Venezuela vuelve a las urnas en unas elecciones municipales con marcada apatía
La historia reciente de Venezuela está poblada de amargas ironías y repeticiones. Las elecciones presidenciales del 28 de julio de 2024 son todavía parte de una división irreconciliable: buena parte del país no cree que Nicolás Maduro se impuso al exdiplomático Edmundo González Urrutia en esa contienda. Desde entonces, el «presidente obrero», como le gusta llamarse, gobierna en medio de la apatía y el temor a la represalia de muchos venezolanos. Esas sensaciones son las predominantes en el país que este domingo, 364 días después de aquellos controvertidos comicios, vuelve a las urnas, esta vez para dirimir el manejo de 335 alcaldías y los consejos municipales. La campaña apenas duró dos semanas, todo un indicio del cansancio social. El madurismo no duda de la victoria. La oposición ya no tiene una meta común: el sector de María Corina Machado llamó a los ciudadanos a quedarse en sus casas porque es una manera de seguir recordando el «fraude» de 2024. Otros dirigentes y fuerzas decidieron participar de las elecciones convencidos que la deserción es un camino sin retorno que ya se ha probado.
Nada ha cambiado desde las elecciones regionales del 25 mayo pasado en las que el Gobierno cantó su victoria estadística (obtuvo 23 de las 24 gobernaciones estadales en juego) pero tuvo a la vez un sonoro traspié político porque casi el 58% de los ciudadanos en condiciones de sufragar no lo hicieron. «Usted vote libremente, pero vote», pidió Maduro en las vísperas. El ausentismo lo perturba.
Maduro ha intentado capitalizar la perplejidad de los venezolanos cuando sus familiares o amigos migrantes fueron a parar a la cárcel de máxima seguridad salvadoreña. Habló de desapariciones y una constante negación de los derechos. El Foro Penal le recordó que un total de 853 personas están detenidas por razones políticas en Venezuela a pesar de la reciente excarcelación de 66 disidentes.
Encrucijada opositora
El respaldo real al presidente en la calle no excede el 25%, de acuerdo con distintos sondeos. No obstante, sus adversarios no han podido nunca capitalizar esa debilidad objetiva ni negociar con el Palacio de Miraflores en condiciones que no sean completamente desfavorables. Para peor, han vuelto a dispersarse y carecer de una hoja de ruta común. El actual alcalde de la acomodada Chacao, en el este de Caracas, el opositor Gustavo Duque, defendió su participación en estos comicios, contra la opinión de Machado y Urrutia. «Que cada quien sepa que nos estamos jugando el futuro del municipio más emblemático de Venezuela, el futuro del municipio más opositor de Venezuela», recordó al cerrar su campaña.
«Los dejamos solos el 25 de mayo, (…) este 27 de julio, volvemos a dejarlos solos», pidió por su parte Machado. La dirigente derechista, en completa sintonía con la administración de Donald Trump, está convencida de que los venezolanos van a seguir ese llamamiento. «Nosotros tenemos hoy la fuerza, y esto no tiene vuelta atrás, no la tiene. A Maduro lo vamos a sacar». Analistas políticos citados por el portal ´Efecto Cocuyo` advierten , sin embargo,que la situación presente de Venezuela es la desconexión política. La oposición, sostuvo Piero Trepiccione, debe «interpretar» ese sentimiento. El reiterado discurso de Machado sobre un inminente acontecimiento casi providencial que desaloja a Maduro del poder ha perdido receptores entusiastas. El consultor político Luis Toty Medina sostiene al respecto que ese sector opositor, el más intransigente, no ha manejado bien la relación entre expectativas y resultados, y eso empuja a la desesperanza. «Es un hecho cierto que si los liderazgos no se ajustan a las necesidades de la gente, corren el riesgo de desaparecer».
La puja con EE.UU
Las elecciones tienen un telón de fondo que suscita mayor atención que la escena principal. Días atrás fueron intercambiados 252 venezolanos que estaban en una cárcel de máxima seguridad en El Salvador por 10 ciudadanos de Estados Unidos que se encontraban bajo arresto. Caracas también liberó numerosos presos políticos. El episodio tiene numerosas aristas y derivaciones políticas. El pasado jueves, Maduro confirmó que la petrolera estadounidense Chevron recibió una licencia para continuar operando en ese país, fruto no solo de ese intercambio sino del ritmo que vienen teniendo las deportaciones de migrantes venezolanos. Trump había ordenado que la multinacional suspendiera las operaciones de bombeo de crudo en mayo pasado. El permiso había sido otorgado por su antecesor, Joe Biden, cuando Washington trataba de terciar entre el Palacio de Miraflores y la oposición para garantizar elecciones presidenciales transparentes, lo que no terminó sucediendo. El papel de Chevron en la recuperación de una economía tan vapuleada como la venezolana fue crucial. La empresa, dijo, «tiene 102 años en Venezuela y yo quiero que tenga 100 años (más) y trabajar sin problemas». De paso, Maduro invitó a los inversionistas estadounidenses a aceptar su mano tendida. «Todo el que quiera trabajar con gente seria, gente de palabra, sobre la base de la legalidad, venga a Venezuela. Venezuela es el paraíso de las inversiones para petróleo, gas, petroquímica, hidrocarburos».
La complejidad de los vínculos subterráneos entre Maduro y el trumpismo quedó de manifiesto en la reciente repatriación del estadounidense de origen venezolano Dahud Hanid Ortiz, autor en 2016 de un triple asesinato en Madrid. Ortiz fue uno de los diez norteamericanos liberados días atrás. Aunque Trump había prometido expulsar a los «criminales extranjeros» de su país, hizo una llamativa excepción en este caso.
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