Resignación y rabia
Un año después de la dana de Valencia, la reconstrucción prometida avanza tan lentamente que es como si las promesas las hubiera arrastrado también la corriente. Los presupuestos se evaporaron entre los grandes titulares de las televisiones y de los periódicos, y los damnificados han aprendido que en este país al infortunio natural hay que sumar la mala suerte de depender de quienes gobiernan. A Mazón, presidente de la Generalitat, tan inútil como escurridizo, se le sigue buscando tras haber mentido insistentemente sobre su paradero el día en que se desencadenó la tragedia. Puede que estuviera aquí o allá pero no en el sito donde le correspondía estar, demostrando, primero, su irresponsabilidad y a continuación una desfachatez que en cualquier democracia como es debido le habría inhabilitado para ejercer el cargo. No renuncia; el Partido Popular, pese al clamor en contra, se lo permite, y Vox lo mantiene en su puesto. Ocupado en su guerra interna más que en levantar tejados, Mazón se refugia en el reiterado discurso de «la resiliencia» y en los «planes estratégicos». Palabras huecas.
[–>[–>[–>El Gobierno central, por su parte, ha actuado desde el primer día como si la dana se hubiera producido en otro país; los expedientes duermen en los cajones, las ayudas no llegan y las visitas oficiales ha servido solo para la foto, cuando no para huir con el rabo entre las piernas, como Sánchez en Paiporta. En medio de la miseria política de unos y otros, los valencianos, con resignación y rabia, también han aprendido a convivir con la indiferencia institucional. Un año después, la dana es una útil metáfora del lodazal moral en el que chapotea la política. Los valencianos, además de víctimas de la meteorología, lo han sido también de sus gobernantes, que siguen gestionando la tragedia de manera partidista y sectaria.
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