariano Rajoy en el juicio de la Gürtel y consideró que sería un salto en el vacío vincular el PP con esa trama, apuntó a la Moncloa sin fundamento alguno como probable incitadora de la filtración por la que ahora se condena al Fiscal General.
[–>[–>[–>
Qué decir del «pa’ lante» de la Sala de Apelaciones del Tribunal Supremo, que resolvió el procesamiento del Fiscal General con dos votos a favor y uno en contra, en el que el magistrado Andrés Palomo afirmó de manera contundente que «No resulta posible con el acervo indiciario acumulado atribuir de una manera mínimamente justificada la filtración del correo al investigado». Esperemos que algún día se lleguen a saber las presiones a las que se vio sometido este magistrado para que retirara su voto particular. También el chantaje hecho al Fiscal General para que, a cambio de quedar en nada su procesamiento, presentase su dimisión.
[–>[–>[–>El factor humano juega un papel importante cuando se juzga a un conocido; más si se trata de una persona con la que durante tres años se han forjado contenciosos varios y mantenido pulsos institucionales. Para que no haya sospechas de parcialidad y de ajuste de cuentas a la hora de enjuiciar a un más que conocido procesado está la posibilidad, incluso el deber, de abstenerse, pero para algunos magistrados del Supremo eso sería zaherir su honorabilidad.
[–>[–>[–>
Desde que un alto cargo del PP dijo en su día que con Marchena de Presidente del Tribunal Supremo podrían controlar la Sala de lo Penal por la puerta de atrás, nada es inocente, y tampoco lo es la acumulación de magistrados del Tribunal Supremo de significado talante conservador gracias a un Consejo General del Poder Judicial controlado durante años y con prórrogas vergonzosas por el PP. Lo relevante no es que sean conservadores, sino militantes del conservadurismo.
[–>[–>
[–>Roa Bastos escribió «Yo el Supremo». No pensaba en un tribunal, sino en un dictador. Sin embargo, cuando se ve la arrogancia con la que se juzga y sentencia a un Fiscal General, solo por mayoría, sin claros indicios de culpabilidad y con la accesoria humillación de obligarle a indemnizar al demandante y a hacerse cargo de las costas, emerge el supremo poder al desnudo, el «condeno porque yo lo digo»; eso sí, seguro que con ingeniosos origamis hechos con hojas del Código penal.
[–>[–>[–>
Pensarán los cinco magistrados que firman favorablemente la sentencia que han cumplido con el Estado de derecho, pero para un importante número de ciudadanos se trata de jueces que, como diría Sabina, tienen la frente muy alta, la lengua muy larga y la toga muy corta.
[–>[–>[–>
Suscríbete para seguir leyendo
Puedes consultar la fuente de este artículo aquí