un gol del pingüino en el añadido salva a los gijoneses de caer en La Romareda (1-1)

Dubasin rescató al Sporting y evitó males mayores para el proyecto, que al menos sale del paso. El pingüino se erigió como héroe para salvar al equipo de su destino en La Romareda. El empate (1-1) sobre la bocina sabe estupendamente, porque ya se mascaba la tragedia. Pero si alguien aun confía en una remontada épica, el botín les dejará con hambre. La irrupción de Duba, en una demostración de amor propio que merece ser elogiada, evita que el tercer proyecto deportivo de Orlegi Sports se quede sin ambiciones nada más comenzar marzo. Pero si no llegan enseguida las victorias, quizá alguna debería aterrizar el mensaje. Aunque quizá esa función no le corresponde al entrenador, erigido por las circunstancias como portavoz de un optimismo que ahora mismo suena utópico.
Alcanzó el Sporting La Romareda cargando sobre sus espaldas un peso difícil de soportar. Nada le sonríe últimamente a este equipo, tampoco la suerte. En un momento en el que Albés se aferraba a la estabilidad, vio como un lance fortuito de un entrenamiento entre semana en Mareo le privaba de Olaetxea, futbolista que sostiene su idea, cuando ya de por sí el parte médico parece de guerra, mientras que tampoco podía contar con Maras, castigado por tarjetas. Para volver a levantar a un muro en un campo históricamente difícil para el Sporting, socorrió a un gregario al alza como es Kevin Vázquez. Lateral derecho con amplio recorrido en Primera División en el Celta, fue alistado para ejercer de zaguero en compañía de Pier. Quizá no va holgado de tacto, pero el ex jugador celeste es un tipo comprometido, de los que no se arrugan. La defensa más experimental de la temporada se abrochó con Rosas y Diego en los laterales. Esa fue la única línea rompedora, porque el resto de las piezas se recitaban de carrerilla. Y el equipo asturiano completó una primera parte más que digna.
En un estadio que siempre aprieta, independientemente de cuál sea la situación del Zaragoza, un elefante dormido, tuvo carácter el equipo asturiano. Aguantó primero la salida en tromba del equipo de Ramírez, hiperactivo, muy estimulado, dispuesto no solamente a alentar a los suyos, también a La Romareda. Tal era el nivel de emoción en el banquillo local que Beñat Labaien, uno de sus ayudantes, acabó en los vestuarios antes de tiempo al reclamar la segunda amarilla a Caicedo. La decisión de Mallo Fernández desperezó a La Romareda y enfadó al estadio, que comenzó a vocear.
Entregados a Pau Sans, un talentazo, y a la movilidad del escurridizo Soberón, los maños apretaron. Fue para los gijoneses un inicio delicado, pero contuvieron daños. Por ahí volvió a emerger Yáñez, un titán bajo palos, sufridor en los saques de esquina, una suerte donde ese gigante se muestra vulnerable. Pero tras resistir esos primeros quince minutos, dio un paso adelante. Ya no se conformó con aguantar; también se espabiló en ataque. Había espacios. Y ahí este Sporting sube de nivel: corrían los muchachos de Albés gracias a la efervescencia de Nico Serrano y a las piernas largas de Dubasin y Geabert. Entre los tres llevaron al límite a los maos. En una transición, Gelabert rozó un golazo. Arriaga emergió como héroe para sacar la pelota de dentro después de un despeje errático de Femenías. No parecían los gijoneses un conjunto apurado. En pleno despliegue, Nacho Méndez reventó un balón en el travesaño. De la misma manera que le sucedió al Sporting, el Zaragoza contuvo la respiración. Sobrevivió a un tramo delicado, aferrado al descanso.
El descansó le sentó horrible al conjunto asturiano, que volvió a las andadas. El aparato defensivo improvisado ya no era tan efectivo ni tan sofisticado. Kevin ya no llegaba a los cortes, solo era un escudero. Los de Ramírez volaban, afilados por los costados. Liso era ahora un agitador indetectable. Hubo varios disparos, avisos previos. Y luego el gol: Soberón se giró sobre sí mismo e hizo una maniobra de las que son capaces los delanteros que añoran en Mareo. El golpe fue terrible para el Sporting, equipo con mandíbula de cristal. No le quedó otra al equipo asturiano que asumir riegos. Albés hizo enseguida los cambios: dentro Campu, Pablo García, Gaspar, Dotor… Pero el equipo pareció aun menos arropado atrás con dos zagueros específicos. Yáñez sacço un mano a mano a Dani Gómez. Obcecado por las circunstancias, ni siquiera tuvo la suerte de celebrar un gol de Dubasin tras conquistar por arriba un córner. Mallo Fernández interpretó que el atacante del Sporting derribó a Baré en el salto. No se lo podía creer el pingüino, que entendía que el contacto era insuficiente. Tampoco Albés, desesperado, incrédulo. La tecnología mantuvo la decisión del juez principal. Parecía que la faena ya estaba vista para sentencia. Pero emergió el orgullo de Duba, de largo el futbolista más regular del proyecto. El atacante levantó a los suyos en el descuento, donde las fuerzas languidecen. Marcó el empate con un remate con el alma. Pero quiso más. En un momento tan gris, su convicción merece un aplauso. Corrió una contra como un velocista para conceder a Campuzano la gloria. Pero el destino no le guarda grandes historias a este proyecto. Femenías hizo una de las paradas de la Liga. Y el encuentro acabó con empate. Un resultado que no le vale a ninguno.
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