GUERRA UNIVERSIDADES | Por que Donald Trump no es tan malo para Harvard

Donald Trump es un ser previsible, volcado en materializar la agenda más analizada del planeta, y que roza el éxtasis cada vez que, con sus andanadas políticas, económicas y sociales, logra ser el centro de atención de todo el universo. El presidente de Estados Unidos deja así margen para que los contrapesos del país reaccionen y para que quienes sufren sus ataques organicen las líneas de defensa y aprovechen las oportunidades que puedan surgir. Así ha sucedido con la cruzada de Trump contra Harvard, la institución de enseñanza superior más antigua de Estados Unidos y la más rica del mundo. El republicano ha retransmitido en vivo y en directo una obsesión que arrastra desde la última campaña electoral, cuando culpó a las ocho universidades privadas del noreste del país, las Eavy League, de adoctrinar en sus campus a favor del comunismo y del antisemitismo. Ya entonces les amenazó con congelar la financiación que reciben del Gobierno federal.
Harvard, que estaba sobre aviso, mantuvo en secreto las primeras instrucciones ideológicas recibidas desde la Casa Blanca. Preparó bien su respuesta y, cuando estuvo lista, envió una carta al país contando lo ocurrido y presentándose como el adalid de la libertad académica, al contrario que otras universidades como Columbia, más sensibles a la presión. La iniciativa de Harvard cogió a Trump a contrapié y le forzó a anunciar una amenaza de castigo a la universidad todavía mayor: la congelación de fondos por más de 2.000 millones de dólares y el fin de las exenciones fiscales. Aun así, Harvard ya ha tomado la delantera en el relato. ¿Hasta qué punto la financiación pública puede usarse para el control político de la universidad?
La institución, que perderá más del 11% de su presupuesto anual si Trump culmina sus amenazas -algunas de dudosa legalidad-, no ha de quedarse ahí y ahora tiene un estímulo para la reflexión. Harvard debe diversificar más sus ingresos, a partir de su remanente de 53.000 millones, y depender menos de los fondos del Gobierno y de sus oscilaciones políticas. Además, necesita aprovechar el momento para revisar su proyecto académico y priorizar las actividades, empleos e investigaciones más relevantes. Hacerlo puede ser un mal menor frente a otros riesgos más peligrosos, como perder la independencia institucional, académica y financiera.
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