¿Cómo han afrontado grandes apagones y cuáles son los planes de contingencia de otros países de Europa?

El gran e inédito apagón registrado el pasado lunes en la península Ibérica, que dejó a España y Portugal sin electricidad y prácticamente incomunicadas por los fallos de telefonía derivados del corte, ha tenido precedentes aunque a mucha menor escala en otros países europeos. Italia, Alemania y Reino Unido han vivido alguna experiencia similar, salvando las distancias, y de todas ellas se han sacado lecciones o han servido para implementar planes de contingencia para minimizar el impacto y remontar la red en caso de ‘fundido a negro’.
Estas son las experiencias en estos tres países vecinos de España:
El 28 de septiembre de 2003, Italia vivió el que probablemente ha sido el mayo apagón eléctrico de su historia reciente. Un corte masivo de energía dejó sin electricidad casi a la totalidad del país durante varias horas, afectando a millones de personas. La magnitud del evento sorprendió pero no provocó escenas de pánico prolongadas en el tiempo, aunque sí puso el acento sobre las vulnerabilidades de un sistema eléctrico altamente interconectado pero también frágil.
El apagón inició alrededor de las 3.28 horas, por el fallo en una línea de alta tensión entre Suiza e Italia, posiblemente debido a la caída de un árbol sobre el tendido eléctrico en territorio suizo. El fallo suscitó a su vez una reacción en cadena: otras líneas internacionales, incluyendo las de Francia y Eslovenia, también se desconectaron como medida de seguridad, lo que dejó al sistema eléctrico italiano aislado y sin capacidad para autoabastecerse.
Con ello, casi todo el país, con excepción de algunas zonas del sur de Italia, una parte de Sicilia, y Cerdeña, se quedaron literalmente a oscuras. En Roma, Milán y Nápoles, también se bloquearon semáforos, y miles de personas quedaron atrapadas en el metro o en ascensores.
Sin embargo, no hubo víctimas mortales y, en muchas localidades —incluyendo Roma—, los ciudadanos se organizaron para ayudarse mutuamente. Los servicios de emergencia también se activaron de inmediato, lo que contribuyó a que se mantuviera la calma. Finalmente, el suministro comenzó a restablecerse gradualmente a partir de las 6 de la mañana, aunque en algunas regiones el corte duró hasta las 18 horas, y más.
Resuelto el incidente, empezaron las polémicas. Lo que se debió en particular porque el fallo puso en evidencia la dependencia italiana de las importaciones eléctricas (alrededor del 17% de su consumo venía del exterior en ese momento) y la necesidad de mejorar la coordinación internacional en situaciones de crisis.
La investigación posterior, llevada a cabo por la Autoridad para la Energía Eléctrica y Gas y otras agencias europeas, llegó a la conclusión que una serie de errores humanos y deficiencias en la comunicación entre operadores nacionales e internacionales agravaron el impacto del incidente. También se apuntó a la necesidad de una mayor inversión en infraestructura y tecnologías de automatización para prevenir efectos en cascada como los que se produjeron.
Un dato curioso es que el apagón italiano de 2003 coincidió ese año con una serie de eventos similares que afectaron a otras partes del mundo, como el gran apagón del noreste de Estados Unidos y Canadá en agosto. Estos sucesos llevaron también a una revisión del sistema ENTSO-E (Red Europea de Operadores de Sistemas de Transmisión de Electricidad).
Un apagón a escala nacional, como el sufrido en España y Portugal, es «altamente improbable» que ocurra en Alemania, según viene repitiendo estos días el presidente de la Bundesnetzagentur, la Agencia Federal de Redes, Klaus Müller. No es un funcionario más, sino un rostro muy mediático en Alemania desde la crisis energética precitada por la invasión de Ucrania. Entonces los ciudadanos del país más poblado de Europa, con 85 millones de habitantes, temieron pasar el invierno sin calefacción al cortarse el envío de gas ruso. A Müller le correspondió notificar a diario el estado de las reservas de gas, que nunca faltó.
Pero «altamente improbable» no significa descartable. Los alemanes, además, han pedido la fe en la seguridad de sus infraestructuras. Ni siquiera es preciso un sabotaje, como el que inutilizó en 2022 el gasoducto germano-ruso Nord-Stream. Sin intervención de una mano hostil, se desplomó recientemente un emblemático puente en Dresde. Una revisión general del estado de otros miles llevó a acelerar la demolición de un tramo neurálgico de Berlín. Se estima que unos 11.800 puentes precisan de saneamiento urgente. Al desconcierto ante tanta vulnerabilidad se suma que tampoco han funcionado con la celeridad deseable los simulacros de alerta rápida en el móvil o sirenas desplegados tras las pavorosas inundaciones sufridas en distintas partes del país y en pocos años.
La explicación de Müller sobre la fiabilidad del sistema eléctrico o las de la web del organismo que dirige o la del Departamento Federal de Protección contra Catástrofes no calman las dudas ciudadanas. Aparentemente, la clave para seguir confiando en el suministro energético está en el término ‘redundancia‘. Toda la red eléctrica alemana cuenta con una doble línea de alta tensión. Si falla la primera, se activa la sustitutoria o redundante, recuerda Müller.
El otro término clave es la diversificación. Alemania completó su apagón nuclear en 2024. No se contempla reactivar las plantas aún existentes porque se considera que sus fuentes de energía están suficientemente diversificadas: un 61% del consumo lo aportan las renovables, encabezadas por la eólica con un 31%. El resto se reparte entre el carbón y el gas. Se cuenta, además, con un sistema de importación-exportación energética, especialmente con Francia, que hace que se active el intercambio en caso de emergencia en el vecino.
No hay precedentes de un apagón nacional, aunque sí cortes locales. Se estima que cada ciudadano pasa al año una media de 13 horas sin electricidad. El mayor apagón se produjo en 2005 en la región de Münster, en Renania del Norte-Westfalia. Durante tres días, y tras una colosal nevada, quedaron sin luz unas 250.000 personas. En uno de los distritos afectados, con 19.000 habitantes, el corte se prolongó seis días.
Hay planes de emergencia para cada uno de los 16 estados federados. El del ‘land’ de Berlín está planteado con un sistema de faros o puntos con generador propio a los que el ciudadano puede dirigirse para pedir ayuda, asistencia médica o información. Se advierte, sin embargo, de que no se debe acudir al faro solo para recargar el móvil.
El mejor mecanismo de actuación consiste en el espíritu previsor alemán. La norma de tener agua embotellada en casa, comida no perecedera, dinero en efectivo, linteras y un transistor a pilas se da por consabida. Ayuda a ello que a los alemanes les cuesta desprenderse de sus viejos objetos. Lo que no se usa ya en casa va a parar al ‘keller’, el sótano, sea la vieja bicicleta o la radio a pilas.
El Reino Unido ha sufrido varios apagones en las últimas décadas, aunque ninguno ha alcanzado la magnitud de los registrados esta semana en España y Portugal. Uno de los más recientes se produjo el 9 de agosto de 2019, cuando la central de gas de Little Barford y el parque eólico marino de Hornsea registraron dos fallos casi simultáneos que provocaron una caída de la frecuencia por debajo de los límites de seguridad de la red. El operador de la red nacional, National Grid, dio luz verde para reiniciar el sistema 15 minutos después y el suministro se recuperó al cabo de una hora.
El incidente afectó a cerca de un millón de usuarios (casi un 5% del total) en varios puntos de Inglaterra y provocó importantes retrasos en los servicios ferroviarios. Miles de pasajeros tuvieron que ser desalojados de los vagones, mientras que las dificultades para reiniciar los trenes obligaron a los ingenieros de la red ferroviaria a desplazarse largas distancias para ponerlos de nuevo en marcha, algo que retrasó todavía más el servicio.
El apagón sembró algunas dudas sobre la capacidad de adaptación de la red nacional al auge de las energías renovables, bajo el argumento de que grandes volúmenes de este tipo de energía provocan mayores dificultades para controlar la frecuencia eléctrica. National Grid ha puesto en marcha recursos en los últimos años, entre ellos el despliegue de suministradores de electricidad de refuerzo, para responder en cuestión de segundos a estos fallos inesperados en el sistema y evitar caídas generalizadas.
Otro apagón importante se registró en Londres el 28 de agosto de 2003 debido a un fallo en un disyuntor en una subestación eléctrica en Hurst, en el oeste de la capital británica. El incidente provocó cortes de luz en gran parte de la ciudad y afectó a 1.600 trenes y a cerca de un 60% de la red de metro, dejando varadas a cerca de 250.000 personas en plena hora punta. La electricidad se restableció en poco más de 40 minutos, pero el fallo impactó en cerca de 410.000 hogares y empresas, según un informe elaborado posteriormente por National Grid.
Además de los apagones provocados por errores técnicos, el Reino Unido ha sufrido varios cortes de luz debido a las inclemencias meteorológicas. Una de las más recientes fue la tormenta Eowyn, la cual provocó rachas de viento de más de 180 kilómetros por hora e importantes lluvias a finales de enero. Cerca de un millón de personas se quedaron sin suministro durante varias horas. Un número parecido de usuarios resultaron afectados tras el paso de la tormenta Arwen en 2021, la cual derribó líneas eléctricas en el norte de Inglaterra y Escocia, y también en la Gran Tormenta de 1987, que dejó rachas de viento de más de 200 kilómetros por hora y provocó la muerte de 18 personas.
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