El hachazo al gasto público fulmina 50 años de modelo económico y social en Francia
Francia está en crisis y los franceses parece que se niegan a aceptarlo. “La situación es grave”, insistía hace unos días el primer ministro, François Bayrou, durante la presentación del plan de recortes más agresivo de los últimos años, con el que el gobierno pretende ahorrar 44.000 millones de euros a base de aplicar un “tijeretazo”, especialmente en el sector público.
Unos recortes que a muchos les han recordado a la “motosierra” de Javier Milei, y que han despertado la indignación de la izquierda y de la extrema derecha y, en especial del centrista, Édouard Philippe. El exprimer ministro de Macron y actual candidato presidencial criticó que este paquete no contiene reformas estructurales para las políticas públicas fallidas, sino que se basa en un plan de emergencia para limitar los daños sin resolver el problema.
Aun así, Bayrou, con el fantasma de la censura acechándolo, insiste en que los ajustes se producirán “cueste lo que cueste”, porque Francia lleva “50 años gastando más de lo que ingresa”, creando un país “adicto al gasto público”.
Un plan pretende hacer frente a un déficit que ronda el 6% del PIB, el doble marcado por Bruselas y el tercero peor de la UE después de Rumanía y Polonia, según Eurostat. El objetivo es reducirlo al 4,6% para finales de 2026, y alcanzar el 3% del PIB en 2029. Sin embargo, los analistas de Barclays afirman que la meta marcada para el próximo año podría ser «inalcanzable» dadas las limitaciones políticas y el riesgo de una moción de censura: “Francia predijo un déficit prácticamente sin cambios (políticos) durante los próximos dos años», explican.
En los últimos años, la economía francesa ha mostrado señales de estancamiento y un crecimiento muy débil en comparación con otros países europeos, pero los expertos insisten en que no es algo reciente, sino un problema que lleva años gestándose a fuego lento.
50 años de mala gestión
“Hace más de 50 años que nuestro país no presenta un presupuesto equilibrado. Nuestros gastos superan a nuestros ingresos cada año”, afirmó François Bayrou durante la presentación del plan de recortes. “Poco a poco, nos hemos acostumbrado a este déficit”, insistió. El inquilino de Matignon cree que todos los partidos que han estado en el poder, desde François Mitterrand hasta Emmanuel Macron, han contribuido a esta “espada de Damocles que pende sobre Francia y su modelo social”.
En 1981, con la llegada de François Mitterrand, Francia se encontraba inmersa en una lucha contra una inflación superior al 13% y una tasa de desempleo de un 19,3%, afectando principalmente a trabajadores no cualificados. El primer presidente socialista de la V República llegó con un ambicioso plan de transformación económica, orientado a la creación de 200.000 empleos públicos y al aumento del salario mínimo, a la nacionalización masiva de 39 grandes bancos y cinco grupos industriales clave, con el objetivo de recuperar el aparato productivo del país, y al aumento de los impuestos a las grandes fortunas.
Sin embargo, la presión de los mercados y el imparable crecimiento de la inflación obligaron al presidente a dar un giro hacia la austeridad, forzando al gobierno a los recortes públicos, a la congelación salarial y al aumento de los impuestos.
Giro hacia la austeridad
El propio Mitterrand reconoció entonces que la economía se estaba desequilibrando, en un periodo que fue bautizado como “tournant de la rigueur” (giro hacia la austeridad). Aunque en ese momento las cosas ya empezaban a ir mal, según François Bayrou, el punto de inflexión para la economía francesa se produjo en los 2000, bajo el liderazgo de Jacques Chirac, “cuando Francia aún se encontraba en una situación favorable, claramente por delante de Alemania. Luego, la situación se deterioró cada año, hasta encontrarnos en 2025 con un déficit de alrededor de 80.000 millones anuales, mientras que Alemania, por su parte, tiene un superávit que se ha acercado a los 250.000 millones y se ha mantenido entre 180.000 y 200.000 millones, incluso con su situación de crisis”, explicó recientemente el primer ministro en una entrevista para el medio ‘Entreprendre’.
La cosa no cambió demasiado bajo el mandato de François Hollande. Su gobierno intentó remontar la situación económica del país, que ya se mostraba resentida, derogando reformas previas, aumentando los impuestos, y aplicando nuevas reformas laborales, como la ‘Ley Macron’ o ‘Ley El-Khomri’. Esto generó importantes protestas empresariales, como el movimiento “Les Pigeons”.
El presidente francés François Mitterrand y el canciller alemán Helmut Kohl, atrapado por la mano, durante la ceremonia de reconciliación entre los dos países fuera del cementerio de Douaumont, cerca de Verdun. / AP
Durante esos años, Francia mantuvo uno de los niveles más altos de gasto público entre los países desarrollados: cerca del 57 % del PIB, y no fue hasta el final del mandato de Hollande, en 2017, cuando la situación empezó a mejorar. Aunque seguía situándose muy por debajo del 1,8% la media de la UE.
Hasta ahora ningún gobierno ha conseguido dar con la clave del éxito económico para Francia, incluyendo al actual presidente, Emmanuel Macron, cuyo historial financiero se ha visto manchado en los últimos años por revueltas sociales, como los chalecos amarillos, o la pandemia, la guerra de Ucrania y su posterior inflación. Mientras que países como Italia o España han conseguido surfear las olas de los recientes desafíos y controlar sus deudas públicas, el país galo se hunde en un agujero de descontrol financiero.
Déficit de competitividad y la pérdida de cuota industrial
A la descontrolada deuda pública y la creciente inflación, otro de los actuales factores que han alimentado la crisis económica de Francia se encuentra en el déficit de competitividad empresarial. El país pierde cuota de exportaciones frente a sus socios europeos y las empresas francesas enfrentan una alta carga impositiva y rigideces estructurales que dificultan la competitividad.
Además, el plan de Macron de reindustrializar el país parece que no consigue materializarse. Entre 1980 y 2000, el valor añadido de la industria cayó del 30 % al 20 % del PIB, mientras que el empleo industrial se redujo a 3,1 millones en 2011.
Según un estudio de Trendéo, desde 2009 hasta 2012 se produjeron cerca de 880 cierres de fábricas, lo que significó la eliminación de unos 100.000 empleos industriales en solo tres años. En el último año, se han producido más cierres que aperturas de fábricas, entre ellas la de Michelin. La marca anunció el cierre de sus plantas antes de 2026, lo que afectará a 1.250 trabajadores.
A esto se suma, la falta de inversión en I+D y su mala orientación, enfocada a sectores tradicionales. Francia dedica aproximadamente el 2 % del PIB a I+D, mientras que otros países como EE.UU., Alemania o Japón superan el 3 %. Aún así, Francia sigue siendo atractiva para la inversión empresarial, que se mantienen sólidas, especialmente en ciertos sectores estratégicos.
Un retroceso de competitividad que se ve influido por la falta de productividad de los franceses. De ahí que el primer ministro, proponga en su plan de ajustes suprimir dos días festivos – Lunes de Pascua y 8 de mayo-, con el objetivo de aumentar la producción. “Será necesario reconciliar a los franceses con el trabajo”, insistió Bayrou, alertando también de la baja tasa de empleo, especialmente entre personas mayores, y de las largas bajas por enfermedad, que afectan directamente a la productividad del país.
Un plan a merced de la Asamblea Nacional
Tras la presentación del plan presupuestario, Bayrou admitió que sus ideas lo dejarían a merced de la Asamblea Nacional que deberá votarlo este otoño; “Conocemos perfectamente los riesgos”, refiriéndose a la posible censura de la oposición, aunque insiste en que “tiene la obligación y la voluntad de superar estos obstáculos” por el bien del país.
No será fácil sanear las cuentas francesas. La alianza Macron-Bayrou no cuenta con la mayoría en el parlamento francés algo que le obliga a negociar con la oposición o aplicar el artículo 49.3, para aprobar sin votación estos impopulares presupuestos. Un gesto que le expondría ante una moción de censura, en la que los votos decisivos los tendría la ultraderecha de Marine Le Pen, pero también a la presión de la calle, que ya se organiza para bloquear el país en septiembre.
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