La bolsa o la vida
A base de degenerar todos acabaremos gobernadores; la astucia se impone y si alguien se dirige al Portal con requesón, manteca y vino es para canjearlo por oro, incienso y mirra. Déjame entrar y me haré lugar. Cuando una persona nos pide un favor, valoramos nuestra relación con ella y el entorno y decidimos o no concederlo de acuerdo con los posibles réditos por ayudarla o las consecuencias por negarnos.
[–>[–>[–>Estos días, en esta parte del mundo llamada España, más que seguir la estrella de Oriente para acercarnos al Nacimiento, más que en pos de una epifanía, de una revelación que pudiera cambiarnos la vida, acaso deslumbrados por tantas bombillas navideñas como fogonazos informativos, parece que nos enfilemos a un entierro, a testimoniar una caída, o un apocalipsis, que también significa revelación.
[–> [–>[–>Un verso de Aleixandre dice que amar es solo olvidar la vida. Pues bien, en esta fábula anónima, creada en hospitales (como el Portal de Belén son símbolos de esperanza), se explica el altruismo, el interés por el otro, lo contrario de egoísmo, y acá la transcribo como una plegaria:
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Una niña necesitaba una transfusión; en otra sala aguardaba su hermano, a quien tomaron la tensión, pincharon el dedo y, tras darle el visto bueno, le preguntaron si quería donar su sangre.
[–>[–>[–>«Si eso sirve para salvarle la vida, lo haré», dijo.
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Tendido en la camilla, le habían puesto en el brazo una vía intravenosa, conectaron las gomas con su hermana y le ordenaron que abriera y cerrara la mano. Lo hizo y pronto empezó a inquietarse y a palidecer.
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[–>«¿Te encuentras bien?», lo miró la enfermera.
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«Un poco mareado, pero no me duele. Puedo aguantar. Mi hermana se lo merece todo».
[–>[–>[–>«Enseguida terminamos contigo», lo tranquilizaron.
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«¿Ya empecé a morir?”, preguntó, mientras veía trasegar la sangre; pensaba que tenía que donarla toda.
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