La familia catalana detrás del rescate y modernización de la Casa Batlló: «Nos trataron de locos»
En el número 43 del paseo de Gràcia se alza uno de los monumentos más visitados de Barcelona. La Casa Batlló, con su fachada ondulante que parece cobrar vida bajo la luz del sol, recibe cada año casi dos millones de visitantes que buscan sumergirse en el universo creativo de Antoni Gaudí. Pero detrás de este icono arquitectónico y turístico que forma parte del Patrimonio Mundial de la UNESCO desde 2005, hay una historia empresarial catalana que ha convertido un edificio en estado ruinoso en uno de los centros culturales más reconocidos internacionalmente.
La Casa Batlló no nació como monumento. Construida originalmente en 1877 por Emili Sala Cortés, fue adquirida en 1903 por Josep Batlló i Casanovas, un industrial textil que encargó a Gaudí una reforma que se convertiría en una de las obras maestras del modernismo catalán. Entre 1904 y 1906, el arquitecto transformó completamente la fachada y redistribuyó el interior, creando lo que Salvador Dalí describió como «una casa según las formas del mar, representando las olas en un día de calma».
Durante décadas, el edificio pasó desapercibido. La familia Batlló lo vendió en los años 50 a la compañía Iberia Seguros, que lo mantuvo hasta 1993. En aquel momento, el edificio albergaba múltiples inquilinos: despachos, escuelas, laboratorios, consultas médicas y viviendas. Su estado de conservación era muy mejorable.
La apuesta de una familia empresarial
La historia moderna de la Casa Batlló comienza con una decisión arriesgada de la familia Bernat, fundadora de la conocida marca Chupa Chups. En 1993, cuando Iberia Seguros entró en dificultades financieras, el family office de la empresa de caramelos adquirió el edificio junto con otras propiedades de la aseguradora. «La casa estaba en muy mal estado físico, con muchos inquilinos dentro», explica Gary Gautier, miembro de la tercera generación de la familia Bernat y actual responsable de desarrollo de Casa Batlló.
Gary Gautier, tercera generación de la familia Bernat y actualmente responsable del desarrollo de la casa de Batlló / Cedida
«En 1993, mi abuelo intentó restaurar el edificio, pero cuando empezaron a hacer presupuestos, las cantidades eran ingentes. La Casa Batlló había sido construida de una manera muy compleja arquitectónicamente, lo que hacía que las partidas de restauración fueran enormes». La envergadura del proyecto de restauración era tal que inicialmente la familia consideró ponerla a la venta. «Chupa Chups estaba en un momento de expansión internacional muy grande, con unas necesidades de caja tremendas, y la restauración suponía un agujero en términos de tesorería muy grande», recuerda Gautier. Llegaron incluso a ponerla en subasta en Madrid, pero no acudió ningún comprador.
Finalmente, la familia apostó por una rehabilitación gradual. «Estuvieron más de una década con las puertas cerradas restaurando. Empezaron con las partes que creían que podían generar un retorno: la planta calle y el menos uno, como posible local comercial, que al final acabó siendo un espacio para alquilar para eventos privados».
El salto definitivo a monumento público
El punto de inflexión llegó en 2002, coincidiendo con el Año Internacional Gaudí. Daniel Giralt-Miracle, crítico de arte e historiador, propuso a la familia abrir la casa al público como parte de las celebraciones. Nina Bernat, madre de Gary Gautier, había liderado la restauración durante la década anterior y aceptó el reto, aunque sin experiencia previa en la gestión de monumentos. «En 2002 se abrió únicamente la planta noble de la Casa Batlló con un sistema de audioguía muy sencillo«, explica Gautier. La anécdota de los primeros días revela las dificultades iniciales: «Al día siguiente de abrir, el ayuntamiento nos cerró por falta de la licencia correspondiente, pero al día siguiente del cierre, bajo presión social, nos dieron una licencia provisional con la que abrimos las puertas y nunca más las hemos vuelto a cerrar».
Más de dos décadas después, Casa Batlló se ha convertido en una empresa que facturó 65 millones de euros en 2023, con un beneficio antes de impuestos de 26 millones. La gestión sigue siendo familiar: Nina Bernat continúa vinculada al proyecto, Gary Gautier lleva 15 años al frente del desarrollo, su tía Marta gestiona toda la parte de retail y colaboraciones con marcas, y recientemente se han incorporado tres primas más.
Dudo que haya un monumento en el mundo con una concentración de visitantes por metro cuadrado tan alta como la nuestra»
La Casa Batlló emplea a unas 250 personas: 50 en gestión interna (proyectos, desarrollo, marketing, tratamiento de datos) y 200 en operaciones diarias (limpieza, seguridad, técnicos audiovisuales y, principalmente, gestión del público). De estas últimas, aproximadamente 140 se dedican a la atención directa a los visitantes.
«Dudo que haya un monumento en el mundo con una concentración de visitantes por metro cuadrado tan alta como la nuestra», reflexiona Gautier sobre los retos operativos. Con 1,9 millones de visitantes anuales que se distribuyen entre días ‘valle’ de 3.000-4.000 personas y picos de 7.000, la gestión de flujos es crítica. «Casa Batlló es un edificio que tiene 14 metros de ancho, con unas entradas y accesos pequeños, y unos pasos durante la visita que pueden llegar a 80 centímetros de ancho. No fue diseñada para ser un monumento que albergase diariamente a tantos visitantes».
Innovación y neurodiversidad
La familia Bernat ha convertido la innovación en una seña de identidad. En 2012 fueron pioneros en incorporar tablets con realidad aumentada para enriquecer la experiencia de visita, cuando esta tecnología aún no estaba madura. «Fue un proyecto que costó muchísimo porque la tecnología no estaba en el punto de poderse empaquetar para el uso que le queríamos dar», recuerda Gautier. Entre 2014 y 2019 desarrollaron lo que llamaron «el proyecto para convertirnos en el mejor monumento del mundo»: una inversión de 30 millones de euros en restauración y museografía que incluía banda sonora compuesta específicamente y grabada con la Sinfónica de Berlín. La apertura coincidió con el COVID-19, pero desde entonces han mantenido un crecimiento sostenido.
Gary Gautier, tercera generación de la familia Bernat y actualmente responsable del desarrollo de la casa de Batlló / Cedida
Su modelo organizativo, implementado en 2017, se basa en tres pilares: propósito, responsabilidad individual y plenitud. «Es un enfoque que se centra en estructuras diferentes a las que se enseñan en las universidades o en los libros de negocio», explica Gautier. Aunque quizás la iniciativa más innovadora de la Casa Batlló es su apuesta por la neurodiversidad. De las 140 personas dedicadas a atención al visitante, aproximadamente 100 son personas con autismo. «Cuando planteamos la idea de lanzar un equipo neurodivergente de atención al público, nos trataron de locos«, admite Gautier.
«De hecho, un par de las empresas de personal neurodivergente con las que contactamos nos dijeron que no querían hacer el proyecto, que lo veían un disparate«. Esta iniciativa les ha valido reconocimientos como el Premio Fondazione Santagata por prácticas ejemplares en desarrollo sostenible en territorios Patrimonio Mundial UNESCO, el Premio de la Fundación Diversidad y, más recientemente, el Premio Europa Nostra por el proyecto de inclusión de la neurodiversidad en la gestión patrimonial.
«Hemos llegado donde nos propusimos»
Los números avalan la transformación. Desde que reabrieron tras el COVID, Casa Batlló ha recibido 29 premios internacionales, incluyendo reconocimientos por sus instalaciones de videomapping con el artista Refik Anadol, sus experiencias inmersivas y su modelo de gestión. Entre los más destacados se encuentran el Platinum de los Hermes Creative Awards, premios W3 Awards y el reconocimiento de Acción como una de las 10 empresas más disruptivas del año.
«Tenemos la sensación de haber llegado donde nos propusimos», reflexiona Gautier. «Pese a que no haya una lista Forbes del mejor monumento del mundo, el reconocimiento internacional nos ha ido acompañando y apoyando esa visión que un día pusimos por escrito». La historia de la Casa Batlló es, en el fondo, la historia de una familia empresarial catalana que apostó por un patrimonio en ruinas y lo convirtió en un referente mundial. Una transformación que ha requerido más de 30 años de inversión sostenida, innovación constante y una visión que maride la preservación del legado de Gaudí con las exigencias de la industria turística del siglo XXI.
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