Jamiroquai pone al Palau Sant Jordi en trance con un empacho de ‘groove’
Los 90 fueron los años de despegue de la música electrónica bailable y no nos acordamos mucho de una corriente de la época, el acid jazz, que apostaba por lo orgánico. ¿Qué fue de Brand New Heavies, Incognito, Galliano…? Algunos siguen coleando, pero Jamiroquai llena (o casi) ‘arenas’ como el Palau Sant Jordi (17.000 asistentes, según Live Nation), plaza en la que se estrenó este jueves. Aunque la pista acid jazz formaba parte de su combinado sonoro, sobre todo al principio, lo suyo tendía a un funk-pop quizá ultrasensorial y espacial, pero sin margen para virtuosismos. Y tenía ‘hits’.
[–>[–>[–>Así ha llegado hasta hoy el británico Jay Kay, atrayendo a mucho más público que en sus días creativamente álgidos (cuando pasó por salas como Chic Studio o el Pavelló de la Vall d’Hebron) y beneficiándose de la conexión espiritual con ídolos modernos como Bruno Mars y Dua Lipa. En el estreno internacional de su gira ‘The heels of steel’, la primera en seis años, concierto único en España, desplegó una música muy de una época, aunque tal vez sea ya atemporal, ejecutada con lujos: banda amplia, tres coristas, doble percusión. Escenografía con columnas y pirámides, como medio mística, y acabado sonoro preciosista, con guitarras a lo Chic en ‘Little L’ y fibras sedosas en ‘Space cowboy’. Y esa tendencia a estirar las canciones con introducciones envolventes, como en ‘Alright’, creando un efecto de trance.
[–> [–>[–>El trayecto no fue lineal y nos condujo a una buena sacudida en ‘Feels just like it should’, a la balada al piano en ‘World that he wants’ y a un aventurado pasaje jazz-soul cósmico en ‘Telullah’. Jay Kay lució algunos de sus sombreros y gorros extravagantes y, más importante, cantó con pulcritud y estilo. Habló poco, si bien anunció que habrá un nuevo álbum “a principios del próximo año” (el primero desde ‘Automaton’, 2017), del que ofreció dos canciones en primicia: ‘Shadow in the night’, de estribillo muy insistente, propenso al paroxismo, y la elegante ‘Queen machine’.
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Los conciertos de Jamiroquai siempre tuvieron un punto de hipérbole hedonista, de impulso narcotizador, a costa de recrearse en el ‘groove’ y alargar las canciones, las líneas de bajo, los fraseos corales. Así fue una vez más, celebrando una música de baile voluptuosa que, a lo largo de más de dos horas, y citando las deseadas ‘Cosmic girl’ y ‘Virtual insanity’, suministró todo el alimento para asegurar el más feliz de los empachos.
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