Rigoberta Bandini, Perra I de España, por Pedro del Corral
Que quede clarito. A la república feminista de Rigoberta Bandini hay que entrar a cuatro patas. Primero, las traseras. Después, las delanteras. Y, sólo cuando levante la mirada, entonces, ladre, ladre, ladre. Al otro lado, la líder de la manada le estará esperando. Las normas son claras: “Si yo fuera una perra, toda mi existencia sería mucho más amable y liberal”. Desde que Paula Ribó (Barcelona, 1990) instauró su perrarcado en 2022 no ha dejado de recibir fieles. Tiene uno de los cancioneros más infalibles del pop español y, claro, puestos a poner el vello de punta, pocas hay como ella. Su forma de relatar el mundo resulta tan particular que, entre lo transgresor y lo poético, ojo, se ha convertido en un icono intergeneracional. Lleva seis años celebrando la vida a grito pelado. Una y otra vez. Llevando sus miedos a un clímax volcánico y jubiloso único en España hasta hoy. Es tal el fervor que desata que, tras protagonizar una de las giras más exitosas del año, ahora, presentará los Goya 2026 junto a Luis Tosar. “Quiero ser una perra”, canta. Y cada vez más gente.
[–>[–>[–>Es una de las voces más comprometidas de la industria y, como tal, conforme se ha ido haciendo mayor, no ha dudado en meterse en ciertos debates. Sus letras son mordaces, alternando lo íntimo y lo universal con grandes dosis de ironía. Algo que ha quedado patente desde que debutó en plena pandemia con Too Many Drugs, la canción que aborda el consumo de drogas desde un enfoque espiritual. Agallas no le faltan. Sabe cómo dejar huella y, sobre todo, he aquí la diferencia, cómo provocar a la masa. Con In Spain We Call It Soledad, lo logró al instante. Aunque, bueno, nada que ver con el terremoto que desató al editar Ay, mamá.
[–> [–>[–>El día que su nombre apareció entre los concursantes del Benidorm Fest, el fenómeno Bandini terminó de explotar. Las escuchas se multiplicaron, los seguidores se dispararon. Era la gran favorita junto a unas Tanxugueiras que reivindicaron el gallego en horario de máxima audiencia. Incluso se desató una guerra absurda con Chanel durante meses. No ganó, por suerte. Sin embargo, su participación la colocó en un Olimpo del que aún no se ha bajado. “No hay nada más satisfactorio para una artista que ver cómo su música entra en el pechito de las personas para quedarse siempre en ellas”, escribió en Instagram horas después de acabar segunda en la carrera hacia Eurovision. Jamás ha intentado hacerse pasar por nadie. De ahí que, precisamente, un espectáculo así, tan teatral, tan personal, trascendiera el propio certamen. De inmediato, llegaron los conciertos y las portadas. Publicó su primer álbum, La emperatriz. Alcanzó el número 1. Hasta sacó un libro, Vértigo. Era la artista del momento. Todos la querían.
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El sueño de la niña que estudió Dramaturgia en el Instituto del Teatro de Barcelona se había hecho realidad tan rápido que la desgastó a la misma velocidad. “Me retiro un largo rato. La verdad es que estoy un poquito hasta el coño de las cosas, ya no puedo más”, comentó a David Broncano en La Revuelta. Desapareció, aunque no por completo. Cuando le apetecía, asomaba la patita para que nadie se olvidase de ella: colaboró con Julieta Venegas y Love of Lesbian, lanzó Miami Beach y compuso la banda sonora de Te estoy amando locamente. La cinta de Alejandro Marín la devolvió a la actualidad al entregarle el Goya a Mejor Canción Original.
[–>[–>[–>Y, de repente, cuando se le antojó, anunció su segundo elepé. Se mueve por corazonadas. Y, en esta ocasión, otra vez, el instinto no le falló: en Jesucrista Superstar, reflexiona sobre la maternidad, el futuro y la identidad con un aplomo que perdurará en el tiempo. Basta con escuchar su grandísimo homenaje a Pamela Anderson: una invitación aliberarse y disfrutarse, aplacando un sistema patriarcal que ahoga a las mujeres. No es la única causa que ha abanderado. De hecho, cada canción que escribe es prácticamente una reivindicación. Y eso levanta pasiones: cada vez que se autoproclama perra, su jauría responde. Es curioso que, con fuertes reminiscencias a Cecilia, Salomé y Massiel, a quien versionó en El amor, Rigoberta suene espectacularmente actual. Quizá, quién sabe, sea el delirio que desencadenan sus melodías. O, tal vez, ya se verá, el empoderamiento que despiertan sus mensajes. En unas décadas se sabrá. Por ahora, mientras toca Julio Iglesias, Kaiman y A ver qué pasa, en plena catarsis, el público se limita a sentirlas. “Paremos la ciudad sacando un pecho fuera al puro estilo Delacroix”, pide en Ay, mamá. Y todos acatan.
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