La vida en Kinshasa junto a sor Ángela, la misionera asturiana que no gasta el tiempo en discursos, «solo observa y actúa»

En la ciudad de Kinshasa (República Democrática del Congo), la vida empieza muy temprano. Hay quien se levanta a las 4 de la mañana para llegar a su trabajo a las 7, en un intento de evitar unos atascos que están tomando dimensiones calificadas como «catastróficas» por los conductores que los sufren día a día; de hecho, uno de los días, la misionera asturiana sor Ángela y yo estuvimos seis horas en un puzzle de coches entrecruzados en todas las direcciones, incapaces de avanzar, cuando se trataba de un recorrido de unos treinta o cuarenta minutos en condiciones normales. Salimos de un lugar a las 3.15 de la tarde y llegamos a casa pasadas las 9.30 de la noche, agotadas, con el cuerpo dolorido, porque tampoco puedes salir del coche; eso sí, no perdimos el humor en ningún momento y tratamos de sobrellevarlo de la mejor manera posible. Es lo que tiene estar por estos parajes: tienes que estimular el sentido del humor para sobrevivir con dignidad y no perder más energía en protestas inútiles.
En este centro de enfermos mentales que ha creado sor Ángela, también se empieza muy temprano. Ella se levanta a las 5 de la mañana, y después de los rezos correspondientes, desayuna y comienza la actividad. Primero va al centro Betanie, donde están acogidas unas veinte enfermas, todas ellas mujeres muy jóvenes y algunas con algún hijo, normalmente fruto de una violación. Primeramente, revisa cómo han pasado la noche y cómo están. En una de las habitaciones hay una mujer joven, que quizás no llega a los treinta años. Lleva aquí un par de semanas, está sentada en el suelo, desnuda y con unas quemaduras graves en ambas piernas; lo más probable es que la hayan violado y después la quemaran (la manera habitual en la que proceden con este tipo de enfermas). Llegó en muy mal estado y están curándole las heridas, para que no se infecten más de lo que estaban. Han conseguido calmarla con medicación, pero no quiere subirse a la cama, y debido al sobrepeso que tiene, les resulta muy difícil manejarla de manera adecuada; entonces, Ángela habla con ella y trata de calmarla. De allí, vamos al lugar donde organiza la medicación que necesita cada una de las mujeres acogidas en el centro; después, pasamos a la farmacia y se verifica lo que deben tomar cada día. Seguimos nuestro camino y pasamos por el centro de atención a pacientes externos, donde ella saluda a la gente que espera su turno. Luego vamos al taller ocupacional, en el que los enfermos que ya están más controlados aprenden a coser y a hacer diversas artesanías, que Ángela vende allí mismo y por encargo; ahora anda liada con lo que la embajadora de España, que también la ayuda con la venta de sus productos, y yo misma le encargamos. En el taller supervisa lo que hacen los que trabajan allí; así, enseña a una enferma a hacer unos llaveros, me muestra las últimas telas que ha comprado y recibe a un voluntario.
Después vamos a visitar el gallinero, donde tiene unas doscientas gallinas ponedoras, que le dan buen número de huevos cada día para vender en algunos hoteles de Kinshasa. Luego me cuenta que, además de buena comida, les echa de vez en cuando ajos machacados en el agua, como antibiótico natural, para que se mantengan bien, y, desde luego, debe hacer su efecto, porque las gallinas están hermosas. Del gallinero pasamos al espacio donde cría los patos, un lugar dividido en varias zonas: para las madres que están empollando, para las crías que tienen dos meses y para los machos. Los patos están también muy bien cuidados y todos ellos la siguen en cuanto ella abre la puerta de acceso a su espacio.
De vuelta a casa y según atravesamos el jardín, se encuentra con «Nino», el gato que les espanta a los ratones, y me comenta que anda un poco mohíno; lo acaricia y le ofrece unas hierbas, porque dice que le irán bien para purgarse un poco. Llama la atención la manera en la que esta mujer se ocupa y trata a todo aquel que se encuentra en su camino, ya sea una enferma mental que recoge de la calle en unas condiciones que no podemos ni imaginar o los animales que conviven en el mismo espacio de Télema; en cada caso observa lo que cada uno necesita y procura que todos estén bien.
Esta asturiana de Panes ha recibido en el mes de mayo el Premio de la Fundación Anesvad, el 10 de diciembre se le entregó el Premio de los Derechos Humanos de la Agencia Asturiana de Cooperación y recientemente ha sido distinguida con el Premio a la Vida del Ayuntamiento de Langreo que reconoce su trabajo en defensa de los derechos humanos. En el mes de diciembre también la nombraron Hija Predilecta de Peñamellera Baja, título que recibió en medio del cariño de su familia y vecinos de la zona, orgullosos de esta mujer especial, un ejemplo de respeto a la vida en todos los órdenes; no juzga, no pone etiquetas, no gasta tiempo en discursos, simplemente observa y actúa, buscando soluciones. Convivir con ella un día es una lección de vida, que cuestiona tantas horas perdidas en discusiones inútiles que no aportan nada, mientras los problemas siguen creciendo.
Puedes consultar la fuente de este artículo aquí