Dentro del mayor búnker de datos de Barcelona con generadores para sobrevivir 48 horas a un apagón
En el polígono industrial de la Zona Franca de Barcelona se erige un nuevo coloso. Este inmueble, propiedad de la socimi Merlin Properties, cuya fachada está formada por placas solares —toda una declaración de intenciones—, no es una nave logística al uso, sino el mayor búnker de datos de toda la capital catalana y su área metropolitana, que aloja los sistemas de CoreWeave, tecnológica norteamericana que provee de sistemas de computación de inteligencia artificial a gigantes como Nvidia, Microsoft u OpenAI, matriz de ChatGPT.
Entrar dentro de este complejo no es sencillo, dadas sus fuertes medidas de seguridad. Considerada una infraestructura crítica y estratégica, es custodiada por un cuerpo de seguridad privado conformado por una veintena de personas que permanecen en el recinto veinticuatro horas al día los siete días de la semana y acompañan en todo momento a los visitantes. Nadie puede entrar en el edificio sin permiso y menos en la ‘sala cliente’, un lugar nunca visitado por extraños y donde se encuentra lo más valioso, los equipos electrónicos de computación.
8 motores con la potencia de 86 ‘ferraris’ para garantizar el suministro
El subsuelo de este centro de datos encierra ocho grupos electrógenos de 2.400 caballos (CV) cada uno, que suman un total de 33.600 caballos, potencia similar a la que ofrecerían los motores de 86 coches Ferrari Testarossa de 390 CV cada uno. Estos electrógenos permitirían al data center, así se conoce a un centro de datos en el argot especializado, seguir funcionando en caso de que hubiese un gran apagón, como así ocurrió el pasado 28 de abril, cuando el activo no frenó su actividad en ningún momento.
En la práctica, estos sistemas son motores similares a los de un barco (pero con un alternador) que trabajan con biodiésel y suministran energía de forma mecánica gracias a sus cinco depósitos donde se almacena el combustible. En ellos caben 70.000 litros y permitirían abastecer durante 48 horas al activo a pleno rendimiento. Pasado este tiempo se requeriría aprovisionar más biodiésel. Todo el Aeropuerto Adolfo Suárez-Madrid Barajas exige una potencia de 30 megavatios para su normal funcionamiento y estos ocho motores disponen de una capacidad de generación de 35 MW.
Exterior del Centro de datos de Merlin Properties Barcelona / Cedida
La realidad es que este activo está preparado para (casi) todo. Si ocurriese un desastre como el de la DANA que azotó a Valencia, dispondría de unas bombas para achicar toda el agua que fuese a inundarlo, aunque se proyectan en zonas donde previsiblemente no ocurrirá un fenómeno así en 500 años.
Todos estos sistemas requieren una importante inversión: aproximadamente para cada megavatio (MW), fórmula para medir su potencia, se requieren unos 1.000 metros cuadrados de superficie y una inversión de diez millones de euros. En este, Merlin ha invertido alrededor de 140 millones, cantidad que no incluye la cuantía desembolsada por los inquilinos. El 30% de la inversión se destina a la obra civil, que consiste en construir una nave logística reforzada, mientras el 70% restante lo copan todos los equipamientos que requieren estos activos, una parte muy relevante, alrededor del 30%, los equipos electrógenos, pero también se unen a la lista los sistemas de refrigeración.
La misteriosa ‘sala cliente’
Si hay algo rodeado de misticismo en este inmueble es lo que todos llaman ‘sala cliente’. Entrar ahí está restringido y es prácticamente imposible, aunque dentro no hay más que GPU’s (unidades de procesamiento gráfico), cuya apariencia exterior es similar a la de un ordenador de mesa. Para acceder hay que firmar un documento de confidencialidad y dejar en el exterior cualquier móvil, portátil o tablet con la que tomar instantáneas no deseadas por el cliente, en este caso la tecnológica CoreWeave. Este centro de datos cuenta con doce salas de 800 metros cuadrados cada una.
En ellas impera un ruido similar al de una campana extractora, incomodidad que se une a las altas temperaturas derivadas del calor que expulsan los GPU’s fruto del esfuerzo de computación. Una de las grandes exigencias que deben afrontar estos activos es su refrigeración, que tradicionalmente se ha hecho con agua, algo que no permitiría ningún regulador hoy en día. Los de última tecnología como este no operan así, sino que cuenta con plantas enfriadoras que mueven un líquido, concretamente agua glicolada (un líquido anticongelante), en un funcionamiento similar al de un aire condicionado de una vivienda.
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