Alemania y un apagón nuclear casi irreversible

Alemania desconectó sus últimas tres plantas nucleares en abril de 2023. Nada apunta a que el apagón sea reversible. El previsiblemente próximo canciller, el conservador Friedrich Merz, sí incluyó en la campaña que le llevó a la victoria electoral un capítulo que abogaba por ‘replantearse’ el abandono de esa fuente de energía. La opción más realista es la energía atómica de cuarta o quinta generación, los llamados ‘Small Modular Reactors’ (SMR).
Pero el mismo Merz ha admitido como ‘improbable’ a medio plazo tanto dotarse de SMR como reactivar los reactores desconectados. Las últimas entre las 37 plantas atómicas que llegó a tener Alemania están esperando su desmantelamiento. Como el propio Merz reconoce, apagar o encender un reactor no es como darle al interruptor de la lamparita del escritorio. Es casi tan costoso como desmantelarlo y puede llevar años hacerlo.
Las trabas son técnicas y políticas. Merz negocia un pacto de gobierno con los socialdemócratas, cuyo programa electoral da por sellado el apagón. Son muchas las aristas a limar entre los futuros socios, especialmente en política social y migratoria. Merz no luchará por algo que incluso los consorcios energéticos dan por zanjado. Cada uno de los vaivenes o giros de prioridades de las sucesivas coaliciones ha generado costes millonarios e inversiones truncadas.
Tal vez sí plantee Merz es una moratoria para el desmantelamiento de las plantas ya inactivas. Hoy por hoy, su único aliado posible es la socialdemocracia, el partido del canciller saliente Olaf Scholz, convertido en tercera fuerza. La ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD), que quedó en segunda posición y que sí reclama el regreso a la energía nuclear, está descartada como aliada.
Un adiós en zigzag
El camino hasta el apagón de 2023 fue largo y convulso. El primer tramo se marcó en 2002. El entonces canciller, el socialdemócrata Gerhard Schröder, al frente de una coalición con los Verdes, pactó con la industria el cierre progresivo de todas las plantas del país hasta 2022. Su sucesora, Angela Merkel, desbarató el plan en dos rondas. En 2009, impulsada por sus socios liberales, decidió prolongar la vida de las más centrales más modernas; cuatro años después, bajo la conmoción de la catástrofe nuclear de Fukushima, la misma Merkel recuperó la agenda acelerada. A Scholz, con el verde Habeck como vicecanciller, le correspondía echar el cierre.
A punto estuvo de sufrir un último revés en su tramo final. La crisis energética precipitada por la invasión de Ucrania desencadenó las presiones sobre el tripartito entre socialdemócratas, verdes y liberales de Scholz para replantearse el abandono. Los liberales insistían en la necesidad de ‘diversificar’ las fuentes de energía y no renunciar a la atómica.
Los ecologistas se cuadraron. El histórico lema verde del ‘Atomkraft? Nein, Danke!’ –‘¿Energía atómica? No, gracias’- no iba a sufrir más demoras. Hubo un duro pulso entre el ministro de Energía y vicecanciller, el verde Robert Habeck, y el titular de Finanzas, el liberal Christian Lindner. Scholz lo saldó con una prórroga de unos pocos meses. Habeck intensificó en ese lapso la búsqueda de recambios, en un país fuertemente dependiente de los suministros rusos, interrumpidos primero por las sanciones a Moscú e impracticables luego por los sabotajes que inutilizaron el gasoducto Nord Stream.
Encima, media Europa se abrazaba a la energía atómica. No solo Francia, que la consideran irrenunciable. También en Suecia y Finlandia, así como en Polonia y resto del este y centro europeo se extendió un renacido amor por las nucleares.
El papel del carbón en la transición verde
Alemania no se bajó del ‘Nein, Danke’. En el año del apagón, las centrales atómicas solo proporcionaban el 6,4% del total del consumo eléctrico alemán. Pero sus defensores reclamaban su mantenimiento como ‘reserva’. La batalla por las nucleares fue uno de los muchos capítulos en la confrontación entre Habeck y Lindner en la fallida legislatura de Scholz. Habeck tuvo que ralentizar el desarrollo de las renovables en aras de la disciplina presupuestaria. Y, más grave aún, tuvo que bendecir la activación de explotaciones de carbón para garantizar el suministro energético. Pero, paso a paso, Alemania ha avanzado hacia el objetivo marcado para las renovables.
En los 16 años con Merkel en el poder, las renovables parecían atascadas. Su porcentaje en el conjunto del consumo eléctrico de Alemania no subía del 35%. En 2021, el primer año de Scholz en la cancillería, se llegó al 42%. Para 2024 se alcanzó el 61%. El objetivo es situarse en el 80% para 2030. De este porcentaje alcanzado, un 32,5% es energía eólica; un 13,8%, fotovoltaica; un 6,5%, biogás; un 4,7% es energía hidráulica y un 3%, otros. El resto de consumo se realiza a través de energías convencionales: 22,5% carbón, 14,9% gas y 3,2% otros, según las cifras de 2024 de Destatis, la Oficina Federal de Estadística.
Merz tal vez no replantee el apagón. Pero sí deberá buscar una solución para la 300.000 metros cúbicos de basura radioactiva que ha generado la energía atómica en sus seis décadas de uso civil en Alemania. Entre los flecos que dejaron las sucesivas coaliciones de gobierno está la construcción de un cementerio nuclear definitivo donde trasladar los residuos almacenados en depósitos provisionales. La decisión debe adoptarse en la legislatura que ahora empieza. El féretro nuclear deberá estar listo para 2050.
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