los riesgos de guardar toda nuestra vida en un teléfono móvil
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No existen referencias documentadas de la invención del fuego, ni del hallazgo de la rueda, ni de la primera embarcación que se echó al mar a navegar. Las hay, aunque no gráficas, del descubrimiento de la electricidad, de la irrupción de la radio y de la llegada del coche. Sin embargo, hace 18 años tuvo lugar uno de esos hitos históricos que cambian la vida de las personas para siempre a raíz de un invento y esta vez sí quedó registrado para la posteridad.
Ocurrió el 9 de enero de 2007 en la conferencia Macword de San Francisco cuando Steve Jobs, CEO de Apple, mostró a la audiencia el primer Iphone de la historia como un Moisés del siglo XXI llegado del monte Sinaí con las Tablas de la Ley entre las manos. En el sector de la telefonía móvil se venía hablando de «smartphones» desde hacía años y en el mercado había por entonces terminales que hacían virguerías muy llamativas –inolvidable la fascinación que causaron las blackberrys forradas de teclas–, pero lo que proponía aquel cacharro plano y acristalado del tamaño de una libreta de notas superaba todo lo imaginable. «De vez en cuando llega un producto revolucionario que lo cambia todo», proclamó Steve Jobs.
En aquel momento hubo quienes tildaron de mesiánicas las palabras del gurú de Apple, pero casi dos décadas después nadie se atrevería a contradecirle. El impacto social, cultural y económico que han tenido los smartphones –el 82% de los dispositivos móviles que hay en el mundo son hoy teléfonos inteligentes por los que circula el 60% de todo el tráfico de internet, y de los cuales el 72% funciona con el sistema operativo Android, la alternativa que Google lanzó pocos meses después del anuncio de Jobs– es, efectivamente, de los que cambian la vida de la gente para siempre.
La vida en el móvil
Desde comprar hasta ligar, hoy todo lo hacemos a través del móvil. Con él registramos nuestros momentos más íntimos, nos informamos de lo que pasa en el mundo, hacemos operaciones bancarias, nos orientamos por la ciudad… En su interior guardamos las fotos familiares, los documentos personales, las herramientas del trabajo y las marcas de nuestras constantes vitales. Se ha convertido en la prueba irrefutable de nuestra identidad –su numeración nos la piden hoy junto al DNI para cualquier trámite administrativo o comercial– y en el depositario de nuestra memoria personal, hasta el punto de sentir que hemos salido a la calle sin cabeza, o sin alma, si lo hemos dejado olvidado en casa. El móvil es hoy una prolongación de nosotros mismos, o más que eso: es «nuestro otro yo» digital.
El 60% del tráfico de internet circula hoy a través de los teléfonos móviles.El 82% de los terminales del mundo son smartphones
A finales del pasado mes de enero los medios se hicieron eco de la historia de Cristina, una joven madrileña que llegó a viajar a Marruecos para recuperar el móvil que le habían robado días atrás en su ciudad. Dos semanas más tarde Jon, un chico de Bilbao, hizo lo mismo para traer de vuelta desde el país alauí el teléfono que le habían hurtado a su mujer en el portal de su casa. Ninguno se embarcó en semejante aventura por el coste del terminal, inferior a lo que se gastaron en los viajes, sino por el valor sentimental de los documentos que llevaban dentro: en el caso del bilbaíno, varias sesiones de fotos únicas e irrepetibles de su hijo recién nacido.
Una persona que hubiera entrado en coma el día que Jobs presentó el primer Iphone y despertara hoy tendría serias dificultades para comprender estas historias. Tampoco entendería qué hace tanta gente en la parada del bus, en el banco del parque o caminando por la calle con la cabeza agachada y la mirada clavada sobre esa pantalla del tamaño de la palma de su mano. Difícil saber qué pensaría al descubrir que ahora existe una dolencia psíquica de nuevo cuño llamada «nomofobia» consistente en manifestar ansiedad por la pérdida de ese aparato, o que su uso abusivo genera cuadros de adicción y trastornos del sueño en menores y mayores.
Cambio vertiginoso
La telefonía móvil con conexión a internet y el universo de aplicaciones y servicios que han aflorado a su alrededor han desarrollado en estos años un boyante sector económico que no para de crecer, y del que se dará cumplida cuenta, con datos y tendencias, en el próximo Mobile Word Congress que tendrá lugar la próxima semana en Barcelona. Pero también ha impactado profundamente en nuestra forma de vivir y relacionarnos, y el cambio se ha producido de una forma tan vertiginosa, afectando a tantos ámbitos del día a día, que aún estamos adaptándonos a él, a menudo con dificultades y problemas.
«Lo peor de la transformación que hemos vivido es que no se ha educado a la gente en el uso de una herramienta tan poderosa como el smartphone», se queja el sociólogo especialista en tecnología Enrique Dans. Esa carencia, advierte el experto, explica situaciones como la angustia que sienten quienes pierden de repente el móvil, que no sentirían si tuvieran activada la actualización periódica de la copia de seguridad –»basta comprar un nuevo terminal y poner en él tus datos para recuperar todas tus fotos y tu información, porque en el móvil no hay nada, está todo en la nube», aclara Dans–, o los ingentes caudales de ‘fake news’ que circulan y se comparten alegremente por las pantallas.
«Nadie enseñó a los usuarios a distinguirlos de la información verdadera. Al final, la gente va aprendiendo a salto de mata con lo que pilla en la red o le cuenta el cuñado de turno», se lamenta este «férreo partidario» de que los móviles estén en los colegios. «Pero no escondidos, sino operativos sobre los pupitres para que los menores aprendan a manejarlos», añade.
«La Gente VA Aprendiendo A Usar El Móvil con lo que Pilla en la Red O Le Cuenta El Cuñado de Turno»
Los estudios y sondeos sobre el uso del smartphone revelan que, de media, pasamos cinco horas al día pegados a su pantalla y le damos en 80 ocasiones al botón de encendido, a veces en respuesta a esa notificación que acaba de entrarnos, a veces por simple aburrimiento o por ese tic de «echarle un vistazo» que todos hemos incorporado a nuestra rutina diaria. «Poder estar desconectados del móvil o libres de recibir notificaciones se está convirtiendo en un privilegio social al alcance de una élite, es casi un lujo», afirma la experta en tendencias online Janira Planes.
Crecida en la cultura de internet y fan de todo lo digital, reconoce que a veces sale a pasear y se deja a posta el terminal en casa, o se sienta a ver una película y lo pone a cargar en otra habitación. «El móvil es una herramienta fantástica, te ofrece servicios muy útiles, pero también te distrae cuando necesitas estar concentrado. El problema no es el aparato, sino cómo lo usamos», advierte.
El smartphone ha pasado de ser un instrumento para comunicarnos a convertirse en la expresión digital de nuestra propia existencia. La función de ‘geoposicionamiento’ nos ubica en el mapa constantemente dejando un rastro permanente de nuestros movimientos, y las conversaciones que establecemos a través de sus aplicaciones nos delatan aunque no queramos. El mismísimo fiscal general del estado, Álvaro García Ortiz puede confirmarlo: el devenir de la investigación que el Tribunal Supremo tiene abierta contra él por presunta revelación de secretos depende de lo que su teléfono móvil, que él mismo se encargó de borrar y sustituir varias veces, acabe contando de él en sede judicial.
«Si quisiéramos conocer los secretos de una persona, hoy no haría falta secuestrarla y someterla a un tercer grado, bastaría con hurgar en su smartphone y ahí encontraríamos su historial de búsquedas, sus compras, sus lugares, sus gustos, sus conversaciones… Nunca hemos tenido tanta información personal reunida en menos espacio. Pero en realidad no está ahí, está en manos de empresas tecnológicas», advierte Manuel Armayones, catedrático de Psicología de la Universitat Oberta de Cataluña. Según este experto en salud electrónica el móvil ha alcanzado un nivel de penetración tan profundo en nuestras vidas que necesitamos desarrollar nuestro «sistema inmunológico digital».
Nunca Hemos Tenido Tanta Información Personal Reunida en Menos Espacio. Pero en Realidad no Está Ahí, Está en Manos de Empresas Tecnológicas
Educar para proteger
Suena pomposo, pero tiene una explicación intuitiva: «Tenemos los mismos instintos primarios que cuando salimos de África hace 100.000 años, pero en el móvil llevamos tecnología muy persuasiva que cada vez nos cuesta más interpretar. La sensación de que vamos al albur de algo que nos domina va en aumento. Urge educar para proteger a las personas. Urge parar y reflexionar», señala el psicólogo.
¿Será el próximo Mobile la ocasión adecuada para plantear esa reflexión? En opinión de Antonio Ortiz, analista y divulgador tecnológico, el mundo de la telefonía móvil vive un momento crítico: «El smartphone se ha vuelto aburrido. Los grandes avances se produjeron al inicio de su historia y ahora cada vez cuesta más encontrar novedades relevantes. A esto se une una cierta sensación de hartazgo entre los usuarios. La gente está reevaluando su relación con el móvil, el teléfono como fetiche está perdiendo interés», asegura.
El 71% de los compradores ‘online’ hacen sus operaciones a través del móvil. En 2023 gastamos en España 837 millones de euros en apps
Distinto es lo que ocurre con las aplicaciones, que son las que han determinado el destino de los smartphones en los últimos años, a veces con consecuencias no previstas. «Al principio, a todos nos pareció estupendo poder interactuar con nuestras redes desde el móvil, pero esas plataformas han acabado propagando discursos extremistas y hackeando nuestro sistema dopamínico», advierte Ortiz.
En los foros del sector se apunta a que la inteligencia artificial (IA) va a ser la protagonista del próximo congreso mundial de móviles. Se mostrarán aplicaciones fabulosas capaces de plantear soluciones sorprendentes. «Pero hay que hablar del riesgo que entrañará ponernos a dialogar con un aparato que va a conocer nuestros deseos mejor que nosotros mismos y antes de que los expresemos. El nivel de dependencia y manipulación puede aumentar exponencialmente», advierte Manuel Armayones. En opinión de Enrique Dans, el peligro es volver a cometer el error del pasado: «Nos van a lanzar una nueva tecnología, aún más compleja, sin enseñarnos a manejarla», pronostica.
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