Los cadáveres siguen en las calles
Marwan, un druso de Sweida, hace días que no sale de casa. Él tiene suerte, dice por teléfono, porque por norma guarda siempre provisiones de comida en la despensa suficientes para aguantar semanas, a lo sumo un mes, pero que muchos de sus vecinos se han quedado sin, y que la ayuda y comida apenas está entrando.
La ciudad de Sweida, en el sur de Siria, está ahora mismo cerrada. Y el cierre es un cierre tenso. “La gente aquí se está ayudando. El que no tiene comida, no tiene agua, va a la casa del vecino, a la casa de un familiar para conseguir algo de comida. Todo el mundo se está ayudando. Hasta varios tenderos han entregado todo”, explica Marwan, que acepta, sin embargo, que la situación es insostenible, que la electricidad, el agua y la comida escasean cada vez más y que, sobre todo, el miedo a que todo empiece otra vez es enorme.
“Todos ahora tenemos mucho miedo. La situación es horrible. Y después de lo que ha ocurrido esta semana… siendo sincero, lo veo aún peor. Ya no me imagino que habrá paz entre el pueblo de Sweida y el resto de los pueblos de Siria. Porque la guerra ha ido demasiado lejos. Esto ya no es un problema entre usted y yo, entre individuos que pueden solucionar sus diferencias. Hubo muchísima muerte, matanzas. No sé cómo pueden ahora ponerse de acuerdo entre los líderes drusos y Damasco”, lamenta Marwan.
Un grupo de beduinos desplazados de la ciudad de Shahba, en la provincia siria de Al Sueida, en un refugio improvisado en Deraa después de las confrontaciones entre Drusa, clanes beduinos y fuerzas gubernamentales. En una escuela habilitada como albergue para desplazados en la provincia vecina de Deraa, los beduinos y otros residentes de Shahba cuentan cómo la comunidad perdió a unas veinte personas en ese ataque atribuido a las características de Drusas / Yahya Nemah / EFE
Idas, venidas y escaladas
Todo empezó el pasado 11 de julio. Ese día, un grupo de beduinos —tribus nómadas sunís del desierto sirio— atacaron un vendedor de verduras de la minoría drusa, y le robaron tanto sus productos como camión. Al día siguiente, como respuesta, milicianos drusos —que no han aceptado entregar sus armas al nuevo gobierno sirio— secuestraron a media decena de beduinos y, como contrarrepresalia, beduinos hicieron lo mismo con drusos.
El 13 de julio, domingo, combates entre beduinos y drusos arreciaron, lo que provocó la entrada a Sweida de soldados y milicianos leales a Damasco. Desordenados, sin una jerarquía clara y con combatientes culpando aún a la minoría drusa de haber apoyado en el pasado al régimen de Asad, los bombardeos, escaramuzas y violencia contra civiles se dispararon, sobre todo tras los ataques aéreos de Israel que, con la excusa de querer defender a la minoría drusa, bombardeó el Cuartel General del Ministerio de Defensa sirio y las inmediaciones del palacio presidencial de Damasco.
Según el Observatorio Sirio para los Derechos Humanos (SOHR), más de 1.000 personas murieron hasta el alto el fuego mediado por EEUU, que entró en vigor el 20 de julio. De los muertos, al menos 200 son civiles: asesinados sobre todo por milicianos leales a Damasco pero, también, por milicianos drusos y beduinos.
Un grupo de beduinos desplazados de la ciudad de Shahba, en la provincia siria de Al Sueida, en un refugio improvisado en Deraa después de las confrontaciones entre Drusa, clanes beduinos y fuerzas gubernamentales y fuerzas gubernamentales. / Yahya Nemah / EFE
Una tregua muy frágil
Ahora, así, el alto el fuego es respetado y se mantiene en vigor, pero aguanta, eso sí, pendiente de un hilo. “Los cadáveres siguen en las calles. Tanto de milicianos como de civiles. Hemos intentado recogeros para enterrarlos, pero no se nos ha permitido sacar a todos. Muchos de ellos están en las zonas intermedias, y las fuerzas de seguridad no nos dejan entrar ahí por el temor de que empiecen otra vez los combates”, explica Alí Alnabwani, miembro de la Media Luna Roja en Sweida.
“No hay ningún tipo de electricidad. El daño en la red eléctrica es enorme. Hace dos días, un equipointentó ir a la estación eléctrica para intentar reparar el lugar, pero fue disparado y tuvo que huir. Uno de los problemas actualmente es que ahora todo el mundo está armado, para defenderse a sí mismo… y eso hace que por el momento haya calma. Pero es una calma nerviosa. Todo puede estallar de nuevo en cualquier momento”, dice Alnabwani.
Desde la caída de Asad de diciembre del año pasado y el fin, con él, de 13 años de guerra civil en Siria, el gobierno del presidente interino sirio, Ahmed Al Sharaa, ha estado intentando capear un temporal de enorme crisis y escasez económica, una gobernanza frágil e inestable y, con esta última en Sweida, tres olas de violencia sectaria en el país árabe: en marzo contra la población alauí y en mayo contra la población drusa al sur de Damasco.
Despliegue de fuerzas de seguridad sirias en la provincia de Sueida / Stringer / Xinhua News / Contact / Europa Press
Una transición con curvas
Al Sharaa, hasta el momento, ha recibido el apoyo de Occidente, que ha optado por darle tiempo y espacio al nuevo presidente sirio para pacificar a un país que sale de más de una década de un conflicto fratricida. Para muchos sirios, Al Sharaa, líder de una milicia opositora que en 2016 se separó de Al Qaeda, es aún la mejor opción.
“Tras 13 años de guerra, cualquier país del mundo pierde parte de la ética, de la moral. Esto se va derritiendo, tras años de matanzas, maltratos, abusos, asesinatos del gobierno de Asad… en contextos así salen oportunistas, gente con malas intenciones que puede acabar sumándose a un ejército”, explica Abed Farwati, un sirio residente en España con pasado dentro del movimiento opositor sirio a Bashar al Asad:
“Me pongo en la piel de un joven que ha vivido toda su vida en esta guerra, que desde los cinco años ha sufrido en un campo de refugiados, que no ha tenido ninguna oportunidad —continúa Farwati—. Este joven tiene odio, y lo enfoca contra estos grupos. Siria necesita un sistema de justicia transicional, algo que criticamos del gobierno de Al Sharaa, que no lo ha hecho. Necesitamos que se imponga un sistema de justicia, de leyes. Hay una enorme diferencia entre la justicia transicional y la venganza”.
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